—¿Qué me pasará si me opongo? ¿Me vas a asustar?—la respiración de Dante cambió instantáneamente, parpadeando como un demonio del infierno, lo que hizo que la gente se estremeciera.Sofía lo miró de reojo, este hombre ... es interesante.Parece frívolo, pero cuando se toma en serio, parece otra persona.En el momento en que los dos estaban callados, Julio y Sergio también bajaron del segundo piso. Cuando vieron a Dante aparecer, ambos se sorprendieron.—Oh, llegamos tarde, alguien ha salvado a tu princesa—se burló Sergio a propósito.Julio frunció el ceño y miró con mal humor—¿Crees que Dante lo ha hecho con buena intención?—Tienes razón, no se sabe si está tramando algo o no—asintió Sergio y dijo—Es una lástima que la Dra. López no lo sepa, podría ser engañada.Julio no dijo nada, tampoco se acercó, solo miró desde lejos.—Julio.Lucía corrió hacia él en el primer momento en que lo vio. Sin Julio, ella se sentía rara en esta fiesta.Julio respondió con un gruñido, pero la ignoró y co
Sofía y Dante tuvieron una buena conversación. Ella descubrió que este hombre era bastante interesante, al menos no le causaba repulsión.Después de que la cena terminó, Sofía se fue con Antonio. Antes de irse, Dante le dijo:—Dra. López, adiós.—Adiós—Sofía le saludó con la mano y se subió al coche para irse.Hasta que el coche desapareció en la oscuridad, Dante dejó de sonreír, se frotó las mejillas para que los músculos faciales adormecidos volvieran a la normalidad.Se dio la vuelta y vio a Julio de pie detrás de él sin saber cuándo había llegado.—Julio, ¿quieres asustarme en la oscuridad?—dijo Dante descontento, retrocediendo unos pasos. Después de todo, no podía vencer a este hombre.Julio lo miró con una expresión sombría.—No involucres a personas que no tienen nada que ver con nosotros en nuestros asuntos.Dante sonrió, se frotó las orejas y preguntó con incredulidad.—¿Qué has dicho? ¿Realmente te preocupas por una mujer?—Dante, no me importaba tu comportamiento infantil en
Sofía sabía que Julio se dirigía a ella, pero cómo se atrevía a utilizar ese tono y aquellas interrogantes. ¿Quién creía que era?—Contéstame. ¿Así que puedes estar con cualquier hombre menos conmigo? —Julio volvió a exigirle con su voz fría.Sofía se echó a reír. Luego miró a Julio con sacarsmo. —¿Me está interrogando? ¿Quién le da derecho a hacerlo? ¿Quién es usted? Julio se quedó petrificado, no dijo nada.—¿O es porque está tan acostumbrado a ser quien tiene el poder? ¿Por eso usted es tan autoritario con todo el mundo? Qué lástima. No soy su subordinada; no tengo por qué responderle cada pregunta.Cuando terminó de hablar, llegó el ascensor. Sofía entró directamente, sin querer estar junto a Julio. Sin embargo, él se negó a dejarlo pasar y entró detrás de ella en el ascensor.Sofía se mantuvo distante de Julio. Ninguno de los dos hablaba. El aire que les rodeaba era sofocante.Justo cuando pensaba que el silencio los acompañaría mientras se dirigían por separado a su cas
—Sí... sí—respondió Julio con mucha dificultad. Sentía como si la oscuridad lo fuera a ahogar pronto, y la mano de Sofía era lo único que le mantenía a flote. —Mi teléfono se quedó sin batería. ¿Dónde está el suyo?—le preguntó mientras se aferraba a él. Sintió que sus temblores empeoraban. Si seguía así, tenía miedo que se desmayaría en el ascensor—. Voy a buscarlo yo misma si no me quiere decir nada—Empezó a buscar con las manos. Ella solo quería llamar al administrador para que les abriera la puerta, pero entonces, en la oscuridad, sus manos tantearon y buscaron a tientas. Sus finos dedos tocaron el pecho firme de Julio, y más abajo se sentían sus prominentes músculos abdominales. Tenía six packs y parece tener muy buena figura, pensó para sí. —¿Oye dónde estás tocando?—dijo Julio, consiguiendo de algún modo sonar frío a través de su voz temblorosa. Sofía apartó rápidamente la mano y se rió con tono burlón—. No sé dónde está su teléfono. Julio Cesar se burló, conteniendo la r
—¡Dra. López!—Julio rechinó los dientes por la rabia. Pero a Sofía no le importaba. De verdad no le importaba si Julio estaba bien, es más, deseaba verlo entrar en pánico, pero como doctora, no podía hacerle algo así a un paciente. Sí, a un paciente. A sus ojos, Julio era un paciente en ese momento. Nadie se desmayaría por miedo a la oscuridad a menos que tuviera problemas psicológicos graves o hubiera experimentado algo que le hiciera reaccionar negativamente ante la oscuridad. —Era una broma, no se lo tome en serio —Sofía devolvió el teléfono y dijo con seriedad: —Aunque usted no me cae bien, no soy de las que echan sal en la herida de nadie y tampoco me gusta aprovecharme de la gente. Julio acunó el teléfono entre las manos y la miró. —Acabas de admitir que no te caigo bien. —Pues sí. Igual no hay mucho que admitir. En la oscuridad, sin nadie alrededor, los dos empezaron a hablar como un par de amigos. —¿Por qué? —preguntó Julio—. No recuerdo haberte hecho daño.
—Cuéntame—La curiosidad de Julio se despertó. Alguien le estaba haciendo una sugerencia. Esto era nuevo para él. —No creo que usted sólo tenga miedo a la oscuridad. Puede que haya algunos problemas subyacentes. Debería visitar a un terapeuta—dijo. No era un gran problema, pero tampoco era insignificante. Con alguien tan estresado como Julio, tener algo atrapado en el corazón lo empeoraría. Ella lo había dicho con buenas intenciones, pero sus palabras hicieron que el rostro de Julio se ensombreciera al instante. Emanaba un aura capaz de hacer temblar a cualquiera. Ella no tuvo más remedio que seguir diciendo: —Es sólo algo a lo que se enfrenta mucha gente, no es para tanto, Sr. César. No tiene por qué ponerse tan a la defensiva. —¡Ya basta!— rugió Julio. Miró con odio a Sofía como si fuera su enemiga —. No tienes por qué preocuparte de mis problemas—giró y cerró la puerta de un golpe. —¿Qué carajo le pasa a este hombre?—Sofía se quedó muda y enfurecida. De vuelta en la hab
Al día siguiente, en el hospital, Sofía recibió una llamada de Francisco justo después de finalizar una intervención quirúrgica. —Te están investigando—le dijo—. Y esa gente es muy buena. No puedes ocultar tu ubicación en el país durante mucho más tiempo. Sofía estaba intrigada. —No pasa nada, Francisco. ¿Y qué si me descubren? No hay nada que ocultar. —Creía que no querías que Julio descubriera quién eres en realidad—dijo Francisco en tono juguetón. Sofía sonrió con indiferencia. —En realidad no me importa que lo haga. Y si no pregunta, no sacaré el tema. Por las palabras de Francisco, sospechaba que era Julio quien la estaba investigando. Era muy posible. —¿Estás ocupada últimamente? Parece que tienes que operar todos los días—dijo Francisco. Como últimamente no ha estado en el país, no estaba al día con Sofía. —Sí, pero está bien. Me impide pensar demasiado y me ayuda a distraerme. Hablaron un rato más antes de despedirse. Sofía se disponía a continuar con su traba
Se miraron el uno al otro durante un rato. Sofía vio un destello de odio en sus ojos. Estaba segura de que no había hecho nada contra él, y mucho menos nada que pudiera provocar su ira. ¿Cuál era el origen de su rabia? ¿Era Julio? En un instante, pareció comprender algo. —A mí tampoco me interesa Julio—respondió ella—. No sé qué rencor se guardan el uno al otro, pero yo no quiero saber nada. —No le demos más importancia. Estás pensando demasiado. Es sólo que me gustas—Dante volvió a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos. Su conducta alegre no se parecía en nada a la de alguien que querría matar a su propio padre. —Bueno, me temo que tengo que rechazar tu amabilidad—dijo. Dante no estaba enfadado. Se levantó, sonriendo. —No pasa nada. Aún hay tiempo. Creo que algún día conseguiré gustarte. Tras decir esto, salió del despacho antes de que Sofía pudiera replicar. Sofía se quedó sin habla. Vaya día. Tenía otra cirugía programada para esa tarde. Justo cuando se disp