—¿Qué hará con la niña? —preguntó Shirley. La mención de Abigail Smith, lo irritó aún más. William sintió que la frustración lo envolvía. Sin pensarlo dos veces, respondió a Shirley con un tono frío y cortante: —No es asunto tuyo, Shirley. Yo me ocuparé de eso —dijo ese CEO, con desdén. Shirley, que estaba al otro lado de la línea, frunció el ceño, sorprendida por la brusquedad de su jefe y también… amante. La voz de la mujer tembló ligeramente. —Señor Johnson, pero… William no le dio tiempo a terminar… Colgó el teléfono de un golpe, sintiendo cómo la irritación se acumulaba en su pecho. —M@ldita sea… —soltó ese hombre rubio. Que marcó rápidamente el número de la mansión. El tono sonaba en su oído, y su mandíbula se tensaba con cada repetición de ese "biip". Cuando el mayordomo contestó, su voz sonó dura y decidida: —Envía a alguien al hospital por la niña —ordenó, con un tono que no admitía discusión—. Una vez que llegue, enciérrala en una ala de la mansión, lo suf
✧✧✧ La mañana del día siguiente. En Roma. ✧✧✧ El automóvil se detuvo. Un guardaespaldas de traje oscuro bajó del asiento copiloto y abrió la puerta trasera. —Hemos llegado, señorita —avisó el hombre. Kathia Cárter descendió del vehículo. Vistiendo un elegante traje tres piezas de falda, color melocotón. La mujer suspiró, siendo consciente de su objetivo del día, que hacía que su corazón latiera aceleradamente, seguidamente, comenzó a subir los escalones al interior del glamuroso edificio de arquitectura renacentista. Al entrar, el aroma de perfumes y el suave murmullo de las conversaciones llenaban el ambiente. Kathia se sintió un poco más tranquila al ver a su amiga Marina esperar en la entrada, con una radiante sonrisa que iluminaba su rostro. —¡Kathia! —exclamó Marina, acercándose con energía—. ¡Estás espectacular, qué elegancia!~ —Gracias —respondió Kathia, sintiendo que sus mejillas se sonrojaban—. Espero que no me agote demasiado para probarme "cosas". —Bueno. No pu
En el café, Kathia se sintió un poco fuera de lugar. Las risas y conversaciones la llenaban de tensión, pero ella solo tenía ojos para la mesa en la esquina donde sabía que su padre había estado los últimos días. Se sentó, intentando controlar su pulso acelerado. Sus manos temblaban ligeramente mientras jugueteaba con el borde de la servilleta. "He llevado esto demasiado lejos… ¿Por qué tengo este sentimiento de culpa?" "Siento que le estoy dando la espalda a… Ese hombre… Giovanni… Él…" Pensó la mujer. Sin embargo, no quería huir de sus problemas familiares. No cuando se trataba del hombre que amaba y la crío, su papá. Había tenido una pelea feroz con él en Los Ángeles, un enfrentamiento que había dejado su corazón roto. Era un recuerdo vívido; las palabras hirientes, las miradas de decepción. Miró hacia la puerta y, de repente, lo vio. El doctor Cárter entró, con su cabello castaño canoso y su porte serio. Kathia se encogió en su silla, temiendo que él la reconociera. El
La profesora Kathia se quedó en silencio, intentando procesar las palabras de su padre. Él estaba arrepentido. Su mirada era un claro pedido de perdón por su error. Recordó el dolor que sintió tras la bofetada que le dio, pero también el hecho de que era su padre. Si ella había hecho tanto para verlo, era porque… ¡No podía engañarse a sí misma! Asintió levemente. —¿Cuánto tiempo más te quedarás en Roma? —preguntó Kathia, con un hilo de esperanza. El doctor Cárter exhaló, sintiendo un escalofrío que le recorría el cuerpo. ¿Qué pasaría con él al llegar a Los Ángeles? —No me quiero rendir. Solo tengo una semana aquí y, afortunadamente, te he podido ver a tiempo, hija —dijo con voz firme, levantándose del sillón y acercándose a Kathia—. ¿Realmente vas a casarte con Giovanni Andreotti? Kathia levantó la mirada. Su padre no parecía preguntar para informar a William, sino que se mostraba genuinamente preocupado. —Es mi prometido —respondió ella, sin rodeos. —Oh vamos, hija. No ti
—Me alegra mucho saber que se encuentra bien, señor Johnson —dijo Kathia. Su padre hizo un gesto para que se sentara en la silla. Confundida, Kathia arqueó una ceja y dudó. Sin embargo, la insistencia de su padre la llevó a exhalar y dirigirse a la silla acolchada junto a William. —Verás, hija. El señor William Johnson, es un hombre de buen estatus, director ejecutivo de una empresa, y está soltero… Así que le he contado de ti —dijo el doctor Cárter con una sonrisa—. He concertado una cita. Kathia arqueó ambas cejas, sorprendida. Miró a su padre y luego a William, antes de volver a girar la cabeza hacia su papá. —¿Es en serio? Pero papá, yo no necesito una relación. Estoy concentrada en mi carrera y… El doctor Cárter levantó una mano, pidiéndole que se detuviera. —No quiero forzarte, señorita Cárter —dijo William con amabilidad—. Simplemente, tómalo como algo casual, sin ningún tipo de obligación. Será solo una cita. Si no te agrado, no tienes que repetirlo. Kathia suspiró, si
Giovanni Andreotti entró a la habitación con una confianza que llenaba el espacio. Su porte imponente y la forma en que cada paso resonaba en el suelo hacían que Kathia, retrocediendo, terminara apoyada contra la pared, y sintiera la tensión, acelerando los latidos de su corazón. "¡Por un demonio! ¡¿Cómo se dio cuenta?!" Pensó ella… En su ingenuidad. La mujer castaña intentaba ocultar su nerviosismo, pero su corazón latía con fuerza, traicionando su fachada de calma. —¿Creías que un simple disfraz te haría invisible para mis hombres, mi linda profesora? —dijo Giovanni, su voz suave pero firme, mientras se acercaba a ella con una sonrisa pícara y llena de altivez, que desafiaba la resistencia de la mujer. Kathia lo miró fijamente… ¡No le gustaba mostrarse débil ante nadie! —No soy un objeto que puedas controlar, Giovanni. No hice nada malo, solo me reuní con mi padre, no es un maldito delito, ni una falta a ninguna cláusula del contrato —dijo la profesora, que aunque intentab
✧✧✧ Más tarde. Esa misma noche en Roma. ✧✧✧ El restaurante era un verdadero tesoro escondido en una de las calles de Roma. Las luces tenues creaban un ambiente íntimo y acogedor, mientras las velas parpadeaban sobre las mesas elegantemente vestidas con manteles blancos. El aroma de la cocina italiana envolvía el lugar, y los sonidos de conversaciones suaves animaban el espacio. Kathia Cárter se acomodó en su silla, luciendo más hermosa que nunca con un vestido turquesa que realzaba su figura. Mismo que tras un baño en el hotel, encontró listo y esperando por ella, junto a una elegante mujer que la ayudó con su peinado y maquillaje. Maldijo… ¡Maldijo a ese hombre y sus detalles!, le molestaba lo meticuloso y perspicaz que era, y al mismo tiempo… Ahí estaba ella, queriendo conocerlo más, quizá por curiosidad… Al menos, así pensaba la profesora. Giovanni, a su lado, parecía un verdadero caballero con su traje oscuro que acentuaba su imponente presencia. El menú era un des
—Estoy en mi tercer mes, y aunque estoy emocionada, también me siento un poco abrumada —sonrió con dulzura la mujer castaña, mirando fijamente el platillo de comida. Giovanni la observó con atención. —¿Abrumada? —dijo él, dejando claro su deseo por saber más. —Es complicado. A veces me siento feliz, pero otras veces me asusta la idea de ser madre, nunca he tenido bebés, todo es nuevo y… Especialmente porque no son tus bebés, temo que se descubra cuando nazcan y claramente no se parezcan a ti —dijo ella, sintiendo un nudo en la garganta. ¡No entendía porqué de pronto empezó a abrirse tanto con ese hombre! ¿Qué tenía él que la relajó hasta ese punto? Giovanni mantuvo su mirada fija en ella, como si cada palabra que decía tuviera importancia, y fuera merecedora de atención. —No le des importancia a ese hecho. El tiempo pasa rápido, y deberíamos empezar a pensar en todo lo que necesitarás para recibir a los mellizos. En un mes tienes otro ultrasonido, y estaré ahí también. J