✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧ Kathia despertó en su habitación matrimonial, rodeada por las suaves sábanas blancas que la envolvían cálidamente. La luz del nuevo día se filtraba a través de la ventana, iluminando el espacio. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras su mirada se perdía en el techo. —Me ama… —susurró para sí misma, como si aún le costara creerlo. Era un pensamiento que la llenaba de alegría; el hombre con el que se había casado, ese del que estaba perdidamente enamorada, le había confesado que sus sentimientos eran recíprocos. La emoción la envolvía. Con cuidado, Kathia comenzó a sentarse en la cama. Sus ojos se posaron en el anillo de matrimonio que brillaba junto al de compromiso en su dedo anular izquierdo. Con su otra mano, lo tocó suavemente, sintiendo la conexión que la unía a Giovanni Andreotti. En su mente, los recuerdos de esos intensos momentos juntos en la terraza, emergieron, y la memoria de cómo habían compartido su amor hizo que el c
✧✧✧ Esa misma mañana en la ciudad de Nápoles. ✧✧✧ El sol apenas comenzaba a asomarse en Nápoles, tiñendo el cielo con tonos suaves. En un lujoso departamento con vista al mar, Stéfano Rinaldi se preparaba para su viaje a Los Ángeles. Su cabello castaño brillaba con la luz matutina mientras organizaba su maleta con precisión. Cada accesorio colocado en su lugar. Era un hombre de negocios, un abogado que no dejaba nada al azar. Mientras se concentraba en sus cosas, un sonido interrumpió su rutina: el comunicador desde el exterior del edificio. Biiiip~ biiiip~ Stéfano frunció el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y molestia. Al presionar el botón, la voz de una mujer resonó. —Buen día. Soy Marina Davis —dijo ella con un tono que intentaba ser seguro. Stéfano se quedó en silencio por un momento, reconociendo el nombre. Era la mujer a la que debía proteger: una misión que le había encargado Giovanni. Sin pensarlo, tomó el teléfono y llamó a uno de sus hombres. —¿Cómo es
Giovanni caminaba por el pasillo de la oficina, el sonido de sus zapatos resonando en el suelo de mármol pulido. La luz del día se filtraba a través de las ventanas. Detrás de él, la secretaria lo seguía de cerca, sosteniendo una tableta digital. —Señor Andreotti —dijo la mujer, levantando la vista de la tableta por un momento—. La siguiente reunión es a las tres. Además, tienes que revisar los informes de la nueva campaña antes de eso. Él asintió levemente, sin prestar demasiada atención a sus palabras. La mente de Giovanni estaba en otro lugar. Al abrir la puerta de su oficina, fue recibido por el aire fresco de un ambiente que debería haber sido reconfortante, pero que, en cambio, le resultaba opresivo. Al encender el equipo, la pantalla iluminó su rostro, revelando una expresión de creciente preocupación. Los reportes sobre William Johnson estaban ahí, claros y directos: el CEO Johnson había viajado de Roma a Nápoles, y había estado en el departamento de Valentina Bianch
—¿Papá? —preguntó Kathia de inmediato al contestar la llamada, su voz llena de ansiedad. —¡Hija! —gritó don Allan Cárter, su tono lleno de urgencia—. ¡No hagas caso a nada de lo que él te pida! ¡Deja que… UGH! —de repente, un fuerte golpe resonó y la voz del doctor Cárter se cortó abruptamente. —¡¡¡PAPÁ!!! —gritó Kathia, la angustia apoderándose de ella—. ¡¿PAPÁ ESTÁS AHÍ?! ¡PAPÁ, DIME ALGO, LO QUE SEA! —su voz comenzó a quebrarse, y su mano temblorosa no pudo sostener el teléfono. ¡CLANK! El móvil se le escapó de las manos y cayó al suelo, rompiéndose. Kathia se agachó, cayendo de rodillas en el frío piso de la sala, con la luz naranja del atardecer filtrándose a través de las ventanas, iluminando su figura en un cuadro desolador. —¿Papá…? —preguntó en un susurro, su voz apenas audible. Tomó el teléfono roto, cuya pantalla aún brillaba a pesar del daño, y lo acercó a su oreja. Escuchó una risa burlona. —Sí. Era tu "papito", el hombre que te crió. Pero… nunca volverás
Una y otra vez… Giovanni Andreotti había reproducido el audio de la conversación entre su esposa y su exesposo. Sentado en la limusina, exhalaba el humo de su cigarrillo mientras las luces de Nápoles parpadeaban a través de los cristales polarizados. No podía creer lo que escuchaba. La idea de que su esposa estuviera dispuesta a traicionarlo lo llenaba de incredulidad. A pesar de que sus hombres le advertían que ella lo iba a traicionar, su corazón se negaba a aceptar esa realidad. Necesitaba verla. Quería hablar con ella, mirar esos hermosos ojos avellana y buscar cualquier señal de mentira en su mirada. Finalmente, la ciudad quedó atrás. Giovanni, vestido con un traje oscuro y una gabardina negra, bajó de la limusina. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar. Pero no podía dejarse llevar por la ira. No se perdonaría si algo le sucedía a Kathia y a los bebés por su enojo. Aunque ella pudiera ser una traidora, una mentirosa que lo había utilizado, au
Kathia sintió la tensión que emanaba de Giovanni. Ella avanzó un paso, acortando la distancia entre ellos, y lo abrazó con fuerza. —Le mentí al idiota… ¿Cómo puedes desconfiar de mí? ¿Sabes cuánto me duele?, Gio… Te elegí a ti —levantó la mirada, casi suplicando en silencio que él le prestara atención. Giovanni la miró, sus ojos fijos en los de ella—. Te elegí, mi amor. Te elijo, y siempre te elegiré… —Se puso de puntillas y se aferró a su alto cuerpo, besando sus labios suavemente. Al principio, él no correspondió. Él la observaba, como si intentara descifrar cada palabra, buscando la verdad o la mentira en su mirada. —¿No me crees? —preguntó Kathia, su voz quebrándose. —Te creo —respondió Giovanni, besándola de regreso. Se detuvo por un momento, sus labios a centímetros de los de ella—. Lo siento, y… —¿Y…? —preguntó ella, disfrutando lentamente del sabor de sus labios—. Tengo que desnudarte, no me gusta que huelas a tabaco… Es malo para mis bebés. —Nuestros —la corrió él, qui
>>> Kathia Andreotti: Abrí la puerta del cuarto de baño, intentando recuperar la compostura. Me había limpiado el whisky que se había adhirido a mi piel cuando Giovanni se acercó a mí. Pero, al alejarme de él, lo hice con un impulso torpe, solo quería ganar tiempo, que él saliera de la habitación y bajara a cenar. Necesitaba un momento a solas. Eso creía en ese instante. Estaba molesta, pero al mismo tiempo… ¡Dios mío, ese hombre me derrite! ¿Cómo podía evitarlo si se acercaba de nuevo? Sentía mi corazón latir desbocado. Sí, el maldito me había mentido. Pero… ¿qué había hecho realmente de malo? Me había quitado la venda de los ojos para mostrarme quién era realmente mi ex. Me había librado del peso de un futuro lleno de sufrimiento, alejada de un hombre al que creía que era el padre de mis hijos. Mis ojos avellana recorrieron la habitación, buscándolo. Pero no lo vi… al menos no al principio. Las puertas del balcón estaban abiertas, dejando entrar una brisa fresca.
>>> Kathia Andreotti: Sus ojos grises se posaban sobre mí con una intensidad que me dejaba sin aliento, y una media sonrisa seductora se dibujaba en sus labios, como si supiera el poder que ejercía sobre mí con esos simples gestos. Era simplemente él. —No. Voy a respetar las decisiones de mi esposa, no me aprovecharé de ti —dijo, su tono juguetón contrastando con la seriedad de su rostro. Mi corazón se hundió ante esas palabras. ¿Acaso estaba intentando humillarme? ¿Esperaba que me retractara, que me arrodillara y gritara al mundo cuánto lo amaba? ¿Que él era mi adicción, mi perdición? Y así, comenzó a alejarse, dejando un vacío helado en el aire. ¿De verdad se iría? ¿Era posible que no hiciera nada? Tal vez estaba cansado, pero en el fondo sabía que este hombre estaba jugando conmigo. No iba a dejar que hiciera lo que quisiera… No, señor Andreotti, aquí mando yo. —¿A dónde crees que vas? —le pregunté, con una voz seductora, mientras me sentaba en la cama y lo retenía de