En el cielo, las primeras estrellas comenzaban a pintar el cielo de un delicado tono plateado. Mientras tanto, a bordo de una camioneta blindada, Matt Stay se encargaba de llevar a su familia a un nuevo destino, lejos de esas personas que trataron de romper por medio de la fuerza la felicidad que tanto a él, como a su esposa, les había costado tanto trabajo ir construyendo.
— ¿A dónde vamos, papá? —preguntó un somnoliento Demian, con los ojos entrecerrados.
—Vamos hacia un nuevo hogar. Lejos de esas personas malas que sólo querían hacernos enojar—respondió papá, sin levantar los ojos del volante ni por un segundo.
— ¿Y por qué nos querían hacer enojar ellos? ¿Les hicimos algo malo? —cuestionó el niño
—Pues porque hay mucha gente envidiosa que no soporta ver que los demás sean felices—interru
MrYoungOmen fue el nombre que Demian eligió para darse a conocer en el mundo competitivo de los videojuegos. A muchos se les hacía increíble que un chico que apenas había cumplido los diez años de edad tuviera una hablidad tan grande para los videojuegos. Apenas aprendió se graduó del jardín de niños, les pidió a sus papás le compraran la consola más cara del momento. Obviamente, se negaron, pensando que un niño tan pequeño seguramente la destrozaría en poco tiempo. Pero como él era buen alumno, accedieron a comprarle una consola portátil un poco más económica. El pequeño de sonrosadas mejillas no tardó mucho en convertirse en un completo experto de los sencillos juegos que sus papás le habían comprado para que se fuera iniciando en el mundo del gaming.A pesar de que mamá le había dicho que no quer&iacu
En Santa Rosita había dos formas de sobrevivir. O te ibas de allí cuando pudieras, o hacías lo que fuera (legal o ilegal) para poder llevarle un poco de comida a tu familia. No en vano, los viajeros evitaban pasar por allí cuando iban en camino a la capital y los camioneros daban grandes rodeos para no pisar esos lares. Era tierra brava; una comunidad fundada originalmente por aquellos ex convictos y prostitutas a los que el feroz avance de la mancha urbana los había forzado a asentarse en un agreste páramo, lejos de esas “buenas conciencias” que no dudan hacer cara de asco cuando se les acercan aquellos menos favorecidos que ellos. Y a pesar de que había pasado ya casi un siglo desde su fundación, poco había cambiado en Santa Rosita. El poblado seguía siendo refugio de una inmensa fauna de malandrines y marginados sociales por igual, que se acercaban al sitio, atraídos por una ausen
Toda la vida, Mateo había jugado del lado de los rechazados por la sociedad. Desde que era un pequeño ladronzuelo al que nadie le veía futuro en la vida, pasando por ser un empleado de poca monta, hasta llegar a ser un ex convicto. Pero esa historia tan oscura, había quedado atrás. Con su nueva identidad, él había tenido una oportunidad de renacer que pocos tenían. De ser un chico considerado como un desperdicio de la sociedad por la mayoría de sus profesores, había sabido cambiar su destino y el de la mujer que más amaba utilizando su inteligencia y sagacidad. Sin embargo, desde hacía unos días, una sombra insistía en empañar su felicidad. Un remitente anónimo le estaba enviando mensajes con cosas como “¿Qué se siente tener las manos manchadas de sangre?” “Un cobarde homicida lo va a ser hasta que se muera” “¿Ya lo saben
El vecindario lucía en una calma total. Los Stay todavía se encontraban dormitando, producto de la gran fiesta de Año Nuevo que habían realizado apenas unas horas antes. La celebración había sido tan majestuosa, que incluso un par de revistas de sociales de la región acudieron para poder redactar notas al respecto. No cualquiera estuvo invitado. Sólo asistieron los socios más cercanos de Matt y algunas damas que Anne había tenido el gusto de conocer en sus múltiples visitas de fin de semana al club de campo. Para asegurarse que todo mundo quedara más que impresionado con la fiesta, los Stay se tomaron el tiempo de contratar a un exclusivo servicio de catering. Nada de botanas corrientes. Sólo canapés con los rellenos más elegantes, como salmón de Alaska o quesos importados con aceitunas. Mientras los adultos tomaban unos tragos, los pequeños correteaban entre s&iacu
Un copo de nieve caía en el porche de la familia Stay. Pronto todas las flores del inmenso jardín familiar se encontrarían cubiertas por un delicado manto de color blanco. Antes de lo que todo mundo de diera cuenta, sería época de guerras de nieve, bebidas calientes, y sobre todo, de festejar un año más junto a los seres queridos. Con muy buen ánimo, los más pequeños de la familia, Liz y Demian, se enfundaron en sus gruesos abrigos, se pusieron bufandas y guantes, y se dispusieron a salir a dar un pequeño paseo con Mimi, la perrita de la familia. Sin embargo, mamá los frenó en seco.— ¿A dónde creen que van con tanta prisa, niños? —los cuestionó ella, tomándose unos segundos para acomodar sobre sus diminutos ojos azules sus anteojos.—Oh, Umm…—tartamudeó Liz, mirando hacia abajo, no pudiendo evitar sentirse
Cuando apenas comienzas a vivir, no hay diversión y al mismo tiempo, tormento más grande que el dedicarte al pensar en el mañana. Eso lo sabían Tania, Kim y Mariela, sin embargo, aprovechando que la maestra había salido al baño, se encontraban hablando un poco sobre el futuro, para distraerse del hecho de que estaban en grandes problemas porque la maestra las había cachado a las tres pasándose las respuestas del examen final del bimestre y les había dejado algunos problemas para resolver durante el receso. — ¿A ti que te gustaría ser de grande—preguntó Tania a Kim, que parecía, como de costumbre, encontrarse perdida dentro de sus propios pensamientos. — ¡Ay, no sé! —Respondió la jovencita de ojos azules—Lo único de lo que estoy segura es que me gustaría ser rica, muy rica. Pero sobre todo cambiarme el nombre lo antes posible ¡Asco llamarme Kimberly! — ¿Y qué tiene de malo que te llames Kimberly? —Interrumpió Mariela, dejando de ensortijarse el cabello c
Mateo no podía evitar sentirse orgulloso de sí mismo. Y francamente, no era porque se hubiera conseguido un trabajo mal pagado como capturista en una pequeña fábrica de vasos de plástico, ya que él estaba seguro de que la vida pronto le daría la oportunidad de salir de allí con un empleo mucho mejor. Se sentía orgulloso porque por primera vez en la vida, la gente no lo miraba hacia abajo. Sí, era cierto. Todavía no tenía el mismo nivel de respeto que la gente les da generalmente a los políticos o a los empresarios. Todavía no tenía una casa a nombre de su esposa ni un auto propio. Pero por lo menos, la gente ya no huía al verlo. Al encontrárselo enfundado en un traje en la parada del autobús o en el metro, las personas eran a veces, incluso amable con él, o por lo menos, lo hacían sentir como un ciudadano más. No se lo había dicho
Anne Stay era una mujer seria, pero sin duda alguna, sabía tener sentido del humor cuando era necesario. Por ejemplo, cada año, ella y su esposo acompañaban a los niños en Halloween a pedir dulces, y no tenían reparo alguno en usar los más ocurrentes disfraces. Por ejemplo, el año pasado él se había disfrazado de cepillo de dientes, mientras que ella había enfundado sus bien formadas curvas en un atuendo en forma de envase de dentífrico. Pero así como sabía reír en los momentos justos, la diminuta rubia también sabía sacar las garras como una leona cuando la situación lo ameritaba. Y al ver que su pequeña Liz llegaba llorando de la escuela, supo que esa era una de esas situaciones.— ¿Qué te pasa, muñequita? ¿Por qué las lágrimas?—le preguntó Anne a su hija, acariciando con ternura el lloroso