Al llegar la tarde cenaron sin mucha hambre. La mente de Daniel continuaba sumida en laberintos que parecían no conducirlo a algún lugar. Los problemas lo absorbían, a pesar de que había puesto la demanda, ahora quedaba de parte del Ministerio Público hacer formal todo, irían a un juicio y el asunto acabaría dependiendo de qué tan rápido avanzaran los temas burocráticos. A veces esperar a la actuación de otros conllevaba a la ansiedad. Poco pudieron conversar esa noche durante la comida. Al parecer, era cierto eso de que la luna de miel no era más que una idílica burbuja en la que viven los enamorados, y que una vez que esta se acababa tocaba volver al mundo real.Katherine lo acompañó por un rato en la biblioteca mientras que leía el libro que Eduardo le había regalado y él repasaba unos papeles en el escritorio.—Voy a dormir —avisó ella después de un bostezo.—¡Esta bien, Ángel! Yo daré una última vuelta a los alrededores antes de acostarme. Descansa. —Se levantó y le dio un beso.
Katherine bajó a prepararse el desayuno; un sándwich de jamón y queso, café y jugo de naranjas frescas. Buscó en qué ocupar su ocio luego de llamar a casa de su padre, para preguntar por Anna y si había enviado ya su carro y algunas de sus pertenencias que mandó a recoger para que se las llevaran a la hacienda. Aunque no pudo hablar mucho con Anna, estaba feliz de que hubiera regresado a casa de su padre.No tuvo mucho que hacer. Así que deambuló por toda la casa sin saber muy con qué entretenerse, pasó por el gimnasio que quedaba en un chalé apartado de la casa, colocó música a todo volumen para llenar el vacío que se apoderaba de todos lados a los que ella iba.Extrañó a Daniel cada minuto. Pasadas las diez de la mañana, su teléfono sonó y corrió como loca, desde la cocina a la biblioteca en donde recordaba haberlo dejado.Cuando llegó hasta el aparato, este había dejado de repicar. Sonrió como una idiota al ver que la llamada perdida era de Daniel y justo cuando iba a devolver la l
Daniel la miró a través del retrovisor, permanecía con el rostro rígido y los ojos de ángel-demonio tras las gafas le impedían ser devorado por ellos.—Kat..., yo.—Baja rápido esas estúpidas maletas.—¿De verdad, así va a terminar nuestro viaje? —inquirió él molesto, mientras que cerraba la puerta de un sonoro golpe.Ella resopló y miró hacia otra dirección. Cuando él abrió el maletero, ella se hizo con su maleta y continuó su camino. Se sentó a esperar que fuera anunciado el vuelo y fingió ver un programa en el televisor.—¿Quieres desayunar? —Daniel preguntó mirándola fijo.—No. —Negó también con la cabeza.—Bien, como quieras. Yo iré a comer algo. —Se levantó para marcharse y darle su espacio, se estaba hartando también del juego.—¡Daniel! —Ella lo detuvo tomándolo de la mano—. ¡Discúlpame! Sabes que no es contigo que estoy molesta. Es más no debería de molestarme, yo…—Entiende algo, Kat. Stefanía parece ser una buena muchacha y es o era la novia de mi mejor amigo. A Luis lo con
Al llegar la tarde cenaron sin mucha hambre. La mente de Daniel continuaba sumida en laberintos que parecían no conducirlo a algún lugar. Los problemas lo absorbían, a pesar de que había puesto la demanda, ahora quedaba de parte del Ministerio Público hacer formal todo, irían a un juicio y el asunto acabaría dependiendo de qué tan rápido avanzaran los temas burocráticos. A veces esperar a la actuación de otros conllevaba a la ansiedad. Poco pudieron conversar esa noche durante la comida. Al parecer, era cierto eso de que la luna de miel no era más que una idílica burbuja en la que viven los enamorados, y que una vez que esta se acababa tocaba volver al mundo real.Katherine lo acompañó por un rato en la biblioteca mientras que leía el libro que Eduardo le había regalado y él repasaba unos papeles en el escritorio.—Voy a dormir —avisó ella después de un bostezo.—¡Esta bien, Ángel! Yo daré una última vuelta a los alrededores antes de acostarme. Descansa. —Se levantó y le dio un beso.
Katherine bajó a prepararse el desayuno; un sándwich de jamón y queso, café y jugo de naranjas frescas. Buscó en qué ocupar su ocio luego de llamar a casa de su padre, para preguntar por Anna y si había enviado ya su carro y algunas de sus pertenencias que mandó a recoger para que se las llevaran a la hacienda. Aunque no pudo hablar mucho con Anna, estaba feliz de que hubiera regresado a casa de su padre.No tuvo mucho que hacer. Así que deambuló por toda la casa sin saber muy con qué entretenerse, pasó por el gimnasio que quedaba en un chalé apartado de la casa, colocó música a todo volumen para llenar el vacío que se apoderaba de todos lados a los que ella iba.Extrañó a Daniel cada minuto. Pasadas las diez de la mañana, su teléfono sonó y corrió como loca, desde la cocina a la biblioteca en donde recordaba haberlo dejado.Cuando llegó hasta el aparato, este había dejado de repicar. Sonrió como una idiota al ver que la llamada perdida era de Daniel y justo cuando iba a devolver la l
Subió hasta su habitación o, mejor dicho, a la que antes usaba y desenfundó la hermosa guitarra que Daniel le había regalado, tocó algunas canciones que se dio el lujo de cantar en voz alta. Más tarde se concentró en su diario para registrar lo que fueron sus últimos días de encuentro con el amor. Todo parecía marchar mejor que mucho tiempo antes en su vida.¿Qué podía salir mal? Un amargo sabor se instauró en su garganta. No tenía que pensar en eso.Casi con el descenso del Sol, llegaron tanto Marina como su sobrina Alicia. Se acomodaron cada una en sus lugares y pronto la casa comenzó a sentirse menos sola. Las escuchó a ambas moviendo cosas en la cocina, por lo que entró a la biblioteca para intentar leer un libro, entonces vio su celular olvidado en la mesa junto al computador.—Con razón no he recibido ninguna llamada —murmuró mientras encendía la pantalla del aparato.Tenía tres mensajes de Daniel y unas ocho llamadas perdidas. Puso cara de preocupación, debía responderle si no
La intuición de Daniel era correcta. Katherine no le había dicho la verdad y se hubiera preocupado pensando en un sinfín de cosas que pudieran estar mal en la hacienda luego de los últimos acontecimientos. Sin embargo, después de hablar con Eduardo, pudo quedarse tranquilo. El veterinario le aseguró que su rebelde esposa estaba bien.¿Entonces lo que ella le ocultaba tenía que ver con que se estaba arrepintiendo del giro que tomó su relación? Pero ¿por qué? Él no se había sentido tan feliz en mucho tiempo, como ahora que de una manera irrisoria se encontraba enamorado de aquella joven alocada y rebelde.Se negó a seguir cavilando en ese tema. Cerró la llave de la ducha en su cuarto de hotel, cuando escuchó golpes en la puerta.—Voy… —respondió colocándose la toalla alrededor de la cintura—. Un momento.Lo que nunca se esperó fue que al abrir la puerta se encontraría con la última persona que deseaba ver en el mundo.—¡Hola, querido! —Ivette ignoró el rostro de piedra de Daniel—. Dios,
Katherine pasó toda la noche dando vueltas en la cama, en su interior sabía que no podía dormir como si nada. Aquella foto logró perturbarla y seguía rondando en su pensamiento la sempiterna pregunta.¿Por qué él seguía conservando aquella foto?Todo era reciente entre ellos como para que ella se obsesionara con el pasado de su esposo, sin embargo, evitarlo no estaba contemplado. En algún momento, tendrían que hablar de aquella mujer y su frustrado intento de matrimonio.Logró dormirse ya casi con el canto del gallo, para cuando se desperezó entre las sábanas eran pasadas las nueve de la mañana y estaba tan cansada como el día en que volvieron del viaje.Revisó su teléfono, y debió enfrentarse a la desilusión, no tenía ninguna llamada. Tomó la toalla y se metió en el baño para ducharse antes de bajar a desayunar. Se vistió con un pantalón de jean marrón, una camisa sin mangas y botas, recogió su cabello en una trenza.—Buenos días, Marina —saludó con una sonrisa al entrar en la cocina