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Eduardo movía los dedos desesperados sobre la mesa, mirando con furia a su madre, Yolanda.Habían pasado días desde la lectura del testamento, pero su rabia seguía hirviendo como lava.—¿Cómo puedes ayudarme? —preguntó con un tono cortante, como si cada palabra estuviera impregnada de reproche.Yolanda, aunque altiva por fuera, sentía la presión en su pecho. No podía permitir que su hijo, su único hijo, se hundiera. Apretó su taza de café, incapaz de sostener la mirada inquisitiva de Eduardo.—¡Maldito sea Santiago Aragón! —escupió, sin importarle si alguien más la escuchaba—. Espero que arda en el infierno. ¿Cómo pudo dejar solo cinco millones de euros para tu padre?Eduardo golpeó la mesa con el puño, su rabia finalmente explotando.—¡¿Padre?! ¡Ni siquiera lo llames así! Él no es mi padre, y tú lo sabes muy bien, todo es tu culpa —sentenció rencoroso.Yolanda tragó saliva, pero no retrocedió.Extendió una mano para intentar calmarlo, pero Eduardo la rechazó con un gesto brusco.—Hij
Franco sostuvo los resultados en sus manos por unos segundos, como si el papel pesara tanto como las emociones contenidas en ese instante.Finalmente, con una mezcla de alivio y determinación, los extendió hacia Suzy. Ella los tomó con manos temblorosas, y al leerlos, sus ojos se abrieron desmesuradamente, reflejando incredulidad y rabia.Levantó la mirada hacia Claudia, quien permanecía frente a ellos con una sonrisa nerviosa que apenas podía sostener.Suzy sintió que una furia contenida ardía en su pecho. ¿Cómo era posible que alguien pudiera mentir con tanta descaro?—¡Deja tus mentiras y falsedades, Claudia! —exclamó Suzy con una voz firme, que resonó incluso más fuerte que el bullicio de los curiosos alrededor—. ¿Cómo puedes ser tan cruel?Franco, aun con los resultados en la mano, alzó la voz para apoyar a Suzy:—¡Es negativo! —anunció, dejando caer las palabras como un golpe final—. Tu hijo no es mío, Claudia. ¿A quién intentas engañar?El rostro de Claudia palideció en un insta
Cuando Franco regresó al auto, una chispa de misterio iluminaba su mirada.—¿A dónde vamos? —preguntó Suzy, intrigada, aunque una leve ansiedad teñía su voz.Él sonrió apenas, dejando entrever su emoción contenida.—Ya verás, te va a encantar.Suzy no pudo evitar sentir el cosquilleo de la incertidumbre.El camino fue largo, con el sonido del motor y el vaivén de las luces nocturnas como única compañía.Franco estaba en silencio, con una concentración casi solemne al volante.Suzy intentó descifrarlo, pero él se limitó a rozar su mano con la suya, transmitiéndole una tranquilidad que ella decidió aceptar, aunque el nerviosismo seguía latente.Después de dos horas de viaje, el auto finalmente se detuvo frente a una villa resplandeciente junto al mar. Las olas rompían contra la orilla con un ritmo sereno, y las estrellas parecían haber descendido para iluminar la escena.Cuando Suzy vio a Marella agitando la mano desde la entrada, su corazón se llenó de alegría.Abrió la puerta del auto
La mansión dormía bajo un cielo despejado, iluminada tenuemente por las estrellas.Marella y Dylan se retiraron a su habitación.Mientras tanto, en el jardín, Franco y Suzy permanecieron un poco más, envueltos en una conversación que apenas necesitaba palabras.Cuando finalmente subieron, Franco la acompañó hasta su habitación.Al llegar a la puerta, Suzy se detuvo y lo miró. Sus ojos buscaban respuestas que su mente aún no comprendía del todo.Un atisbo de duda cruzó su expresión.—¿Podemos esperar hasta la boda? —murmuró, con la voz apenas un susurro, como si temiera que el momento se rompiera.Franco esbozó una sonrisa cálida, comprendiendo inmediatamente lo que ella quería decir.Sus dedos rozaron suavemente su mejilla, una caricia que parecía hablar más que cualquier palabra.—Por ti, Suzy, esperaría toda la vida. Te amo, y esto… esto es real —dijo con una ternura que la envolvió por completo.Lentamente, se inclinó hacia ella.Sus labios se encontraron en un beso delicado, pero c
Al día siguienteEduardo estaba en ese restaurante elegante, rodeado de los hombres con los que había planeado su traición.La penumbra del lugar parecía hacer eco de su propia oscuridad interior.Frente a él, los diseños que había robado descansaban sobre la mesa, exudando una calidad innegable. Los hombres los examinaban con detenimiento, sus rostros iluminados por una codicia que a Eduardo le resultaba casi familiar.—¿De verdad estás dispuesto a hundir a tu propio hermano? —preguntó uno de ellos, sin poder ocultar su incredulidad.Eduardo se limitó a sonreír con frialdad.«No es mi hermano», pensó, con el veneno de viejos resentimientos alimentando su desprecio.—Hay personas que merecen esto —respondió al fin, su tono gélido pero seguro.Los hombres intercambiaron miradas rápidas, y sus expresiones se tornaron de satisfacción. Los diseños eran perfectos, brillantes, y el plan era tan audaz como lucrativo.—Muy bien, los compraremos. Debemos trabajar rápido, la Semana de la Moda de
Cuando Marella llegó a casa, Dylan la recibió con una mezcla de preocupación y ternura, pero al ver su expresión seria, supo que algo grave había sucedido.Marella se dejó caer en el sofá, con los brazos cruzados y la respiración entrecortada.—¿Qué ocurrió? —preguntó Dylan, arrodillándose frente a ella, buscando su mirada.Ella soltó un suspiro pesado antes de comenzar a hablar.—Eduardo… —empezó, su voz temblando de ira—. Hoy tuve un enfrentamiento con él. Fue más despreciable que nunca. Me humilló, como si tuviera derecho sobre mi vida, como si todo lo que ocurrió no fuera suficiente.El semblante de Dylan se endureció de inmediato. Sus ojos se oscurecieron con furia contenida mientras apretaba los puños.—¡Ese imbécil! —espetó, poniéndose de pie como si estuviera listo para enfrentarlo en ese instante—. No voy a permitir que siga haciéndote esto.Marella lo detuvo al tocar suavemente su mano. Una leve sonrisa cargada de ironía se dibujó en sus labios.—Tranquilo, Dylan. Creo que es
Dylan y Marella cruzaron las puertas del desfile con una presencia arrolladora.Sus pasos firmes y seguros parecían dictar el tono de la noche, mientras el brillo de las cámaras iluminaba sus rostros.Yolanda quedó atrás, inmóvil, con los labios temblorosos y el rostro marcado por una mezcla de humillación y decepción. Sus ojos seguían a Dylan, cargados de odio, mientras él ni siquiera se molestaba en mirarla.Dentro del recinto, el ambiente era un hervidero de emoción y anticipación.Dylan y Marella se sentaron en primera fila, flanqueados por Franco y Suzy de un lado, y por Miranda y Agustín del otro.La atención se centró en ellos, como si fueran la realeza del evento.Todo parecía ir sobre ruedas, hasta que Dylan notó a lo lejos la llegada de Eduardo, acompañado por Glinda y Máximo.La expresión gélida de Máximo era tan afilada como una cuchilla, mientras que Eduardo lucía una sonrisa socarrona que no prometía nada bueno.Franco fue el primero en reaccionar, inclinándose hacia Dyla
Glinda no podía controlar su desesperación. Sus pasos resonaban en la habitación mientras caminaba de un lado a otro, mordiéndose las uñas con ansiedad. Finalmente, marcó el número de Máximo con manos temblorosas. Él respondió casi de inmediato, su voz autoritaria sonó al otro lado de la línea.—Glinda, ahora no quiero hablar…—¡Por favor, debe salvar a Eduardo! —gritó ella con la voz quebrada, su pecho subiendo y bajando descontroladamente—. ¡Dylan lo secuestró! ¡Quiere matarlo!El silencio al otro lado fue ensordecedor, hasta que Máximo respondió con incredulidad.—¿Qué estás diciendo?Pero Glinda no esperó su reacción. Colgó abruptamente y salió corriendo del hotel, ignorando la punzada de dolor en su vientre hinchado. Sus piernas parecían de plomo, pero su miedo era más grande que el cansancio. Eduardo podía estar en peligro de muerte, y ella no iba a quedarse de brazos cruzados.***Eduardo fue llevado hasta una sucia bodega abandonada, Eduardo sentía cómo la adrenalina le fallaba