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Al día siguienteEduardo estaba en ese restaurante elegante, rodeado de los hombres con los que había planeado su traición.La penumbra del lugar parecía hacer eco de su propia oscuridad interior.Frente a él, los diseños que había robado descansaban sobre la mesa, exudando una calidad innegable. Los hombres los examinaban con detenimiento, sus rostros iluminados por una codicia que a Eduardo le resultaba casi familiar.—¿De verdad estás dispuesto a hundir a tu propio hermano? —preguntó uno de ellos, sin poder ocultar su incredulidad.Eduardo se limitó a sonreír con frialdad.«No es mi hermano», pensó, con el veneno de viejos resentimientos alimentando su desprecio.—Hay personas que merecen esto —respondió al fin, su tono gélido pero seguro.Los hombres intercambiaron miradas rápidas, y sus expresiones se tornaron de satisfacción. Los diseños eran perfectos, brillantes, y el plan era tan audaz como lucrativo.—Muy bien, los compraremos. Debemos trabajar rápido, la Semana de la Moda de
Cuando Marella llegó a casa, Dylan la recibió con una mezcla de preocupación y ternura, pero al ver su expresión seria, supo que algo grave había sucedido.Marella se dejó caer en el sofá, con los brazos cruzados y la respiración entrecortada.—¿Qué ocurrió? —preguntó Dylan, arrodillándose frente a ella, buscando su mirada.Ella soltó un suspiro pesado antes de comenzar a hablar.—Eduardo… —empezó, su voz temblando de ira—. Hoy tuve un enfrentamiento con él. Fue más despreciable que nunca. Me humilló, como si tuviera derecho sobre mi vida, como si todo lo que ocurrió no fuera suficiente.El semblante de Dylan se endureció de inmediato. Sus ojos se oscurecieron con furia contenida mientras apretaba los puños.—¡Ese imbécil! —espetó, poniéndose de pie como si estuviera listo para enfrentarlo en ese instante—. No voy a permitir que siga haciéndote esto.Marella lo detuvo al tocar suavemente su mano. Una leve sonrisa cargada de ironía se dibujó en sus labios.—Tranquilo, Dylan. Creo que es
Dylan y Marella cruzaron las puertas del desfile con una presencia arrolladora.Sus pasos firmes y seguros parecían dictar el tono de la noche, mientras el brillo de las cámaras iluminaba sus rostros.Yolanda quedó atrás, inmóvil, con los labios temblorosos y el rostro marcado por una mezcla de humillación y decepción. Sus ojos seguían a Dylan, cargados de odio, mientras él ni siquiera se molestaba en mirarla.Dentro del recinto, el ambiente era un hervidero de emoción y anticipación.Dylan y Marella se sentaron en primera fila, flanqueados por Franco y Suzy de un lado, y por Miranda y Agustín del otro.La atención se centró en ellos, como si fueran la realeza del evento.Todo parecía ir sobre ruedas, hasta que Dylan notó a lo lejos la llegada de Eduardo, acompañado por Glinda y Máximo.La expresión gélida de Máximo era tan afilada como una cuchilla, mientras que Eduardo lucía una sonrisa socarrona que no prometía nada bueno.Franco fue el primero en reaccionar, inclinándose hacia Dyla
Glinda no podía controlar su desesperación. Sus pasos resonaban en la habitación mientras caminaba de un lado a otro, mordiéndose las uñas con ansiedad. Finalmente, marcó el número de Máximo con manos temblorosas. Él respondió casi de inmediato, su voz autoritaria sonó al otro lado de la línea.—Glinda, ahora no quiero hablar…—¡Por favor, debe salvar a Eduardo! —gritó ella con la voz quebrada, su pecho subiendo y bajando descontroladamente—. ¡Dylan lo secuestró! ¡Quiere matarlo!El silencio al otro lado fue ensordecedor, hasta que Máximo respondió con incredulidad.—¿Qué estás diciendo?Pero Glinda no esperó su reacción. Colgó abruptamente y salió corriendo del hotel, ignorando la punzada de dolor en su vientre hinchado. Sus piernas parecían de plomo, pero su miedo era más grande que el cansancio. Eduardo podía estar en peligro de muerte, y ella no iba a quedarse de brazos cruzados.***Eduardo fue llevado hasta una sucia bodega abandonada, Eduardo sentía cómo la adrenalina le fallaba
Los gritos de Yolanda resonaron como un eco desgarrador por los pasillos del hotel, alertando a la seguridad.En cuestión de minutos, los empleados y algunos huéspedes comenzaron a rodear la escena, susurrando con curiosidad morbosa mientras observaban a Glinda inmóvil al pie de las escaleras. Las miradas de todos iban de la mujer herida a Yolanda, que no paraba de señalar con un dedo acusador a Marella.—¡Fue ella! —chilló Yolanda, con los ojos desorbitados y el rostro marcado por una furia implacable—. ¡Ella la empujó! ¡Esa mujer lanzó a mi nuera desde las escaleras!El tumulto creció de inmediato. Las murmuraciones llenaron el aire.Las palabras de Yolanda parecían un cuchillo afilado apuntando al corazón de Marella.Los desconocidos comenzaron a susurrar, sus miradas cambiaron de desconcierto a repulsión, como si ya la hubieran declarado culpable.Marella, paralizada, no podía dejar de temblar. Estaba abrazada a sí misma, ahogada por el pánico, hasta que sintió los brazos de Dylan
Dylan y Franco conversaban mientras caminaban por los pasillos del hotel, intentando digerir todo lo ocurrido. La tensión en el aire era palpable, como si un huracán acabara de arrasar con la tranquilidad de sus vidas.—¿Qué crees que haya pasado para que Glinda llegara y armara semejante escándalo? —preguntó Franco con el ceño fruncido.Dylan suspiró, frustrado.—No tengo idea, pero lo que sea que quieran ya no me importa.Sin embargo, antes de llegar a su habitación, un grito desesperado les cortó el paso.Giraron y se encontraron con Máximo, quien avanzaba hacia Dylan con los ojos desorbitados, casi fuera de sí.Sin previo aviso, Máximo lo sujetó violentamente por el cuello de la camisa, sacudiéndolo como si intentara exprimirle respuestas.—¡¿Dónde está tu hermano?! —gritó, la voz rota por la angustia—. ¡Dime dónde lo tienes! ¡Lo has secuestrado!El impacto de aquellas palabras golpeó a Dylan como un balde de agua helada.La náusea se apoderó de él, y el asco por las acusaciones de
Marella, Miranda y Suzy esperaban en silencio.El ambiente estaba cargado de tensión.Las tres mujeres permanecían sentadas en un rincón del hospital, con las miradas perdidas en un vacío que se llenaba de incertidumbre.Marella apenas podía contener su ansiedad, no quería que la bebé sufriera, quería que naciera sana y salva, su corazón palpitaba con fuerza mientras acariciaba instintivamente su vientre, buscando consuelo en la vida que crecía dentro de ella.Miranda, por su parte, miraba con desdén a Yolanda, quien, lejos de mostrar algún atisbo de emoción, mantenía una expresión gélida, inmersa en sus propios pensamientos.—¿Qué sabes de Eduardo? —preguntó Yolanda por enésima vez, rompiendo el incómodo silencio.Miranda suspiró, exasperada.—Ya te lo dijimos, no sabemos nada más.Yolanda apretó los labios y apartó la vista, claramente frustrada.Horas después, apareció el doctor. Su rostro mostraba una mezcla de cansancio y satisfacción profesional.—La bebé ha nacido —anunció—. Pe
—¡Llamen a una ambulancia! —gritó Dylan, su voz quebrándose mientras presionaba con fuerza la herida de su padre para intentar detener el flujo de sangre.Máximo yacía inconsciente, su rostro pálido como si ya hubiera sido reclamado por la muerte. Eduardo, herido y cubierto de moretones, temblaba mientras trataba de mantener la calma, aunque sus ojos estaban desbordados de lágrimas.—¡Padre, por favor, no nos dejes! —exclamó Eduardo con desesperación, su voz ronca, casi irreconocible.La ambulancia llegó en cuestión de minutos, pero para ellos el tiempo parecía haberse detenido en una angustiosa eternidad.Dylan ayudó a los paramédicos a levantar a su padre, mientras Eduardo, sin importar sus propios golpes y heridas, subía a la ambulancia.El vehículo se dirigió al hospital a toda velocidad, el sonido de la sirena perforando la noche. Eduardo apretaba los puños mientras trataba de contener el dolor físico y emocional que lo asfixiaba.***En el hospitalCuando Yolanda vio a su esposo