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Dylan y Franco emergieron del juzgado como dos sombras envueltas en un torbellino de flashes y preguntas.Los reporteros se agolpaban a su alrededor, ansiosos por arrancarles cualquier palabra que pudiera convertirse en titular. Pero ambos permanecieron en un silencio impenetrable, subieron al auto y dejaron atrás el bullicio.—Vamos rumbo a esa casa —indicó Dylan con voz firme.El chofer arrancó, dirigiéndolos hacia las exclusivas residencias al norte de la ciudad.El trayecto transcurrió en un pesado silencio, roto solo por el murmullo del motor. Dylan tamborileaba los dedos contra su muslo, una mezcla de tensión y determinación reflejándose en sus ojos. Franco, sentado a su lado, observaba preocupado.Cuando llegaron, las puertas de la residencia se abrieron con una frialdad casi ceremoniosa.Unos cuantos empleados los recibieron, desconcertados al ver al líder de los Aragón allí. Fueron guiados hacia un amplio salón decorado con muebles de estilo clásico y cuadros de paisajes nostá
Máximo vaciaba una botella de vino tras otra, como si el alcohol pudiera ahogar la tormenta que rugía dentro de él. La música resonaba en cada rincón del departamento, estruendosa, opacando los débiles sollozos de la pequeña Mora. Su llanto parecía no detenerse, pero Máximo estaba demasiado embriagado como para notar el dolor de la bebé.Al intentar dar un paso hacia la cocina, sus piernas flaquearon, y su cuerpo se desplomó en el suelo con un golpe seco. La botella se le resbaló de la mano, derramando vino como si fuese sangre en el frío mármol. Allí quedó, inconsciente, mientras la bebé seguía llorando sin tregua en la habitación contigua.***Mansión AragónDylan entró al salón con el rostro marcado por la preocupación, encontrándose con Marella y Miranda. La angustia en sus ojos lo delataba antes de que pudiera decir una palabra.—¿Qué pasó? —preguntó Marella al instante, su voz llena de alarma.—Es Máximo... Está solo con la bebé —respondió Dylan, y sus palabras hicieron eco en el
Dylan y Miranda respondieron a cada pregunta con una honestidad contundente. La trabajadora social los observó en silencio antes de dictar su veredicto.—Cuando la pequeña se recupere, deberá ser llevada a un orfanato.Dylan sintió como si el aire abandonara la sala de golpe. Sus ojos se abrieron enormes, incrédulos.—¿Qué ha dicho? —exclamó con la voz quebrada.La mujer mantuvo su postura profesional, pero no exenta de cierta compasión.—Lo lamento, pero es el protocolo.—¡No pueden hacer esto! —replicó Dylan, casi al borde de un grito—. ¡No pueden enviarla a un orfanato!La trabajadora social suspiró.—Siendo usted el tío legal de la niña, puede solicitar su custodia como tutor legal, pero debe saber que este proceso lleva tiempo. Mientras se resuelve, la pequeña deberá estar bajo el resguardo del Estado.Dylan sintió una mezcla de miedo y rabia. Sus manos se cerraron en puños a sus costados mientras intentaba controlar su respiración. ¿Cómo una bebé indefensa debía pagar por los err
Días después.Cuando Máximo estaba por ser dado de alta, Dylan estaba esperando en el hospital, apoyado contra una pared con una expresión indescifrable. Al verlo, Máximo intentó sonreír, sus ojos reflejando una mezcla de esperanza y súplica.—¡Hijo! Viniste a verme… —dijo con la voz entrecortada, queriendo acortar la distancia entre ambos.Dylan negó, lentamente, su semblante endurecido como una roca.—No vine por ti, Máximo —respondió con frialdad—. Vine porque me das lástima.El impacto de esas palabras fue visible en el rostro de Máximo, que palideció.—He depositado en tu cuenta veinte millones de euros —continuó Dylan, su tono seco y distante—. También contraté a una enfermera que se encargará de cuidarte. Esto es todo lo que haré por ti.Máximo retrocedió un paso, como si hubiera recibido un golpe físico.—¿Y… mi nieta? —preguntó con voz temblorosa, buscando desesperadamente una conexión, un resquicio de bondad.Dylan exhaló lentamente antes de responder:—Mora se quedará a mi l
Días después.Marella y Suzy caminaban por el centro de la ciudad, disfrutando de lo que sería el último día de libertad antes de la boda. Habían pasado la mañana en un exclusivo spa, seguido de un almuerzo repleto de risas y confidencias. Ahora, mientras recorrían las boutiques de lujo, Suzy rebuscaba entre encajes y sedas, seleccionando ropa interior elegante para su luna de miel.—¿Estás emocionada? —preguntó Marella, mientras revisaba un camisón de satén.Suzy dejó escapar una risita, sus ojos brillando de felicidad.—Me siento como si estuviera en una nube, Marella. Todo es perfecto.Pero sus pasos se detuvieron abruptamente al salir de la tienda.Frente a ellas, como un espectro del pasado, estaba Carlos. Su figura parecía apagada, como si el peso de los meses recientes lo hubiera desgastado.Los guardias de Suzy reaccionaron de inmediato, posicionándose con alerta.—¿Puedo hablar contigo un momento? —dijo Carlos, con la voz entrecortada—. Aquí mismo, solo unos segundos.Suzy lo
Eduardo estaba recostado en el colchón de su celda. El aire viciado parecía pesar sobre él como un recordatorio constante de su caída. Sus ojos, abiertos de par en par, miraban al vacío, sin rastro de sueño. Cerró los párpados por un instante, buscando un consuelo imposible en la oscuridad, pero mal dormía. La inquietud lo devoraba desde dentro, y cuando finalmente cedió al cansancio, un sueño perturbador lo atrapó:«Allí estaba ella. Marella, de pie, bien erguida, su figura bañada por un rayo de luz que se filtraba por una ventana pequeña y alta. Todo lo demás estaba sumido en sombras. Eduardo no podía apartar la vista de ella. Había algo en su postura, rígida y fría, que lo inquietaba profundamente, pero al mismo tiempo lo atraía como una fuerza invisible.Con pasos lentos, casi inseguros, se acercó. Temía que, si se movía demasiado rápido, ella pudiera desaparecer como un espejismo. La observó, hipnotizado, mientras su vestido blanco parecía brillar bajo la luz. Alzó una mano temblo
Dylan se levantó de la cama con movimientos torpes, como si un peso invisible lo arrastrara.Marella se despertó al sentir la ausencia de su calor y, al verlo de pie junto a la ventana, supo que algo andaba mal.—Dylan, ¿qué sucede? —preguntó con voz adormilada, pero cargada de preocupación.Él se giró lentamente hacia ella. Sus ojos, normalmente llenos de determinación, ahora estaban opacos, reflejando una mezcla de tristeza y desconcierto. Tragó saliva, incapaz de encontrar las palabras al principio, pero finalmente habló:—Marella... Eduardo... —hizo una pausa, respirando con dificultad—. ¡Está muerto! Se ha suicidado.El corazón de Marella se paralizó por un instante, como si el aire mismo la abandonara. Su rostro perdió todo color, y un nudo se formó en su garganta, apretando con fuerza.—¡Dios mío! —susurró con voz quebrada, sus ojos inundándose de lágrimas—. ¡No quería que terminara así! Lo lamento...Su cuerpo temblaba visiblemente, y Dylan, pese a sus propios sentimientos enco
Meses despuésEl invierno había quedado atrás, y con la cercanía de la primavera, el jardín de la casa se llenaba de vida. Los primeros brotes verdes anunciaban la renovación, y el aire parecía más cálido, casi como un reflejo del nuevo comienzo en la vida de Marella y Dylan.Marella se encontraba sentada en una banca de madera, envuelta en un suéter ligero, mientras observaba a Dylan con los bebés.Sus ojos no podían apartarse de la escena: él sostenía a la pequeña Mora con una delicadeza que hacía que su corazón se hinchara de ternura.La niña, quien al principio parecía inquieta y difícil de consolar, ahora dormía profundamente en los brazos de Dylan, como si él tuviera la capacidad de acunar sus temores y convertirlos en sueños apacibles.Marella recordaba las noches en vela, los momentos de impotencia cuando nada parecía calmar a la pequeña, parecìa resentir su pasado.Pero todo cambió desde que Dylan comenzó a arrullarla; su voz baja y el calor de sus brazos parecían mágicos.Dyl