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Marella abrió los ojos, su respiración agitada mezclándose con el eco del disparo que aún resonaba en su mente.La pistola cayó al suelo con un sonido metálico, y un estremecimiento recorrió el lugar.Era un milagro: Eduardo estaba ileso, y Máximo había logrado desviar el disparo hacia el cielo en el último instante.Pero el aire se sentía cargado, como si la tragedia solo hubiese cambiado de forma.Máximo miró a Eduardo, sus ojos cargados de un dolor indescriptible.Ambos estaban rotos, pero de maneras distintas, profundas, irreparables.—¿Por qué lo hiciste, hijo? —susurró Máximo, su voz quebrada.Eduardo alzó la mirada, con una furia que parecía teñida de vergüenza y desesperación.—¡No es mi hija! Mora no es mi hija, ¡me mintieron, padre! —gritó, su voz estaba desgarrada por la frustración—. Me mintieron, como te mintieron a ti. ¡Glinda debía pagar!Máximo dejó que sus lágrimas cayeran sin resistencia.Dylan, a un lado, observaba la escena, incapaz de procesar lo que veía.Eduardo,
Dylan y el médico lograron convencer a Máximo de que debía descansar. Su nivel de glucosa estaba peligrosamente elevado, y el doctor, con un tono grave, sugirió que internarlo sería lo mejor. Explicó los riesgos con detalle, mencionando incluso la posibilidad de una coma diabético. Las palabras golpearon a Dylan como un mazazo. Aunque solía afirmar que Máximo no le importaba, un nudo de angustia se formó en su pecho al imaginarlo tan frágil.Esa sensación lo llevó a tomar el teléfono, reuniendo el valor necesario para llamar a Franco y pedir su ayuda, algo que no hacía con frecuencia.Cuando Franco llegó, su rostro serio reflejaba el peso de la situación. Sin embargo, antes de salir hacia la estación de policía, decidió buscar a Marella. La encontró en su habitación, con su hijo en brazos, alimentándolo con paciencia. A su lado, Mora dormía profundamente, su pequeña figura acurrucada como un ángel.Al verlos, algo dentro de Franco pareció calmarse. Se acercó a Marella con pasos medidos
Dylan se reflejó en las grandes pupilas de Eduardo, pero lo que vio lo llenó de inquietud. Frente a él no estaba el hombre altivo y arrogante que había conocido durante toda su vida.Tras las rejas, Eduardo era la sombra de sí mismo, un cascarón vacío consumido por el odio y el rencor.Dylan negó con la cabeza, manteniendo la voz lo más serena posible.—No he venido a contemplar a un hombre en ruinas. No soy tan miserable, Eduardo. He venido a decirte que contraté a un abogado para que te defienda. Además, tu hija será cuidada.Eduardo torció el rostro en una mueca de desprecio, sus ojos enrojecidos brillando con un odio que parecía arder desde lo más profundo de su ser.—¿Esa bastarda? —espetó con una voz cargada de veneno—. ¡Mátenla! Tiene la m*****a sangre de Glinda. ¡Es una traidora! ¡Debe morir, igual que su madre!El corazón de Dylan dio un vuelco. Retrocedió un paso, helado por la crueldad de esas palabras.—¡No digas locuras! —replicó con fuerza, tratando de contener su horror—
Cuando Franco y Dylan regresaron a la mansión, el ambiente era denso, cargado de una tensión que parecía envolver cada rincón.Apenas cruzaron la puerta, Máximo apareció desde el salón, con el rostro desencajado y los ojos enrojecidos por el llanto.Corrió hacia ellos, su desesperación palpable.—¡Díganme! —exclamó, con la voz quebrada—. ¿Mi hijo tiene una oportunidad de salvarse?Dylan tragó saliva, desviando la mirada hacia el suelo, incapaz de sostener la intensidad de los ojos de Máximo.—Lo siento mucho, Máximo —dijo con un tono grave—. El caso de Eduardo es muy grave. Está acusado de feminicidio, y hay un video irrefutable como prueba. Tal vez podamos evitar la cadena perpetua… pero incluso así, la condena será severa.Las palabras de Dylan cayeron como una sentencia. Máximo tambaleó hacia atrás, su rostro perdiendo el color, hasta que finalmente rompió en un llanto desgarrador.—¡No puede ser! —gritó, cubriéndose el rostro con las manos—. ¡Esto no puede estar pasando!Dylan cerr
Más tarde, Dylan subió a la alcoba.La habitación estaba tranquila, solo interrumpida por la suave melodía que Marella cantaba a su hijo en sus brazos. El canto de cuna era casi un susurro, una canción suave que resonaba como una promesa de protección.Dylan se detuvo en el umbral, observando con ternura cómo Marella acunaba a su hijo.Su rostro se iluminó con una sonrisa cuando vio la escena, pero también la tristeza lo envolvió de nuevo, sabiendo que nada podía cambiar la situación.Cuando su bebé se quedó dormido, Marella se recostó sobre la cama, agotada.Dylan se acostó a su lado, su cuerpo buscando el contacto con ella, como si solo así pudiera encontrar algo de consuelo.—¿Estás molesta? —preguntó él, su voz suave, pero cargada de preocupación.Marella negó con la cabeza, pero sus ojos reflejaban una tristeza profunda.—No estoy molesta, Dylan. Estoy triste. Me duele ver a la bebé tan vulnerable... no tiene culpa de nada.Dylan suspiró y la abrazó, su cuerpo transmitiendo una vu
Dylan y Franco emergieron del juzgado como dos sombras envueltas en un torbellino de flashes y preguntas.Los reporteros se agolpaban a su alrededor, ansiosos por arrancarles cualquier palabra que pudiera convertirse en titular. Pero ambos permanecieron en un silencio impenetrable, subieron al auto y dejaron atrás el bullicio.—Vamos rumbo a esa casa —indicó Dylan con voz firme.El chofer arrancó, dirigiéndolos hacia las exclusivas residencias al norte de la ciudad.El trayecto transcurrió en un pesado silencio, roto solo por el murmullo del motor. Dylan tamborileaba los dedos contra su muslo, una mezcla de tensión y determinación reflejándose en sus ojos. Franco, sentado a su lado, observaba preocupado.Cuando llegaron, las puertas de la residencia se abrieron con una frialdad casi ceremoniosa.Unos cuantos empleados los recibieron, desconcertados al ver al líder de los Aragón allí. Fueron guiados hacia un amplio salón decorado con muebles de estilo clásico y cuadros de paisajes nostá
Máximo vaciaba una botella de vino tras otra, como si el alcohol pudiera ahogar la tormenta que rugía dentro de él. La música resonaba en cada rincón del departamento, estruendosa, opacando los débiles sollozos de la pequeña Mora. Su llanto parecía no detenerse, pero Máximo estaba demasiado embriagado como para notar el dolor de la bebé.Al intentar dar un paso hacia la cocina, sus piernas flaquearon, y su cuerpo se desplomó en el suelo con un golpe seco. La botella se le resbaló de la mano, derramando vino como si fuese sangre en el frío mármol. Allí quedó, inconsciente, mientras la bebé seguía llorando sin tregua en la habitación contigua.***Mansión AragónDylan entró al salón con el rostro marcado por la preocupación, encontrándose con Marella y Miranda. La angustia en sus ojos lo delataba antes de que pudiera decir una palabra.—¿Qué pasó? —preguntó Marella al instante, su voz llena de alarma.—Es Máximo... Está solo con la bebé —respondió Dylan, y sus palabras hicieron eco en el
Dylan y Miranda respondieron a cada pregunta con una honestidad contundente. La trabajadora social los observó en silencio antes de dictar su veredicto.—Cuando la pequeña se recupere, deberá ser llevada a un orfanato.Dylan sintió como si el aire abandonara la sala de golpe. Sus ojos se abrieron enormes, incrédulos.—¿Qué ha dicho? —exclamó con la voz quebrada.La mujer mantuvo su postura profesional, pero no exenta de cierta compasión.—Lo lamento, pero es el protocolo.—¡No pueden hacer esto! —replicó Dylan, casi al borde de un grito—. ¡No pueden enviarla a un orfanato!La trabajadora social suspiró.—Siendo usted el tío legal de la niña, puede solicitar su custodia como tutor legal, pero debe saber que este proceso lleva tiempo. Mientras se resuelve, la pequeña deberá estar bajo el resguardo del Estado.Dylan sintió una mezcla de miedo y rabia. Sus manos se cerraron en puños a sus costados mientras intentaba controlar su respiración. ¿Cómo una bebé indefensa debía pagar por los err