En los tres días siguientes, esa persona no dio ni un solo paso en ese lugar.

Tres y Cuatro estaban en la puerta como un par de dioses guardianes inexpresivos.

Su residencia de antes había sido más o menos destruida, así que volvió a la Mansión Stewart. En las entrañas de la mansión, no podía oír los pájaros ni oler las flores. El mayordomo era perfectamente profesional también, y todo había sido arreglado para ella.

Aparte de Tres y Cuatro, ella no tenía a nadie con quien hablar.

No, ni siquiera Tres y Cuatro le hablaban.

En cuanto al mayordomo de la familia, siempre se comportaba con ella con absoluta educación cada vez que se encontraban.

Sus orejas eran ahora prácticamente inútiles, su boca un mero adorno.

Algunos de los sirvientes de la casa le resultaban familiares, mientras que otros parecían nuevos. No importaba. No importaba quién la viera, ella se limitaba a asentir con respeto y a rodearla.

La única persona con la que no le importaba encontrarse era el jardinero.

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