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Luego de comentar durante unos minutos sobre cómo fue la experiencia eligiendo ropa para dama en la tienda, Leo envió a la joven para que duerma y no desgaste sus energías en estar alabándolo a él por ser tan bueno con ella. Él necesita concentrarse en el discurso que dará al día siguiente y quiere su espacio, pero la pequeña princesa no tiene la intención de quedarse con la duda sobre la pregunta que ronda en su cabeza y que teme saber la respuesta.

— ¿Pudiste reconocer a mi padre? —Quiso saber. Ansiosa por escuchar que él no estaba allí y que solo ha sido una imaginación suya, producto del estrés.

— Sí. Lo he visto —afirmó— créeme que es el hombre con el carácter más pedante que he podido ver en mi vida. No sé cómo ejerce esta profesión sin que los niños le tengan miedo a las expresiones de su rostro. —habló, haciendo una mueca de asco.

— ¿Hablaste con él?

— No. Solo lo vi de lejos.

— Leo…

— No te preocupes, he dicho que nada te va a pasar y así será. —interrumpió.

Ese día, en la co
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