Me encuentro en un estado de perplejidad absoluto, en cambio, tanto mi madre como mi esposo se encuentran sonrientes como si le acabarán de anunciar que se han ganado la lotería.

No estoy lista para ser madre, de hecho, nunca en mis veintitrés años de vida lo consideré uno de mis sueños ni mucho menos ha estado dentro de mi proyecto de vida tener un hijo.

No soy capaz de cuidar de otro ser viviente. Creo que incluso una roca se moriría si está a mi cuidado y las rocas no tienen vida.

El pobre niño se suicidaría en el útero si se percatara de que yo seré su madre.

Sencillamente, no me siento capaz de hacerlo. Todas las personas nos conocemos y sabemos cuáles son nuestros límites, el mío es tener un hijo.

No me veo gorda, estando detrás de un mocoso las veinticuatro horas vigilando que no meta su mano en el enchufe de luz o juegue con los cuchillos.

Estaba completamente segura que David pensaba igual que yo y si es así no comprendo por qué está tan feliz como la noche que me desvirgo.