Capítulo 2
Entonces, ¿para quién era ese anillo?

¿Será que Alejandro realmente tiene a alguien llamada Valentina en su corazón? ¿Alguien a quien añora tanto que ni su esposa ni su hija importan ya?

Mientras me perdía en estas conjeturas, Alejandro regresó sin que me diera cuenta.

Al ver el anillo en mi mano, su rostro cambió bruscamente. Sin importarle que acababa de dar a luz, me empujó con fuerza y me arrebató el anillo.

—¡Aléjate! ¿Quién te dio permiso de tocar este anillo?

Me golpeé contra la mesa, sujetándome el vientre. La herida recién cerrada empezó a dolerme de nuevo.

Alejandro solo se preocupaba por limpiar cuidadosamente el anillo, ignorando mis sollozos.

No fue hasta que vio manchas de sangre en mi vientre que pareció notarme.

—¡Luciana, estás sangrando!

Con labios temblorosos, Alejandro se apresuró a ayudarme.

—Me duele mucho, llévame al hospital —le rogué. Cada palabra aumentaba el dolor.

—Sí, vamos ahora mismo.

Justo cuando íbamos a salir, sonó su celular.

—Alejo, ¿no habías ido a casa por el regalo? ¿Por qué aún no llegas? Valentina está por llegar.

Alejandro me miró y bajó la voz: —Hay un pequeño problemita en casa. En cuanto lo resuelva, iré.

Sus palabras me hirieron profundamente. ¿Un "problemita"? ¿Eso era yo ahora para Alejandro?

De pronto, se escuchó una dulce voz femenina al otro lado de la línea.

—Perdón por la espera. Hace años que no nos vemos, ¿cómo están todos? Oh, ¿dónde está Alejo?

Al oír esa voz, vi cómo Alejandro se estremecía. Era como si se hubiera transformado en otra persona, sus ojos brillando con una intensidad que jamás había visto conmigo.

—Luciana, surgió una emergencia en la oficina. Debo irme ya. Arréglate tú para ir al hospital.

Alejandro se zafó de mi agarre, tomó el anillo y salió corriendo, dejándome sola.

Nadie supo cómo me las arreglé ese día, recién operada, para ir al hospital con mi bebé de tres kilos y regresar a casa.

Solo sé que cuando volví, ya era de noche.

La casa estaba en penumbras.

Alejandro no había regresado.

Pero había actualizado sus redes sociales.

Entré a ver.

"El regalo más valioso que alguien puede dar a su semejante es: amar a una sola persona toda la vida."

La foto mostraba una mano con el anillo de diamantes. Era el mismo que Alejandro se había llevado esa mañana, ahora en la mano de esa mujer. Le quedaba perfecto.

Los comentarios no se hicieron esperar.

"¿Esa no es Valentina? ¿Por qué estás usando el celular de Alejo?"

"Ja, ja, ¿no te enteraste? Hoy Alejandro bebió de más y no soltaba la mano de Valentina. Decía que iría donde ella fuera, que nunca más se separarían."

"Como era de esperarse de la pareja dorada de nuestra clase. Después de tanto tiempo separados, siguen enamorados. ¡Qué envidia pero de la buena!"

Leyendo cada comentario, no sabía cómo sentirme.

Si ellos eran la pareja perfecta, ¿qué éramos mi hija y yo?

Llamé a Alejandro. Al contestar, solo escuché gemidos pero de dolor y llanto.

—Valentina, no me dejes. Te he extrañado tanto todos estos años. Eres la única con quien quiero casarme.

Colgué de golpe.

Supe entonces que todo había terminado entre Alejandro y yo.

La tarde siguiente, Alejandro regresó con cara de cansancio.

—Lo siento mucho, cariñito. Hubo un problema en la oficina y volví tarde.

—¿Ah, sí?

Sentada en el sofá, lo miré fríamente. En lugar de recibirlo como siempre, abrí mi celular.

—Alejandro, antes nunca me mentías.

En la pantalla había un mensaje de Valentina. De alguna manera había conseguido mi número y me había enviado un video de varios minutos.

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