— ¡Lo sé! ¡Seguramente fue el señor Fuentes el que nos ayudó!Parecía que Juana había recordado algo porque dijo de repente: —Después de llamar a la policía, también llamé al señor Fuentes. ¡Debe haber sido él quien pidió ayuda al presidente Rajoy! —¿Jaime? Leticia movió las cejas y dudó. —¡Exacto! El único que puede ayudarnos y que es capaz de pedir al presidente Rajoy es el señor Fuentes —explicó Juana, considerándose intachable. —Probablemente tengas razón —asintió Leticia. Mientras hablaban, un Ferrari rojo se detuvo en la carretera. Se abrió la puerta y Jaime, vestido de forma elegante, bajó rápidamente. —Leticia, ¿estás bien? He venido tan pronto como recibí la llamada —dijo Jaime, preocupado. —Señor Fuentes, muchas gracias por su ayuda, de lo contrario, la presidenta García estaría en peligro —agradeció Juana. —¿Mi ayuda? Jaime se quedó atónito y no reaccionó. —Sí. El presidente Rajoy llegó hace poco. Apareció y salvó a la presidenta García —dijo sonriendo Juana. —¿
— ¿Es esto lo que quieres decirme? Leticia se quedó allí paralizada, sin poder creerlo. Se sintió profundamente herida al ver la cara indiferente de Pedro, algo que nunca había experimentado. Al mismo tiempo, en su corazón se estaba gestando un sentimiento de amargura e injusticia. —Sí, esto es lo que quiero decirte —dijo Pedro sin ninguna cortesía. —Recuerda: no necesito que te preocupes por mis asuntos. Mi vida no tiene nada que ver contigo. Ya no tenemos ninguna relación. ¿Entendido? Al escuchar estas palabras que parecían razonables, Leticia se quedó atónita. Nunca habría imaginado que su buen corazón no sería valorado, sino más bien criticado y reprochado. ¿Cuándo habían llegado a este punto, en el que se llevaban como el perro y el gato? —Oye, Pedro, ¿todavía eres humano? Juana era incapaz de seguir escuchando y le reprochó: —¿Es esta la actitud que tienes para devolver el favor que te hizo la presidenta García? ¿Acaso no existe tu conciencia? —¿Y qué actitud debería te
Desde que entró en el edificio, Pedro fue asesinando violentamente a su paso mientras subía de una planta a otra. Durante todo el trayecto, nadie pudo vencerlo. —¿Quieres vengarte de mí, pero no tienes ni idea de quién soy? Pedro empezó a acercarse lentamente. Su mirada era especialmente fría. —¡Joder! Hijo de puta, ¡no te me acerques! De lo contrario, ¡te meteré una bala! Leo de repente sacó una pistola del cajón. Sin embargo, antes de que levantara la mano, Pedro se acercó rápidamente y agarró el punto de mira con su mano, pellizcándolo fuertemente. Con un ruido de fricción de metal, Leo vio con terror cómo su pistola se había deformado como un churro. ¡ Estaba hecha de hierro! ¿ Quién podía deformar una pistola como si fuera arcilla? —Pedro…Pedro… todo esto es un malentendido. Si te vas ahora, te prometo que nunca te causaré problemas. Leo estaba tan asustado que sudaba mucho, por eso decidió rendirse directamente. La fuerza de Pedro superaba ampliamente la de una persona
— Él es mi padre. Pedro se quedó pasmado ante esas palabras. Había pensado que solo era un hombre de confianza, nunca habría imaginado que tuvieran esa relación. —Me han dicho que el hijo de Leo se llama Enzo. ¿Quién eres tú? —preguntó Pedro. —Izan Londoño, el hijo ilegítimo de Leo. El hombre bajó la cabeza mientras explicó: —Leo violó a mi madre hace muchos años y, como fue un escándalo para su familia, me adoptó en secreto para ocultar mi verdadera identidad. —Por eso, ¿lo odias? —preguntó Pedro significativamente. —¡Por supuesto que lo odio! —respondió Izan con indignación, apretando los dientes—. Nos abandonó a mi madre y a mí. Tuvimos una vida miserable y frustrante. Ahora solo me trata como el asistente de Enzo. No me resigno a estar siempre bajo su sombra. Quiero recuperar lo que me pertenece.—Está bien. Pedro movió la cabeza con satisfacción. —Si eres ambicioso, te ayudaré. Pero debes ser leal y obediente. Te ayudaré a conseguir el puesto que quieras y, si lo deseas,
Ella era una de esas mujeres a las que no se podía olvidar fácilmente. Sin embargo, parecía que, después de solo una noche, el hombre que estaba delante suyo la había olvidado. ¿Acaso no era llamativa?—Me suena tu cara. Creo que hemos coincidido en algún lugar —dijo Pedro intentando recordar. —¡Ayer! ¡En el hospital! Curaste a mi abuelo, ¿lo recuerdas? —dijo la chica mostrando los colmillos por la ira. —¿Qué? Ah, ya lo he recordado: eres la hermana de Estrella. ¿Te llamas Diana, no es así? —dijo Pedro. —¿Quién es Diana? Me llamo Irene. ¡I-re-ne! Al escucharlo, la chica se puso como una furia. Prefería acelerar el coche para chocar con el hombre que estaba delante de ella. Desde que nació, nunca la habían ofendido tanto. ¡Qué cabrón! —Perdón, Irene. ¿Por qué me buscas? ¿Ha pasado algo? —preguntó Pedro, cambiando de tema a tiempo. —Por supuesto que ha pasado algo. Si no, ¿por qué querría pedirte ayuda? Sube rápido al coche. Mi hermana ha sufrido una enfermedad extraña y quiere ve
— Lo siento mucho. Lo hice sin querer. Tan pronto como Pedro reaccionó, empujó a Estella. En su rostro se veía la vergüenza. El episodio ocurrió tan inesperadamente que no tuvo tiempo para pensar. —Nada. Es mi problema. Quizás el veneno es tan fuerte que no he podido controlarme —dijo Estrella, encantadora. Mientras hablaba, miró a Irene con enojo. Era una gran oportunidad para conseguir novio, ¿por qué Irene no lo entendía? ¿Por qué Irene no se fue directamente? ¿Por qué gritó? “Irene, ¡descontaré tu dinero de un mes!”, pensó Estrella. —Irene, sostén a tu hermana para que se tumbe en la cama primero —ordenó Pedro. —Por supuesto que lo haré. ¿Acaso quieres hacerlo tú? Irene puso sus ojos en blanco y luego sostuvo a su hermana, que tenía mala cara, hasta la cama. —Señora Flores, quítese la ropa y acuéstese boca abajo —dijo Pedro. —¿Quitarse la ropa? ¡Joder! ¡Eres un pervertido! ¿Todavía no abandonas tu intención malvada? Quien roba una vez, roba diez —saltó Irene con ira. —N
— ¿Tienes alguna sugerencia? —preguntó Estrella. —Primero tengo que informarme sobre la situación y luego podré pensar en una solución adecuada. Señora Flores, permítame preguntar: ¿a dónde fue hoy? ¿A quién vio? —preguntó Pedro. —Hoy vi a Javier. Quedó conmigo para hablar de negocios y luego hablamos del socio, pero lo rechacé —respondió Estrella con honestidad. —¿Bebió algún vino que le ofreció? —siguió preguntando Pedro. —¡Claro que no! Javier tiene una ambición siniestra y siempre codicia las enormes riquezas de mi familia. Tengo cuidado con él. ¿Cómo podría comer y beber algo sospechoso? —dijo Estrella moviendo la cabeza de un lado a otro. —Hermana, según lo que has dicho, si no comiste ni bebiste, ¿cómo fuiste envenenada? — dijo Irene con dudas. —¿Cómo lo voy a saber? —dijo Estrella poniendo los ojos en blanco. —Señora Flores, cuando se encontraron, ¿olió o tocó algo especial? —preguntó Pedro tratando de que hiciera memoria. —¡Ay! Lo acabo de recordar: al principio cuando
Mediodía.Pedro llegó en coche a la casa de la familia García.La familia García residía en pleno corazón de la ciudad, en una casa no muy grande con un pequeño jardín repleto de flores y plantas.Cuando Pedro bajó del coche, lo primero que vio fue a Leticia en la entrada.Tenía la intención de hacer como que no la había visto, pero antes de entrar, fue detenido por su voz.—¡Detente! ¡Tengo algo que decirte!—¿Qué quieres?Ambos se dieron la espalda, mirando al vacío.—Mi abuelo ha estado un poco enfermo últimamente, así que aún no le he contado lo de nuestro divorcio para no alterarlo.—¿Crees que puedes ocultarle algo así?—Después de las fiestas, encontraré la oportunidad de decirle, ¡pero no hoy!—Hmm, entiendo. ¿Hay algo más?—No. —dijo fríamente Leticia y entró a la casa sin mirar a Pedro.Desde el principio hasta el final, ambos actuaron como si fueran extraños.Pedro tomó una profunda respiración y, sosteniendo una botella de vino, entró.Al entrar en la sala, descubrió que ya