Debido al comportamiento de Pedro, en la sala todos estaban alborotados. Los más temerosos se habían retirado temprano, temiendo que el desastre se extendiera a los inocentes. En cuanto a Enzo, que había quedado inconsciente por lo grave de la herida, ya había sido llevado al hospital por los guardaespaldas. —Estamos en serios problemas —Leticia frunció el ceño con un gesto muy serio. Leo era famoso por ser una persona cruel y despiadada. No perdonaría a nadie por haber golpeado a su hijo de esa manera. Seguramente Pedro moriría en un futuro no muy lejano. —Juana, apresúrate a contactar a otros para ver si podemos detenerlo —dijo Leticia de repente. —Presidenta García, ¿qué tiene que ver con nosotros que Pedro haya luchado contra Enzo? ¿Por qué debemos preocuparnos por él y ayudarlo? —Juana no entendió. —Acaba de salvarme la vida. ¿Me pides que no lo salve cuando está en peligro? —Leticia tenía mala cara. —No me refiero a eso. Solo creo que no es sensato ofender a Leo en este
Al día siguiente, al amanecer. En el Hotel Armonio, en la habitación privada Primero. —Señor González, muchas gracias por su protección. Esta es la agrimonia que necesita. Por favor, examínela —dijo Estrella mientras ponía una caja fina de madera en la mesa y la empujaba hacia adelante. —¿Oh? Pedro abrió la caja y la miró. Dentro de ella había una hierba medicinal de color rojo como la sangre. La hierba tenía una forma curva. Parecía un dragón que estaba enseñando los colmillos y las garras. Era muy exótica. Si la olfateaba, se podía percibir una fragancia rara. —Es la agrimonia. Muchas gracias, señora Flores —dijo Pedro, muy contento. Durante los últimos años, había estado buscando todo tipo de hierbas extrañas y por fin había encontrado una más. Solo faltaban otras cinco. Si encontraba las otras cinco hierbas, podría salvar una vida. —De nada. Eso es lo justo. Además, soy yo la que debe agradecerte tu ayuda —dijo Estrella sonriendo. —Señora Flores, quería pedirle algo más.
Al mediodía, en la oficina de la presidenta del Grupo Preciosidad, Leticia estaba mirando distraídamente unos papeles mientras pensaba en Pedro. Estaba preocupada por él. Si fuera capturado por Leo, entonces… estaría destinado a morir si quería vivir y a no vivir si quería morir. ¡Era horrible! —Juana. Leticia no pudo esperar más después de dejarse llevar por la fantasía. —Presidenta García, ¿en qué puedo ayudarla? —Juana entró después de tocar la puerta.—Ayúdame a preparar un regalo de primera calidad. Voy al Grupo Acán personalmente —ordenó Leticia. —¿El Grupo Acán? ¿No es el lugar de Leo? —preguntó Juana, asustada. —Exacto. Quiero hablar con Leo —asintió Leticia, moviendo la cabeza. —¿De qué quiere hablar? ¿De Pedro? Juana se quedó un poco inquieta al escucharlo. —Presidenta García, no se deje llevar por impulsos rápidos. Leo está enojado. Si va ahora, ¿no podría descargar su ira en usted? —De todos modos, debo intentarlo —dijo Leticia con firmeza. —Espere. Todavía tenem
En la clínica Bueno y Feliz, Pedro estaba bebiendo con el anciano tuerto. En ese momento, sonó de repente su celular. —Pedro, la presidenta García está en peligro ahora. ¡Ven aquí rápido! —le gritó Juana. —¿Está en peligro? ¿Qué pasó? —preguntó Pedro, frunciendo el ceño. —¡Todo esto es por ti! La presidenta García estaba preocupada por tu seguridad y por eso fue personalmente a negociar con Leo. Todavía no ha salido. Probablemente está en peligro —dijo Juana con un tono apresurado. —¡Tonterías! He dicho que esto es asunto mío, ¿por qué se ha involucrado? —reprochó Pedro con mala cara. —¿No tienes conciencia, Pedro? La presidenta García lo hizo para salvarte —dijo Juana enojada. —¿Dónde está ella? —En el Grupo Acán. —Voy ahora mismo. Sin decir una palabra más, Pedro se dirigió a toda carrera al lugar. … En el Grupo Acán, Leticia estaba recostada en el sofá mareada. Los mechones de su cabello estaban húmedos por el sudor. Sus brazos y piernas se sentían flojas por haber be
— ¡Joder! ¿Por qué sigues ahí parado? ¡Suelta a esas personas! —gritó Bruno con enojo una vez más. Los ojos de Leo se entrecerraron y su rostro se tornó sombrío. Si Bruno se lo hubiera pedido con educación, quizás habría accedido. Pero el problema era que Bruno llegó gritando y le había dado una bofetada. Si ahora soltaba a esas personas, ¿cómo le iban a seguir respetando los demás? —Presidente Rajoy, ese tipo golpeó a mi hijo y lo dejó estéril. Hoy entró en mi territorio sin mi permiso. Si los dejo ir y se corre la voz, ¿cómo podré mantener mi reputación frente a los demás? —dijo Leo en voz baja. —¡Tu hijo merecía ser golpeado y castrado! Si no los liberas hoy, ¡haré que el Grupo Acán desaparezca de la faz de la tierra! —canturreó Bruno en un tono frío. —Presidente Rajoy, usted tiene una familia numerosa y grandes propiedades. No me atrevo a ofenderlo, pero tenga en cuenta que también tengo respaldo —gritó Leo, feroz en apariencia, pero débil por dentro. —¿Te refieres a Javier
— ¡Lo sé! ¡Seguramente fue el señor Fuentes el que nos ayudó!Parecía que Juana había recordado algo porque dijo de repente: —Después de llamar a la policía, también llamé al señor Fuentes. ¡Debe haber sido él quien pidió ayuda al presidente Rajoy! —¿Jaime? Leticia movió las cejas y dudó. —¡Exacto! El único que puede ayudarnos y que es capaz de pedir al presidente Rajoy es el señor Fuentes —explicó Juana, considerándose intachable. —Probablemente tengas razón —asintió Leticia. Mientras hablaban, un Ferrari rojo se detuvo en la carretera. Se abrió la puerta y Jaime, vestido de forma elegante, bajó rápidamente. —Leticia, ¿estás bien? He venido tan pronto como recibí la llamada —dijo Jaime, preocupado. —Señor Fuentes, muchas gracias por su ayuda, de lo contrario, la presidenta García estaría en peligro —agradeció Juana. —¿Mi ayuda? Jaime se quedó atónito y no reaccionó. —Sí. El presidente Rajoy llegó hace poco. Apareció y salvó a la presidenta García —dijo sonriendo Juana. —¿
— ¿Es esto lo que quieres decirme? Leticia se quedó allí paralizada, sin poder creerlo. Se sintió profundamente herida al ver la cara indiferente de Pedro, algo que nunca había experimentado. Al mismo tiempo, en su corazón se estaba gestando un sentimiento de amargura e injusticia. —Sí, esto es lo que quiero decirte —dijo Pedro sin ninguna cortesía. —Recuerda: no necesito que te preocupes por mis asuntos. Mi vida no tiene nada que ver contigo. Ya no tenemos ninguna relación. ¿Entendido? Al escuchar estas palabras que parecían razonables, Leticia se quedó atónita. Nunca habría imaginado que su buen corazón no sería valorado, sino más bien criticado y reprochado. ¿Cuándo habían llegado a este punto, en el que se llevaban como el perro y el gato? —Oye, Pedro, ¿todavía eres humano? Juana era incapaz de seguir escuchando y le reprochó: —¿Es esta la actitud que tienes para devolver el favor que te hizo la presidenta García? ¿Acaso no existe tu conciencia? —¿Y qué actitud debería te
Desde que entró en el edificio, Pedro fue asesinando violentamente a su paso mientras subía de una planta a otra. Durante todo el trayecto, nadie pudo vencerlo. —¿Quieres vengarte de mí, pero no tienes ni idea de quién soy? Pedro empezó a acercarse lentamente. Su mirada era especialmente fría. —¡Joder! Hijo de puta, ¡no te me acerques! De lo contrario, ¡te meteré una bala! Leo de repente sacó una pistola del cajón. Sin embargo, antes de que levantara la mano, Pedro se acercó rápidamente y agarró el punto de mira con su mano, pellizcándolo fuertemente. Con un ruido de fricción de metal, Leo vio con terror cómo su pistola se había deformado como un churro. ¡ Estaba hecha de hierro! ¿ Quién podía deformar una pistola como si fuera arcilla? —Pedro…Pedro… todo esto es un malentendido. Si te vas ahora, te prometo que nunca te causaré problemas. Leo estaba tan asustado que sudaba mucho, por eso decidió rendirse directamente. La fuerza de Pedro superaba ampliamente la de una persona