VERONICAMe quedé allí, desnuda y esperando, durante lo que parecieron ser 10 minutos eternos. Mi amo, Bruno, no hacía nada, no decía nada. Me estaba desesperando.Me había preparado para recibir azotes, para que me golpeara, para que me dijera algo, cualquier cosa. Pero no, solo estaba allí, en silencio, detrás de mí.No sabía cómo funcionaba esto de ser sumisa. Solo había leído sobre ello en novelas y lo había visto en películas. Pero la realidad era muy diferente.. Mientras tanto, sentía su presencia detrás de mí, calentándome, consumiéndome, excitándome. Mi intimidad estaba completamente húmeda, y no entendía cómo mi cuerpo reaccionaba de esa manera con alguien que no había hecho nada, solo mirarme.Me sentía confundida, frustrada y excitada al mismo tiempo. No sabía qué esperar, ni qué hacer. Solo podía quedarme allí, esperando, y dejando que Bruno me guiara en este juego de sumisión y dominación.Me quedé allí, esperando, mientras Bruno se movía detrás de mí. De repente, sentí s
VERONICAMe desperté lentamente, sintiendo las sábanas suaves sobre mi piel. Al moverme, sentí un escozor en mis nalgas y un pequeño ardor en mi sexo. Me recordó lo que había pasado el día anterior. Los múltiples orgasmos que había obtenido, que habían sido un castigo, pero que también habían sido deliciosos. Sin embargo, al final, había sido una tortura. Tener uno tras otro me había dejado agotada, extenuada y adolorida.Me puse de pie, intentando sacudirme el dolor y la fatiga. Me dirigí a la ducha, donde me sumergí en el agua caliente, intentando relajarme. Después de ducharme, me vestí en el armario, buscando una pijama que ponerme. Opté por una pijama sensual, de seda negra, que se ajustaba a mi cuerpo de manera perfecta. La pijama tenía un corte profundo en la parte delantera, que mostraba mi escote generosamente. Los pantalones eran cortos y ajustados, que realzaban mis curvas. Me sentí sexy y seductora, lista para enfrentar el día.Miré mi reloj y vi que eran las 7 de la mañan
VERONICAMe sumergí en la tina de agua caliente, sintiendo el champú que Bruno me echaba en el cabello. Sus manos eran suaves y gentiles mientras me lavaba el cabello, y me sentí relajada y cómoda en su presencia.Mientras me lavaba, sus manos se deslizaron hacia abajo, acariciando mi piel con suavidad. Me sentí un poco incómoda, pero traté de relajarme, dejando que sus manos me lavaran y me acariciaran. Su toque me hacía sentir un poco nerviosa, mi corazón latía un poco más rápido, pero también me sentía relajada y cómoda.Bruno se detuvo un momento y me miró con curiosidad.—¿Qué pasó, Verónica? —me preguntó. —¿Por qué me desobedeciste?Me sentí un poco incómoda al recordar lo que había sucedido.—Fui a la cocina —le expliqué. —Y esa chica se me acercó pidiendo ayuda. Me dijo que la habían secuestrado y que necesitaba escapar.Bruno me miró con una expresión seria.—¿Y no te dije que no te acercaras a ella? —me preguntó.Me sentí un poco avergonzada.—Lo siento —dije. —No pensé que
VERONICAMe acerco a mi escritorio, mi corazón latiendo con ira y decepción. No puedo creer que él esté aquí, sonriendo como si nada hubiera pasado. El cinismo de algunas personas es increíble. ¿Cómo puede él mostrarse tan tranquilo después de lo que hizo?Me detengo frente a él, mi mirada intensa y acusadora.—¿Qué haces aquí? —le pregunto, mi voz firme y llena de indignación.Él se levanta de la silla, su sonrisa falsa y condescendiente.—Verónica, ¿cómo estás? —dice, como si no hubiera pasado nada.Mi ira crece al escuchar su tono casual y su intento de fingir normalidad.—No te atreves a llamarme por mi nombre —le digo, mi voz llena de veneno. —Después de lo que hiciste, no tienes derecho a dirigirme la palabra.—Cálmate, Verónica —dice Jack, su voz tranquila pero con un tono de advertencia. —No vengo a hablar contigo, vengo a hablar con tu jefe.—Tú y el no tenemos nada de qué hablar —le digo, mi voz firme y desafiante.Jack sonríe, su mirada glacial.—Creo que sí —dice, su voz b
VERONICA— Y tú, ¿qué le dijiste? —le pregunté con curiosidad.— Acepté —respondió él con una voz neutral.Me sentí impactada por su respuesta y hasta enojada porque no podía creer que el imbécil de Jack, se saliera con la suya.— ¿Cómo es posible que le hayas aceptado el chantaje a ese imbécil? —le pregunté con enfado.Él se puso de pie y me miró con una expresión seria.— Ten cuidado cómo me hablas —me dijo con voz de dominante.Me di cuenta de que había cruzado una línea y me corregí.— Lo siento, señor —le dije con una voz más suave.Él se acercó a mí y me miró a los ojos.— Acepté porque él es un insignificante y no quiero más problemas con él —me dijo con una voz firme—. Y te advertí, Verónica, ten cuidado cómo me hablas. No toleraré que me faltes al respeto.Su tono me intimidó ligeramente, pero logré mantener la calma.— Entiendo, señor —le dije con una voz suave—. Pero no entiendo por qué tiene que ceder a sus demandas. Él no tiene nada sobre usted.Él se rió y me miró con un
VERONICAMe paseé por la cocina, con la taza de café en la mano, tratando de despejar mi mente. La mañana era tranquila, solo el sonido del reloj en la pared y el olor a café recién hecho llenaban el aire. Pero mi cabeza estaba llena de pensamientos y dudas.Miré el líquido oscuro en mi taza, tratando de encontrar una respuesta a mi dilema. Este fin de semana, Gabriel, el hermano de mi jefe Bruno, me había invitado a salir y yo realmente quería ir. Hacía mucho tiempo que no veía a mi familia y la idea de pasar tiempo con Gabriel me parecía divertida.Pero había un problema: mi jefe, Bruno, no se llevaría bien con la idea de que yo saliera con su hermano. Siempre había sido un poco celoso y posesivo en el trabajo, y yo sabía que si se enteraba de mi plan, podría haber conflictos.Soplé el café, tratando de calmarme, y luego di un sorbo. Estaba confundida. Por un lado, no quería decepcionar a Gabriel ni a mi familia, que me había invitado con tanto cariño. Por otro lado, no quería tener
VERONICAMe arrodillé frente a mi amo, sentado en su sillón favorito. Su mirada intensa y dominante me hizo sentir un escalofrío de placer y sumisión. Me gustaba sentirme bajo su control, hacer lo que él me decía.—Ven aquí, mi sumisa —dijo él, su voz baja y autoritaria—. Quiero que me muestres tu devoción.Me acerqué a él, mi corazón latiendo con anticipación. Me coloqué entre sus piernas, mi rostro cerca de su regazo mientras el libero el miembro grueso que me hizo temblar el interior.—Mírame —dijo él, su voz firme—. Quiero ver tus ojos mientras te sometes a mí.Le miré a los ojos, sintiendo su poder y control sobre mí. Pude ver la pasión y el deseo en su mirada, y me sentí atraída hacia él.—Ahora, baja la cabeza —dijo él, su voz suave pero firme—. Quiero que me muestres tu respeto.Bajé la cabeza, mi cabello cayendo alrededor de mí como una cortina. Sentí su mano en mi cabeza, guiándome hacia abajo.—Así, mi sumisa —dijo él, su voz llena de aprobación—. Eres tan obediente, tan su
VERONICADespués de que esa mujer abofeteara a Gabriel y se fuera con una mirada de desprecio, él se quedó sorprendido y confundido. Cuando me vio, se acercó a mí con una expresión de curiosidad.—¿Qué haces aquí? —me preguntó, con una voz un poco brusca.Me tomé un momento para responder, intentando encontrar las palabras adecuadas después de un momento tan tenso y raro.—Discúlpame, pero tengo hablar contigo de algo importante —le dije, con una voz firme.Gabriel me miró con una expresión de sorpresa, pero luego asintió con la cabeza.—Ven, pasa a mi oficina —le dije, haciéndole un gesto para que me siguiera.Entro oficina de Gabriel, intentando absorber cada detalle. La oficina es elegante y sofisticada, con un escritorio de madera oscura y sillas de cuero negro. Las paredes están adornadas con diplomas y certificados, y hay una ventana grande que deja entrar la luz natural.Mientras detallo la oficina, Gabriel se levanta de su silla y se dirige a un mueble bar que hay en un rincón