Adriana, con actitud fría, se subió al coche del detective que la estaba esperando abajo.A Elena la faltaba más inteligencia para enfrentarse a ella, no podía hacerle frente.—Señorita Adriana.La voz del detective interrumpió sus pensamientos:—La persona que mencionaste antes… tu hombre, sigue detrás de nosotros.Adriana, sorprendida, miró al retrovisor.Vio el Maybach negro de José estacionado detrás de ellos. Adriana sonrío, resignada, y después de un momento, dijo:—Está bien, ya no hay nada más que hacer aquí. Muchas gracias por hoy, yo me encargaré.—Es un placer. Usted es la mejor amiga de mi señora, estoy siempre a la orden. —respondió el detective cortésmente.Adriana caminó hacia el Maybach y el conductor le abrió la puerta para que subiera.Miró a José y, bebió un poco de una botella de agua que sacó del mini refri del coche. Sentir el agua fría entrar a su cuerpo la hizo recobrar completamente la claridad.—En la subasta, ¿te tambaleabas porque te drogaron? —preguntó José
—¿Qué quiere decir con eso, Pablo?Adriana, de espaldas a José, se sentía molesta por el regaño.—¿Ni siquiera eres capaz de entender? ¿Crees que ya has cumplido con tus deberes como esposa? —respondió José, con un tono desagradable, haciendo una clara advertencia.Adriana suspiro, intentando controlar sus emociones:—Exiges que cumpla con mis deberes como esposa, pero ¿te has preguntado si alguien está cumpliendo con sus deberes como esposo?Decidida, dio media vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta con fuerza.No había caminado mucho cuando vio al empleado acompañando a Sergio, sentado en la sala de la biblioteca.—¿Sergio? ¿Qué hace usted aquí? —preguntó Adriana, desconcertada.—He venido a tratar la lesión de José —dijo Sergio, frotándose el mentón.En ese momento, la puerta del baño se abrió, y José, con una muleta, salió caminando lentamente. El mayordomo rápidamente se acercó y lo ayudó a sentarse, para que Sergio comenzara el tratamiento.—José, no debes moverte mu
—Está bien, recíbelos primero, voy para allá enseguida.Adriana colgó el teléfono, dejó rápidamente la caja sobre la mesa, se puso su abrigo, tomó su bolso y salió deprisa.El equipo de inspección había llegado para investigar la posible copia del proyecto.Fueron profesionales, interrogando uno por uno a los encargados del proyecto, incluida Adriana. Todos los empleados involucrados en la discusión del proyecto podían responder con fluidez sobre los detalles del mismo.Durante el descanso del mediodía, Adriana preguntó cortésmente:—¿Los expertos ya han llegado alguna conclusión sobre el caso?Respondieron que no.Uno de ellos dijo:—Para serle sincero, venimos de investigar en el Grupo Blanco antes de llegar aquí. Antes de venir, el presidente y algunos de los jueces presentes en la licitación nos dieron un contexto general, y tenemos una que otra hipótesis. Pero no esperábamos que obtener pruebas fuera tan difícil.Adriana entendió lo que querían decir. Esta vez, los Blanco había si
Adriana no sabía todo esto. Apenas acabó de almorzar, regresó a trabajar.Por la tarde, el equipo de inspección terminó las entrevistas y comenzó a recoger sus cosas para marcharse.Antes de irse, dejaron clara su posición:—Señora Adriana, el Grupo López no ha podido proporcionar ninguna prueba de su inocencia. Por ahora, las declaraciones de Grupo Blanco y la opinión pública en internet los señalan directamente. Tenemos muchas razones para creer que será difícil evitar que Grupo López sea juzgado por plagio.—Por favor, dennos otra oportunidad. Nuestro nuevo producto ya está listo, y una suspensión en este momento sería devastadora para Grupo López… —dijo Adriana, acompañada de varios responsables del departamento de perfumería, mientras seguían al equipo, tratando de negociar.—No hay nada más que decir a menos que puedan presentar pruebas. —Los miembros del equipo de inspección respondieron con desprecio, sin detenerse.—¡Si no tienen pruebas, no vamos a perder más el tiempo aquí!
La luz repentina brilló sobre el intruso. Él retrocedió e intentó escapar, pero fue aplacado por los guardias de seguridad que ya estaban esperando en la puerta.—Señora Adriana… ¿No se suponía que ya había regresado a casa?El tipo, con la cara contra la mesa, miró incrédulo a Adriana, quien lo observaba con una mirada fulminante.—Ni yo ni el equipo de inspección nos. Todo lo que acabas de decir lo hemos escuchado.Adriana se apartó, y dejó ver al equipo de inspección y al gerente del departamento de perfumería, que también habían entrado a la sala, y miraban al intruso de forma amenazante.—No esperaba que el infiltrado fueras tú, Sebastián.Adriana suspiró, mostrando algo de lástima:—Cuando el equipo médico fue a las montañas, después del incidente, había muchos cabos sueltos. Reflexioné mucho y llegué a sospechar que había un infiltrado de Grupo Blanco entre nosotros, pero nunca pensé que fueras tú.—No, ¡no soy yo!Sebastián, nervioso, negó todo.Sin embargo, todos en la sala ha
Adriana le guiñó el ojo a Miguel y respondió:—Porque eres el más alto y fuerte, nadie te puede intimidar.—¿Yo?Miguel se rascó la cabeza, un poco incómodo.La sala se llenó de risas. Adriana también sonrió y aclaró:—Solo estaba bromeando. Te elegí porque eres valiente y leal. Y los hechos han demostrado que lo hiciste muy bien. Te prometo que nuestra nueva línea de productos de perfumería masculina va a salvar las cuentas del departamento, y cuando eso pase, podremos darte un salario cinco o hasta diez veces más alto.Todos felizmente aplaudieron.Después de resolver estos problemas, Adriana finalmente podía estar relajada por completo.Lo que la hizo sentir aún más tranquila fue regresar a casa y encontrarla vacía, sin José.Esa noche, durmió como nunca antes.Al día siguiente, Adriana invitó a Julia a almorzar.Al ver la mesa llena de comida deliciosa, Julia exclamó:—¿Qué te pasa, Adriana? ¿Por qué tan generosa?—Últimamente te he molestado bastante. Esto es para compensarte —res
Adriana apretó los labios y miró al distante José, quien no levantaba la vista.¿Esto era para presentar propuestas y hablar de negocios? Esas preguntas agresivas parecían más ataques personales.—¿Se ha quedado sin palabras, señora Adriana? —dijo Berta, la agente de Diego, al notar la expresión seria de José. Su arrogancia la hizo hablar otra vez, con demasiada seguridad:— Si Grupo López ni siquiera puede manejar algo tan básico, la colaboración de hoy…—¡Suficiente! —interrumpió José, golpeando la mesa con los documentos en la mano.Rafael, detrás de él, temía que alguien hiciera alguna pregunta aún más inapropiada.—Señora Adriana, por favor, espere a que la contactemos otra vez. —dijo Rafael, con un tono formal.Adriana apretó los labios y respondió:—Entendido.Conteniendo su frustración, salió de la sala de reuniones y se sentó en el primer sofá que vio, intentando calmarse. Su propósito era asegurar el acuerdo con Diego, pero si no lograba entender por qué lo habían rechazado,
Adriana regresó temprano al conjunto residencial Los Jardines.Después de cambiarse de ropa, fue directo a la cocina.Con mucho interés, le preguntó a la empleada:—Rosa, ¿qué le gusta comer a don José?—Creo que no hay nada que le guste comer en especial. He observado que, sin importar lo que prepare, él siempre come poquito. No dice si le gusta, pero tampoco es exigente. —respondió Rosa, pensativa.¿Será que teme que descubran sus comidas favoritas y lo envenenen? Adriana pensó para sí misma mientras continuaba:—Entonces, ¿no hay nada que le guste un poquito más?—Diría que le gusta la sopa. Siempre toma dos tazones de las recetas medicinales que recomienda el doctor Sergio. —Rosa dijo, recordando.—Perfecto, déjenme la cocina a mí hoy. Pueden ocuparse de otras cosas. —dijo Adriana con determinación.Con la cocina sola, Adriana, confiada, sacó su tablet y comenzó a buscar recetas deliciosas. Se arremangó la camisa, se dispuso a cocinar.Sin embargo, cocinar resultó más difícil de lo