José se subió al auto y llamó a Adriana. Su voz sonaba triste: — ¿Ya saliste del trabajo? — Eh… perdóname, esta noche voy a llegar un poco tarde —respondió Adriana, disculpándose. — ¿Otra vez estás ocupada, pero con qué? —Su tono mostraba que su respuesta lo decepcionó por un momento. — Se cerraron algunos contratos adicionales en la exposición de perfumes. Necesito quedarme para redactar los acuerdos lo antes posible y que el departamento comercial los revise mañana. — ¿No puedes hacerlo desde casa? —insistió él. Por alguna razón, sentía una fuerte necesidad de verla. — Estoy trabajando con mis compañeros. Es más fácil coordinarlo todo en persona. — Sí… lo entiendo. Sintiendo la tristeza en su voz, Adriana sonrió y lo tranquilizó: — Te prometo que mañana saldré a tiempo. — Ok. Justo tengo asuntos pendientes en la empresa también —le dijo él, dándole la oportunidad de terminar la charla. En la torre del Grupo Financiero Torres, Élodie salió puntual de su turno.
El auto se detuvo junto al andén, salpicando un charco de agua. El agua mojó las piernas de Élodie, quien saltó hacia atrás, sorprendida. Pero cuando vio que la puerta del auto se abría y que quien bajaba era Rafael, su corazón empezó a latir fuerte. —El señor José quiere que subas al auto en este momento. —¿Por qué me quieren subir al auto…? El nerviosismo en su cara aumentó. —Sube de una vez —dijo Rafael, apurándola. No se atrevió a rechazar la orden. Abrió la puerta trasera y se sentó junto a José, con la respiración temblorosa. —Señor José, lo lamento… Estoy completamente mojada, voy a ensuciar su auto… Mejor bajo, ya casi llego a la empresa… —A estas horas de la noche, ¿para qué regresas a la empresa? José levantó la vista y le indicó a Rafael que le diera una toalla. —No cumplí con mi cuota de ventas esta semana… Si me voy a casa, no estaré tranquila. Así que decidí volver a trabajar un par de horas extra… —Élodie bajó la mirada y tomó la toalla con gratitud.
Poco después, la puerta de la oficina se abrió y Vittorio entró. Le sonrió un poco a la asistente que le sostuvo la puerta, y ella, con las mejillas rojas como tomates, se fue dando pasos largos.Vestía un impecable traje negro, combinado con un suéter de cuello alto blanco.Vittorio era, sin duda, el hombre que mejor sabía llevar la combinación de blanco y negro que Adriana había visto en su vida. Esa elegancia natural y su aire distinguido lo hacían tan encantador que no era de extrañar que su asistente se pusiera nerviosa en su presencia.— Vittorio, ya es muy tarde. ¿A qué debo tu visita?Adriana sonrió y, con amabilidad, le sirvió una taza de té.— ¿Cómo sabías que me gusta el té? —preguntó él, con una expresión de curiosidad.— Fue solo una suposición.Adriana sonrió.Las personas con problemas de salud solían evitar el café, así que asumió que él prefería el té.— Cof, cof… eres en serio bastante amable.Vittorio cubrió su boca con un pañuelo al toser con suavidad.— Pero no era
Adriana respiró hondo, intentando calmar la incomodidad en su pecho. —Al final del día, él es un adulto, es libre de hacer lo que se le dé la gana. —Pues estas en lo cierto. Vittorio asintió y encendió el carro. Por casualidad, el carro de José iba delante, mientras que el de Vittorio lo seguía de cerca. Siguieron en la misma dirección hasta que José giró de repente y entró en un barrio modesto. Fue entonces cuando sus caminos se separaron. En ese momento, Vittorio recibió una llamada. Tuvo que detener el carro al costado de la carretera y miró a Adriana con una cara de perdón. —Voy a contestar esta llamada. Perdón por hacerte esperar tanto. Adriana asintió, sin darle vueltas al asunto. Mientras Vittorio hablaba, Adriana miró hacia la entrada del barrio. Pasaron los minutos, la llamada de Vittorio se alargó, pero José no salía de allí. Eso significaba que realmente había entrado a la casa de esa mujer… Incluso si solo la había acompañado para mantener la cabal
En el carro, Adriana sentía que estaba cada vez más cerca de la verdad. Su pecho dolía de ansiedad y frustración. Los veinte minutos de viaje se sintieron como una eternidad. Después de un rato largo, llegó a las oficinas del Grupo Financiero Torres. Tomó el ascensor hasta el último piso y, al verla, Rafael se sorprendió. —Señora, ¿qué hace aquí? —¿Está José adentro? —preguntó, mirando fijamente la puerta cerrada de la sala de reuniones. —Si señora, hace bastante. Adriana observó la expresión de Rafael. Aunque estaba sorprendido, no parecía estar mintiendo. —Bien, lo esperaré. No dijo más. Cruzó la sala y se sentó en un sofá en la sala de visitas. Rafael no la ignoró y le sirvió un vaso de agua antes de volver a la sala de reuniones. Cinco minutos después, la puerta se abrió y José salió con pasos firmes, dirigiéndose directamente hacia ella. Cuando lo vio, Adriana sintió que un gran peso en su pecho se aliviaba. Mientras él estuviera en la oficina, el peor escenari
A pesar de todas sus dudas, Adriana no tuvo chance de seguir preguntando. Sentía claramente la sinceridad y la pasión del hombre por ella, envolviéndola en su amor… A medianoche. Dos cuerpos cansados estaban abrazados en el sofá de la oficina de José, cubiertos con una manta delgada. Afuera, la lluvia volvió a caer. Adentro de la oficina, el ambiente era tranquilo, perfecto para una conversación de tú a tú. Adriana, todavía metida en la montaña rusa de emociones que había vivido, decidió romper el silencio. — Cof, cof… —Se aclaró la garganta. José, con cariño, le apartó un mechón de pelo. — ¿Quieres pues que le suba a la calefacción? — Tengo algo que preguntarte. Sé serio bajito. Ella se acomodó, con una expresión seria. José asintió, frotando suavemente su cabeza contra la de ella. — ¿Los que dejaste en la sala de reuniones siguen esperando? —preguntó con naturalidad. José apenas pudo contener su sonrisa. — ¿Solo eso querías preguntarme? No son tontos, Rafael s
Después de desayunar, Adriana insistió en ponerse la misma ropa de la noche anterior y a propósito, se maquilló de forma que pareciera que el maquillaje estaba corrido, pensando que así se vería más creíble. Luego, preparó su estado de ánimo y, aprovechando que la mayoría de los empleados del Grupo Financiero Torres aún no habían llegado, salió del ascensor con tapabocas puesto y lágrimas en los ojos. Corrió afuera y tomó un taxi para regresar al Grupo Financiero López. Desde el último piso del edificio, José la vio correr hasta la calle junto a la plaza. A pesar de la distancia, su silueta reflejaba claramente tristeza y desamparo. Él no pudo evitar sonreír un poco: con ese talento para actuar, ¿para qué se esforzaban tanto en promocionar a Elena? Si la hubieran apoyado a ella, quizá ya sería una estrella famosa. En ese momento, sonó su teléfono. José contestó. —Presidente, tenía razón —informó Rafael. —En cuanto la señora subió al taxi, un carro la siguió de inmediato. Rev
—Adriana, ¿estas bien, no deberías estar aquí sola?La voz femenina detrás de ella sonaba dulce y delicada. Adriana se giró y, como esperaba, vio a Renata acercándose. —¿Tú también viniste sola? —preguntó. —Mi papá me trajo —respondió Renata. Adriana parpadeó. Parece que Dante también tenía una relación cercana con Vittorio. —¿Has estado llorando? Creo que tienes los ojos hinchados —dijo Renata, mirándola con atención. —Pase una mala noche, eso es todo. Adriana respondió con indiferencia. Parecía que su actuación había funcionado. Luego, fingió preocupación. —¿Se me corrió el maquillaje? Perdón, voy un momento al baño. —Te acompaño —dijo Renata, caminando tras ella. Mientras tanto, en la entrada de la mansión de la familia Bruges, José estaba hablando con Alessio, un empresario con quien Grupo Financiero Torres acababa de cerrar un trato. Se suponía que hoy en la fiesta revisarían el borrador del contrato, pero Rafael no lo había traído. Por eso, hace un momento, J