Después de todo, aún era yoAna me explicó lo que la doctora ya me había dicho, pero las de ellas eran explicaciones mucho más relajadas y con menos tacto. A penas se dio cuenta Ana de que de verdad me encontraba bien, se dedicó mi amiga a acusarme de negligencia por haber cometido aquella locura, abordándome con preguntas bastante sofocantes sobre el cómo y el por qué.David permanecía a un lado sin dejar de acariciar mi mano en un gesto de mucha ternura. Mi hermano me llenaba de plena felicidad en ese momento, por lo que pude tomarme lo de Ana con un buen ánimo a pesar de que me encontraba bastante atosigada por ese cúmulo de preguntas que no dejaban que mi mente pudiese terminar de procesar una cuando la siguiente ya se comenzaba a procesar. ―Lo siento Ana, fue todo muy rápido. Un coche me golpeo apenas, pero a esa velocidad las cosas son tan difíciles de controlar que lo siguiente de lo que puede tener consciencia fue que mi coche se estrelló contra el poste de luz.Ana asintió p
Verdades que liberanAna entendió el mensaje que le comuniqué al darle a entender que no podía hablarle delante de David. Lo que menos quería era que mi hermano supiera que yo había tenido que atravesar todo eso por las amenazas que se cernían sobre él. Con toda esa carga de pesar que había reposado sobre nosotros durante todo ese tiempo, no había encontrado el valor para romper la ilusión de calma y tranquilidad, abordándole con una pregunta tan difícil como aquella. Yo sabía que el corazón de mi hermano era de oro y que difícilmente él iba a poder hacer nada que procediera de la maldad, sin embargo, también sabia de la capacidad de sugestión de «el Jefe» y de cómo este era capaz de adueñarse de la voluntad de los internos para llevarlos, en las mayorías de los casos, a realizar atrocidades sin siquiera poder enterarse de lo que estaban cometiendo hasta que era realmente tarde. Si mi hermano había estado involucrado en algo tan vil como lo que se mencionaba en aquella denuncia que m
Carrera por su amor La reacción de la doctora me dejó saber lo mucho que le habían llegado mis palabras en lo más hondo de su corazón, por eso, a pesar de que al principio le vi renuente e incluso se extendió un poco más de la cuenta explicándome lo riesgoso que podía ser que yo me expusiere a situaciones de tensión para mi cuerpo, al final del sermón la vi acercarse a mi brazo y con mucha decisión me retiró la vía intravenosa que aún me mantenía conectada a la bolsa de suero. Yo la miré sonriendo. Sabía que si iba a poder intentarlo. Ella me explicó lo riesgoso que era todo aquello y de cómo podía terminar metida en un lío si se llegaba a saber que había actuado de manera tan negligente al dejarme ir a pesar de que aún no estaba recuperada del todo. Se notaba la presión que reposaba sobre sus hombros, pero también quedaba en claro que haber visto aquella expresión de amor del señor Cavill al estar cerca de mí, ella se había convencido de que lo nuestro
A las puertas del amorEl Mundo se me había venido encima sin darme cuenta. Todo, desde un tiempo que me parecía una eternidad, me sucedía como siguiendo un patrón de caos y desorganización, donde sentía que para todo debía correr. Correr para huir o para alcanzar, correr para escapar o para encontrar. No parecía tener el control de nada, por lo que no podía decidir cuándo podía tomarme el tiempo de tomar un respiro y mirar con calma el futuro que tenía delante.No podía asumir los beneficios y las consecuencias de mis propias decisiones, simplemente me sentía llevada por vientos de cambio que me sometían a la indolencia de una vida agonizante y miserable que hasta ese punto me habían hecho sufrir como una condenada, pero ya no más, eso debía acabarse, pero para eso necesitaba esa última carrera; necesitaba llegar a tiempo para dejar en los brazos del amor las cargas de mi dolor para poder de una vez por todas iniciar el proceso necesario para sanar y volver a la vida; esa vida donde
Oportunidades de vidaLa vida me estaba sonriendo, aunque fuese por lo menos por un instante, pues los guardias al darse cuenta de la forma en que el jefe de seguridad y chofer del jefe se dirigía a mí, palidecieron de la impresión y se apresuraron a comunicar su confusión, explicando que no habían autorizado mi ingreso por miedo a importunar los planes de los señores de la casa. “Los señores de la casa” fue una frase que se me atrabancó en el alma apenas la escuché de boca de uno de esos sujetos que, según me explicó Arthur tiempo después, eran empleados contratados por la rubia como parte de sus ínfulas de grandeza que le hacían imaginarse como una princesa de cuentos de hadas necesitando todo un séquito entregado por entero a su protección y cuidado. El asunto me parecía un absurdo, pero no había forma de que yo me ocupase en ello sin antes no procurar llegar a mi meta: Arthur estaba de mi parte y para ello estaba dispuesto a todo. El tramo de carretera pavimentada que iba desde e
Territorio enemigoRebeca se quedó muda, estática, como fuera de sí. Ella aún parecía estar esperando que Cristian me hablase para echarme en cara una extensión de ese odio que seguramente ella busca sembrarle con inyecciones malintencionadas desde que se había ido a vivir con él. Por eso su expresión de asombro y desconcierto quedó para la historia cuando escuchó a quien era su marido dirigiéndome la palabra, no para recriminarme nada, ni echarme de su casa, sino para captar la propuesta que yo le estaba haciendo. No me llenaba de felicidad aquello de saber que lo que Cristian sentía por mí iba más allá de cualquier rencor o rabia, pero si me daba una especie de satisfacción saber que lo mismo que yo sentía por él, él lo sentía por mí y es que no hubiese existido fuerza en el mundo que hubiese podido alejarme de él más que aquella que la maldad del corazón de Martins había empleado para arrancarme de su lado todo ese tiempo y eso era el amor y la vocación de protección que sentía por
Auge y caídaCaía de mi pedestal, pero al final, llegué a los brazos del amor de mi vida. Un dolor agudo y punzante me acuchillaba la espalda, al mismo tiempo una sensación convulsa me hacía sentir mi abdomen como empujado desde adentro. Las lágrimas salían de mis ojos como por un automatismo premeditado para expresarse cuando el dolor se hacía verdaderamente insoportable. Las circunstancias estaban dadas en aquel momento para llorar y sentirse mal, pero ahora que estaba en brazos del hombre al que amaba, aunque él también lloraba, yo solo podía sentirme llena de valor y satisfacción.― ¡Emi resiste por favor! ―me suplicaba él con lágrimas en los ojos. En su rostro se descubría la frustración que aquello le debía significar, nadie podía ser tan desgraciado como para que le ocurriese algo como aquello, pero parecía que mi mala fortuna estaba decidida a hacerme sufrir si es que quería encontrar la felicidad al final del túnel― ¡Arthur, por todos los cielos, llama la ambulancia!Las pal
¿Cómo es posible?¿No que la tercera era la vencida? Por lo menos eso era lo que siempre había escuchado y que muchas veces repetíamos en la vida como una salmodia de una sabiduría ancestral que se hacía eco de verdades que no habíamos comprobado, pero que dábamos por ciertas a pesar de la falta de pruebas. Mi aparente terquedad que me llevaba a reincidir en caminos inciertos que devenían todos hacia una habitación de hospital después de tropiezos en el andar, estaban signando mi proceder con un patrón que se podía volver tedioso y repetitivo. Dos desmayos fortuitos y un accidente leve en el coche eran los antecedentes de ese historial que se acumulaba en el trascurso de no más de tres semanas. Un tiempo de caos y locura, pero sobre todo de llevar al límite, mi cuerpo extenuado por situaciones de intensidad y pesar. Mi mente vagaba a pleno en un mar de lechosa oscuridad. Pristina soledad que me sumía en una sensación de incorporeidad donde límites difus