El amanecer se alzó sobre el horizonte teñido de tonos anaranjados y carmesí, como si el cielo reflejara la sangre derramada en las últimas batallas. El aire estaba cargado de un silencio incómodo, uno que no era el resultado de la paz, sino del peso de las decisiones recientes. Aurora observaba el paisaje desde lo alto de una colina, el viento frío acariciando su rostro. Sus pensamientos eran un torbellino de imágenes: la traición de Vincent, el portal sellado, y la oscuridad que aún parecía acecharlos desde las sombras.Damien se acercó a ella en silencio, su presencia imponente y reconfortante al mismo tiempo. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad apagada, como brasas que arden en la oscuridad. No necesitaban palabras para entenderse; ambos sabían que lo que habían enfrentado era solo el comienzo de algo más grande.—¿No puedes dormir? —preguntó Damien, rompiendo el silencio.Aurora negó con la cabeza, sus dedos jugando con un colgante que había encontrado entre los escombros
El amanecer filtraba su luz pálida a través de los ventanales rotos del refugio temporal. Un silencio tenso llenaba el aire, roto solo por el tenue latido que Aurora sentía, no en sus oídos, sino dentro de su propio cuerpo. Un ritmo firme, constante, que no pertenecía a ella, pero que ahora definía su existencia: el latido de su hijo.Sentada en un rincón, su mano descansaba sobre su vientre, que, aunque apenas comenzaba a mostrar su curva sutil, ya sentía como un universo propio. La guerra, las batallas, incluso la traición de Vincent, se desdibujaban ante ese simple y poderoso recordatorio de la vida que crecía en su interior. Sin embargo, esa vida era un faro y una carga. ¿Cómo podía ser madre en un mundo que parecía decidido a arder?Miedos que no se nombranAurora observaba a Damien, que afilaba su espada al otro lado de la habitación. Su figura fuerte y segura contrastaba con la fragilidad que ella sentía en esos momentos. Aunque sabía que su magia la hacía poderosa, había una v
El amanecer se filtraba a través de los árboles, derramando una luz tenue sobre el campamento improvisado. Damien estaba de pie, apoyado contra un roble desgastado, observando en silencio. Sus ojos rojos seguían cada movimiento en la distancia, pero su atención no estaba en el horizonte. Estaba en ella.Su risa suave resonaba mientras hablaba con Matilde, su mano descansando sobre el vientre que albergaba la vida más importante del mundo para él. Un hijo. Su hijo. La simple idea de eso era un torbellino en su mente: un huracán de emociones que ni siglos de existencia lo habían preparado para enfrentar.No era miedo a la paternidad lo que lo carcomía por dentro. Era el temor más primitivo y abrumador que había conocido: la posibilidad de perderla.El peso del liderazgo y la vulnerabilidadComo líder, Damien había tomado decisiones difíciles, algunas manchadas de sangre y otras grabadas con cicatrices invisibles en su alma. Siempre había puesto la misión por encima de todo, incluso por
El viento nocturno arrastraba el eco de una tormenta lejana mientras la tienda de campaña de Damien y Aurora permanecía sumida en un silencio inquietante. Las sombras danzaban en las paredes, proyectadas por la tenue luz de una lámpara de aceite, y el ambiente estaba cargado de una tensión que parecía más pesada que el aire mismo.Damien se encontraba junto a la entrada, su figura imponente recortada contra la oscuridad del exterior. Su respiración era tranquila, controlada, pero sus pensamientos estaban enredados en un torbellino de emociones. Su instinto de líder lo mantenía alerta, pero su corazón—ese órgano que creía inerte—latía con una preocupación creciente. Aurora. Su Aurora.Ella estaba recostada sobre una manta gruesa, con la mano descansando sobre su vientre ligeramente abultado. La fragilidad aparente de su cuerpo contrastaba con la fuerza que emanaba de su alma. Aurora no era una simple humana; era la chispa que encendía su oscuridad y la luz que amenazaba con consumirlo.
El crepúsculo caía como un manto de sangre sobre el campamento improvisado. Las llamas de la fogata crepitaban, lanzando chispas al cielo oscuro, y el aire olía a humo, sudor y a la tensión latente de un grupo que sabía que cada segundo de calma era solo una pausa antes del próximo asalto del caos.Aurora se encontraba sentada cerca del fuego, sus dedos acariciando distraídamente su vientre. Aunque su embarazo apenas era visible, su cuerpo le recordaba cada día que crecía algo dentro de ella: un vínculo irrompible, una promesa de futuro, pero también un recordatorio del peligro que eso significaba. El hijo que llevaba no era un simple bebé. Era un catalizador de poder, un símbolo de esperanza y de maldición para algunos.Kael llegó desde la oscuridad, sus pasos silenciosos, como si la noche lo aceptara como uno de los suyos. Se detuvo a su lado, su mirada fija en el fuego.—No puedes dormir, ¿verdad? —murmuró sin mirarla.Aurora soltó un suspiro, sin apartar la vista de las llamas.—D
La mañana llegó como una herida abierta en el horizonte, teñida de un rojo pálido que presagiaba más sangre por derramar. Aurora despertó envuelta en el calor de Damien, su cuerpo aún marcado por la pasión de la noche anterior. Pero la paz era un lujo efímero en su mundo. Bastó un susurro en el viento para recordarle que la guerra nunca estaba demasiado lejos.Se apartó con suavidad, dejando que sus dedos se deslizasen por la piel de Damien, memorizando la textura de su ser. Había algo en el aire, una tensión que no podía ignorar. Se vistió rápidamente y salió de la tienda, sus sentidos agudizados por una inquietud inexplicable.Freya estaba en pie cerca de la linde del campamento, su arco colgado a la espalda mientras observaba el horizonte con el ceño fruncido. Aurora se le acercó en silencio, siguiendo su mirada hacia una figura solitaria que se acercaba entre las sombras matutinas.—¿Quién es? —preguntó Aurora, su voz apenas un susurro.Freya no respondió de inmediato. Sus dedos r
La oscuridad siempre había sido un refugio para Damien, un lugar donde sus demonios internos podían merodear sin ser molestados. Pero esa noche, la oscuridad se sentía diferente. No era un manto reconfortante, sino un recordatorio de la fragilidad que se había infiltrado en su existencia desde que Aurora entró en su vida. No podía dormir. Los pensamientos giraban en su mente como cuchillas: Eris, Vincent, la Orden… y Aurora, con su vida y la del bebé colgando de un hilo invisible.El eco de sus pasos resonaba en el pasillo de piedra fría mientras se dirigía hacia la habitación donde Aurora descansaba. La mansión temporal en la que se refugiaban tenía el olor a humedad y ceniza, un recordatorio de que nada era permanente, ni siquiera la seguridad. Abrió la puerta sin hacer ruido, dejando que la tenue luz de la luna delineara la figura dormida de Aurora.Su cabello caía en ondas desordenadas sobre la almohada, su pecho subiendo y bajando con un ritmo que parecía tan frágil y precioso qu
La mansión estaba sumida en un inquietante silencio. Solo el crepitar del fuego en la chimenea rompía la quietud, proyectando sombras alargadas en las paredes de piedra. Aurora, sentada en la orilla de la cama, sentía el peso de todo lo que estaba por suceder. Su mano descansaba sobre su vientre, donde la vida que crecía dentro de ella latía con una fuerza casi inhumana.Damien la observaba desde la puerta, su expresión tensa, los puños cerrados a los costados. Sabía que esa noche podía ser la última vez que estuvieran juntos en paz antes de la batalla final. Eris y la Orden estaban más cerca de lo que imaginaban, y el enfrentamiento no podía posponerse más.Aurora levantó la vista, encontrando los ojos carmesí de Damien que la miraban con una mezcla de deseo y desesperación. Sin decir una palabra, él se acercó y se arrodilló frente a ella, apoyando sus manos en sus muslos.—No quiero perderte —murmuró, su voz áspera y cargada de emoción.Aurora deslizó los dedos por su cabello oscuro