(SARAH MILLER)Estaba sentada en el enorme salón de nuestra casa, con vistas panorámicas a la ciudad desde el piso alto. El sol de la tarde se filtraba entre los ventanales, iluminando el costoso mobiliario de diseño y creando un ambiente cálido, aunque para mí, extrañamente vacío. Mamá estaba sentada frente a mí, con una taza de té humeante entre las manos, aunque apenas la tocaba. Su expresión era de perpetua preocupación, una arruga constante entre sus cejas que parecía haberse instalado allí para siempre.Una vez más, mi madre me cuestionaba sobre qué iba a hacer con mi vida. «¿Es que acaso no entienden que soy feliz?», pensé, suspirando internamente. No entendía por qué necesitaba que hiciera "algo" si teníamos la fortuna que teníamos. Nuestra familia siempre había gozado de una posición económica privilegiada. Papá había construido un imperio empresarial desde cero, y ahora, teníamos tanto dinero que podríamos vivir varias vidas sin tener que mover un dedo. De hecho, esa era una
(SARAH MILLER)—¿Te vas otra vez? —preguntó, con el tono de voz elevado, casi un grito. Su rostro, habitualmente maquillado a la perfección, mostraba ahora una mueca de fastidio.—Sí, mamá —respondí, intentando sonar lo más tranquila posible. No quería discutir, solo quería irme.—¿Es que no eres feliz en esta casa? ¿Hasta cuándo tendré que vivir con tu constante ausencia? ¡Y pagando por tus… desfalcos económicos!«Desfalcos», pensó con amargura. Para ella, cualquier gasto que no estuviera directamente relacionado con la empresa familiar era un despilfarro imperdonable. Ignoré sus palabras, sintiendo un nudo en el estómago. No valía la pena discutir. Salí a la calle justo cuando una Chevrolet negra se detenía frente a la puerta. Era el chófer de Ariana. Subí rápidamente al coche, cerrando la puerta tras de mí y dejando atrás los gritos de mi madre.Quise creer que con Ariana encontraría un respiro, un refugio en medio de la tormenta familiar. Pero la vi y supe que no sería un descanso
(SARAH MILLER)—Buenos días —dijo Ariana, con la voz aún adormilada, estirándose como un gato bajo las sábanas.—Buenos días, bella durmiente —respondí, sonriéndole con ternura. La luz del sol se filtraba por las cortinas, iluminando su rostro con un brillo dorado.—Buenos días —murmuró Ethan, dedicándome una sonrisa que me hizo temblar por dentro. Sus ojos, llenos de un brillo cálido, me recorrieron de arriba abajo, haciéndome sentir vulnerable y deseada al mismo tiempo.—Salgamos a la playa —propuse, sintiendo una repentina necesidad de aire fresco y espacio abierto. El sonido de las olas rompiendo en la orilla se filtraba por la ventana, llamándonos a la aventura—. Vamos a pasar tiempo juntos, los tres.—Me parece perfecto —respondió Ariana, incorporándose en la cama con un bostezo. Se estiró, dejando al descubierto la curva de su espalda, y luego me miró con una sonrisa pícara—. Pero primero, necesito un café.Ethan asintió con la cabeza, poniéndose de pie y estirando los brazos.
(ARIANA JÁUREGUI) Han pasado meses desde aquella noche. Meses desde que Ethan irrumpió en mi vida, trayendo consigo la promesa de un futuro que jamás me atreví a soñar. Meses desde que Sarah, mi Sarah, me reveló la profundidad de sus sentimientos, dejándome sin aliento. Han sido meses de una dulce y extraña normalidad, una que se siente tan irreal que temo despertar en cualquier momento. «¿De verdad esto está pasando? ¿De verdad tengo a estos dos hombres increíbles en mi vida?».Ethan ha demostrado ser un hombre de palabra. A pesar de su agenda frenética, siempre encuentra un hueco para nosotros. Las videollamadas se han convertido en una parte esencial de nuestra rutina, acortando la distancia que nos separa. Sus viajes relámpago, aunque fugaces, son un torbellino de pasión y risas que nos recargan de energía. Y las escapadas románticas, esos pequeños oasis entre concierto y concierto, son instantes robados al tiempo donde podemos ser simplemente nosotros, sin máscaras ni presiones.
(ARIANA JÁUREGUI)—Tonterías, Ariana —replicó Silvia, con un tono impaciente. Pude imaginarla moviendo la cabeza con desaprobación—. Tu madre cree que es una gran oportunidad. Necesitas exposición.—No a cualquier precio —dije, apretando la mandíbula. Estaba harta de que tomaran decisiones por mí, de que me vieran como un simple producto. «Ya no más», pensé, recordando la determinación que había nacido en mi interior. Sentí el suave roce de la tela de mi pantalón contra mi pierna mientras cambiaba de peso, intentando liberar la tensión que sentía.—¿Y qué le voy a decir a tu madre? Sabes que ella es muy estricta con estas cosas. Si ella cree que es necesario para tu carrera, es así… —Escuché el leve suspiro de Silvia al otro lado de la línea.—¡No quiero participar en esa campaña! —insistí, conteniendo a duras penas la frustración.—Cariño, voy a hablar con tu madre de esto, pero no te prometo que vaya a ceder, más porque ya estás comprometida a esta oportunidad —replicó Silvia, con u
(ARIANA JÁUREGUI)Ethan y Sarah reían por algo que acababan de decir, y la imagen de sus rostros iluminados por la alegría me arrancó una sonrisa automática. «Tengo que concentrarme en ellos», me dije. «No puedo dejar que Silvia me arruine este momento». Abrí los ojos y me uní a la conversación, intentando dejar atrás, aunque fuera por un momento, la presión que sentía.—…y entonces, el camarero derramó todo el café encima del abrigo de la señora —contaba Sarah, entre risas.—¡No me digas! —exclamé, fingiendo sorpresa.—Te lo juro —respondió Sarah, con los ojos brillantes—. Fue un desastre.Ethan me miró con una sonrisa dulce, como intentando asegurarse de que estaba bien. Le devolví la sonrisa, apretando suavemente su mano que descansaba sobre la mesa.—¿Qué les parece si salimos esta noche? —propuso Ethan, con una mirada traviesa—. Como una cita… ¿de verdad?La idea me pareció maravillosa. Necesitaba salir de allí, alejarme de los fantasmas que me perseguían y sumergirme en la compa
(ARIANA JÁUREGUI)Observé el entorno mientras hablaba. Estábamos sentados en un banco frente al mar, el sonido de las olas creando una melodía relajante. El aire fresco de la noche acariciaba mi rostro, y la brisa marina traía consigo un aroma salado que me recordaba a la libertad. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, creando un paisaje mágico. Sentí la mano de Ethan apretando la mía, y la de Sarah entrelazada con mis dedos. —Voy a extrañar Los Ángeles, pero no tengo nada que me até allí —escuché decir a Sarah con una sonrisa melancólica, pero a la vez llena de esperanza—. Mi familia va a estar feliz de que me vaya de casa, y en cuanto al trabajo, no tengo uno fijo, así que puedo trabajar donde sea que esté.—¿Vienen a Corea conmigo? —preguntó Ethan, con una chispa de ilusión en los ojos—. Puedo comprar los boletos para el domingo. El concierto en Seúl es el próximo sábado.—Sí —dije, sintiendo una oleada de emoción recorrer mi cuerpo—, quiero que iniciemos ya nuestra vida jun
(ARIANA JÁUREGUI)Sin embargo, pequeños detalles comenzaron a inquietarme. Nada alarmante, pero sí lo suficiente para que una pequeña semilla de duda germinara en mi interior. El aroma a kimchi, que antes me encantaba, ahora me resultaba un poco fuerte, provocándome una ligera náusea. También noté que me cansaba más de lo normal, incluso después de un simple paseo. Y aunque siempre he tenido buen apetito, ahora tenía antojos extraños, combinaciones de sabores que nunca antes se me hubieran antojado. «Seguro es el cambio de horario y la comida nueva», me decía, intentando convencerme de que no era nada importante.Una noche, mientras cenábamos barbacoa coreana, el humo de las parrillas y el aroma intenso de las salsas me revolvieron el estómago. Tuve que salir un momento a tomar aire, sintiéndome repentinamente mareada. Me apoyé en la pared, respirando profundamente, intentando que la sensación pasara. «Debo haber comido algo que me cayó mal», pensé, aunque una pequeña voz en mi interi