Irene se sentía como si estuviera atrapada en una cueva de hielo, comprendió la implicación detrás de las palabras de Robin. Simplemente con un gesto de cabeza, él no la retendría, ya era evidente que ese hombre realmente no mostraba interés en sí ella se quedaba o se iba. De parte de ella no había ningún tipo de atracción por Antonio; en el pasado, habría rechazado la propuesta sin dudarlo.

Pero en ese momento, surgió en ella un sentimiento repentino de rebeldía. No quería continuar así, instintivamente, posó su mano sobre su vientre. No deseaba utilizar a este niño como un medio para obligar a su padre a asumir responsabilidades. Era solo un juego, hablar de responsabilidades carecía de sentido. Además, Robin no era alguien a quien pudiera presionar.

Tampoco es que anhelara el tener este bebé a toda costa, pero, si no quería a este niño, ¿qué pasará con el siguiente? Robin siempre había sido precavido, siempre se había cuidado mucho en ese aspecto para evitar un embarazo. Siempre usaba protección, pero el mes pasado fue un poco descuidado y la protección se rompió, a pesar de eso, inmediatamente la hizo tomar la píldora del día después.

Sin embargo, la píldora no logró impedir la concepción de este niño. Ella sabía que no podía conservarlo, pero ¿quién podía garantizar que no quedaría embarazada de nuevo si decidía no tener a este bebé? Ya había sacrificado su juventud por él y no quería seguir agotando su cuerpo.

También había estado ahorrando para los gastos médicos de su madre, había percibido claramente la indiferencia de Robin. No quería seguir consumiéndose junto a él de esa manera. Al principio estaba indecisa, pero ahora que él lo mencionaba, tampoco quería retroceder. Alzó la vista para encontrarse con la de él.

—Entonces, ¿basta con asentir para marcharme con el señor Antonio? —Robin frunció el ceño profundamente.

—Parece que realmente estás considerándolo, ¿verdad?

Ella esbozó una sonrisa amarga, pronunciando palabras que jamás habría imaginado decir.

—Si las condiciones que ofrece el señor Antonio son mejores, podría pensarlo.

¡Clack! De repente, una copa de vino situada en el borde de la mesa fue derribada al suelo por la extensa pierna de su jefe. El ruidoso ambiente del salón privado se apagó de golpe. Robin la miró con un frío glacial en sus ojos, aunque su expresión seguía siendo de indiferencia helada. Sin embargo, cualquiera que lo conociera sabía que estaba furioso.

—Así que ya habías puesto tu corazón en otro lugar, ¿no es así? —Tras decir esto, soltó una carcajada helada—. En ese caso, mañana la señorita Irene puede entregar su renuncia.

—Está bien. —Ella respondió con una sonrisa antes de levantarse—. Señor Robin, disfrute usted. Me siento algo cansada, así que me retiraré primero.

Ella no volvió a mirar atrás, temía que, de hacerlo, perdería el valor para marcharse. Ese hombre había ocupado un lugar en su corazón durante más años de los que podía recordar. Con solo una mirada suya, ella haría lo que fuera por él, esta noche, su audacia podría considerarse un impulso del momento. Pero no se arrepentía y no dejaría que él se arrepintiera.

No podía seguir permitiéndose caer a su lado, mientras él, como un mero espectador, observaba cómo ella se hundía cada vez más, sin poder liberarse. Irene se marchó, y la habitación quedó sumida en un silencio inusual. El rostro de Robin estaba tan frío que parecía desprender escarcha.

De repente, Antonio sintió que algo no iba bien. Hugo, asustado y preocupado, lanzó una mirada cautelosa, esta vez, parecía que se había pasado de la raya. Ninguno de sus amigos se atrevía a decir una palabra, solo la joven estrella sentada junto a su hermano vio una oportunidad para acercarse.

—Señor Robin, sería mejor que encontrara una mujer menos rebelde.

—Vete.

Su voz tranquila resonó en la sala. La joven estrella parpadeó sorprendida, sin saber cómo reaccionar.

—¿Cómo es que sigue enfadado?

—¡Vete!

El director siempre había sido alguien cuyas emociones no se reflejaban en su rostro, pero ahora sus ojos estaban visiblemente enrojecidos.