Al día siguiente, en un momento de descuido, Jacob tomó de la mano a Elizabeth y la apartó a un rincón. Su mirada intensa reflejaba una mezcla de frustración y desesperación. Elizabeth, sorprendida y furiosa, lo miró con agresividad y sintió cómo la ira se acumulaba en su pecho.—¿Qué te ocurre? —le espetó, casi gritando, mientras se sacudía el brazo como si intentara liberarse de un agarre que consideraba inaceptable. —Casi me has roto el brazo, Jacob. ¿Te has vuelto loco?—No juegue conmigo, su alteza. Sabes que lo que siento no es un juego.—¿Y qué vas a hacer? Por menos he mandado a muchos a la cárcel, todavía me duele el brazo. Recuerda quién soy, la princesa de Amalienborg —contesta con soberbia.—No se trata de eso, siento algo muy profundo por usted. No puede seguir ignorando lo que siento —responde Jacob con tristeza.—¿Sentimientos? Por favor, Jacob. Ya sabes que me caso con Oliver. No hay razón para que te pongas celoso. Es ridículo, solo eres un lacayo.—Quizá solo seas un
En el solemne Salón de los Espejos se celebraba la Gala de la Nobleza, un evento que reunía a la élite de la realeza europea y a los aristócratas más influyentes del continente. Entre risas y conversaciones animadas, el príncipe Arthur, con su porte distinguido, levantó la vista y se encontró con Oliver, quien destacaba entre los empresarios de éxito y acaudalados que habían sido invitados. Aunque el ambiente estaba lleno de glamour y sofisticación, Oliver notó la ausencia de Elizabeth, su madre, y de Charlotte, su tía, pero se sintió aliviado al ver a su tío Patrick, que siempre tenía una palabra de aliento y un consejo sabio en medio de la opulencia que los rodeaba.El príncipe Arthur se acercó a Oliver con una risa jactanciosa y le dijo:—¡Ah, Oliver! ¿Cómo te preparas para la boda con mi hija Elizabeth? Debes de estar emocionado por este matrimonio tan... conveniente.—Oh, claro, su alteza. No hay nada más emocionante que un matrimonio arreglado. Es como un juego de ajedrez, pero
Al día siguiente, en la casa de modas Miller, el ambiente estaba cargado de tensión mientras Blair luchaba contra su corazón y la razón. La inminente boda de Oliver y Elizabeth, la joven noble danesa, resonaba en su mente como un eco ensordecedor. A pesar de sus esfuerzos por confiar en Oliver y en las circunstancias que los rodeaban, la realidad de la situación la mantenía en un estado de inquietud constante. Cada vez que posaba la mirada en los titulares de la prensa, que proclamaban el acuerdo matrimonial como un hecho consumado, sentía una punzada de celos y desasosiego. Se preguntaba si realmente podía creer en las promesas de Oliver o si, por el contrario, debía dejarlo todo atrás y olvidarse de él. Su corazón anhelaba la certeza, pero su mente estaba atrapada en un torbellino de dudas y temores, donde la imagen de Elizabeth, con su elegancia y estatus, se interponía entre ella y el futuro que había imaginado junto a Oliver. La confusión reinaba en su interior y, a medida que av
Blair miró por la ventana mientras sostenía el teléfono, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad. La noticia de su viaje a Copenhague le había salido a pedir de boca, pero en su interior le atormentaban las dudas.—Oliver, me voy a Copenhague —anunció con voz firme. —Eso suena emocionante, Blair. Lo importante es que te proyectes y sigas tus sueños —respondió él, aunque su tono denotaba una ligera preocupación. —Sí, claro. Gracias, Oliver.—Voy a entrar a una reunión, te quiero, Blair.—Adiós, Oliver.Colgó sintiendo el peso del compromiso que tenía con Elizabeth, una sombra que nunca la dejaría del todo.Mientras se alejaba del teléfono, Blair se dio cuenta de que, a pesar de las palabras de Oliver, las expectativas de la nobleza siempre estarían presentes, como un eco persistente en su corazón.Minutos más tarde…Oliver salió de la intensa reunión de negocios con la mente aún agitada por las acaloradas discusiones. Luego le pidió a Beatrice Miller que lo acompañara.—Beatrice,
Priscila se despidió de su tía Annelise con un cálido abrazo y salió a pasear por los extensos jardines del palacio de Amalienborg. El aire fresco y el aroma de las flores la envolvieron, brindándole un momento de paz en medio de sus preocupaciones familiares. Mientras caminaba por los senderos bordeados de setos perfectamente recortados, sus pensamientos divagaban entre la situación de su prima Elizabeth y su propio futuro incierto.En ese momento, su mirada se cruzó con la de Abel, el joven chef del palacio, que también había salido a caminar para despejar su mente después de una ajetreada jornada en la cocina. Esta vez, sin embargo, algo había cambiado en la forma en que se miraban. Un destello de emoción brilló en los ojos de Abel y Priscila sintió una inesperada calidez en su corazón.Abel se acercó a ella con una sonrisa tímida.—Buenas tardes, señorita Priscila. ¿Cómo se encuentra hoy? —preguntó con suavidad.Priscila le devolvió la sonrisa, conmovida por la sinceridad de su vo
Oliver, agobiado por el peso de sus responsabilidades y las complicaciones de su vida amorosa, estaba sumido en una arrebatada reflexión. Su compromiso con Elizabeth, la repentina partida de Blair a Copenhague bajo la sospechosa influencia de Arthur Olsen y la posibilidad de que el príncipe albergara sentimientos hacia Blair lo tenían al borde de un ataque emocional. En medio de esta tempestad, Oliver buscó consuelo en la compañía de su leal confidente y mano derecha, John.—John, estoy en una encrucijada —le confesó Oliver con voz cansada. —Si voy con Blair a Copenhague, Arthur utilizará su poder para destruirme y lo hará a través de ella. Pero si me quedo, temo perderla para siempre. Y luego está la posibilidad de que Olsen sienta algo por ella... Conozco la verdadera naturaleza de la nobleza, más allá de su fachada.John, con su característica serenidad, escuchó atentamente las preocupaciones de su jefe antes de responder:—Señor, la decisión que tome debe ser aquella con la que pu
Blair, con el ceño fruncido y el corazón agitado, metía sus cosas en la maleta con furia contenida. Cada prenda que caía en la maleta era un reflejo de su frustración y de su hastío por la monarquía y por las interminables complicaciones que su relación con Oliver acarreaba. Las palabras que habían intercambiado zumbaban en su mente como un eco que no podía acallar. La idea de un posible matrimonio con Elizabeth, aunque Oliver le jurara que no se llevaría a cabo, la atormentaba. Las dudas la invadían como un reloj implacable, marcando el paso de una incertidumbre que la consumía, mientras se preguntaba si realmente podría confiar en las promesas de un duque atrapado entre deber y deseo.De repente, al ver en la pantalla un número desconocido parpadeando, Blair miró el teléfono, sorprendida. Su corazón latía con fuerza; una mezcla de curiosidad y desconfianza la invadió. ¿Quién podría estar llamando? En un momento como este, en el que todo parecía tan incierto, la idea de responder a u
Blair ya estaba volando hacia Copenhague mientras Beatrice le contaba a Oliver lo que había hecho recientemente: visitar a Julia, la madrastra de Blair, en prisión. Beatrice describió cómo, a pesar de la tensión y el dolor del pasado, Blair había decidido enfrentarse a Julia en busca de respuestas y, tal vez, una especie de cierre. Oliver, preocupado, no podía evitar sentir que Julia no merecía esa oportunidad, pero Beatrice defendía la decisión de Blair y le recordaba que el perdón es un camino complicado, pero necesario.Beatrice, mirando por la ventana de la sala, le dijo a Oliver:—No me creo que Blair ya esté camino a Copenhague. Fue una locura visitar a Julia en prisión, ¿no crees?—Sí, fue una locura. No entiendo cómo Blair puede plantearse ayudarla. Julia es muy cara dura, ¿cómo se atreve a pedir perdón después de todo lo que le hizo?—Lo sé, pero Blair tiene un gran corazón. Ella cree que todo el mundo merece una segunda oportunidad, incluso Julia.—Pero ¿y si Julia solo está