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3. Segundas oportunidades

Alessia Cara - Out of love

***

Nunca se sufre por amor, se sufre por desamor, desencanto o indiferencia pero nunca por amor. El amor no lastima... los que lastiman son aquellos que no saben amar.

—Anónimo

***

—Muchas gracias por todas las molestias que tuvo para conmigo esta noche —murmuró Maggie, agradeciendo para sus adentros que las luces del interior fueran opacas, pues así podía sentirse más tranquila con respecto a que él no iba a reparar más en su aspecto.

—No ha sido nada —contestó él junto a una sonrisa, con el fin de restar importancia a sus atenciones, pero lograrlo iba a ser casi imposible, por los menos para ella que, en ese momento, estaba experimentando una breve aceleración de sus latidos, en los de ambos a decir verdad.

Serpentearon otro rato más entre las calles de San Salvador; afuera la oscuridad era rota por las tenues luces de los faroles y en manto brillante que la reciente lluvia había dejado sobre las calles y aceras. Asimismo, ya pasaban de las ocho de la noche, lo que le dejaba claro a Margarita que había pasado más de dos horas bajo deambulando por ahí en un acto inconsciente, pero había que señalar que algo bueno había salido de todo aquello.

Pronto llegaron a la residencial en donde vivía Melissa; en el portón se encontraba un vigilante que, al reconocer a Margarita, los dejó pasar de inmediato y así se internaron en aquellos bloques hasta llegar a su destino. Unos cuantos minutos después, ella le indicó dónde debía estacionarse. A un lado se encontraba una casa de medianas proporciones, aunque si se lo preguntaban a Andrew: todas parecían ser iguales.

Maggie le echó un vistazo al hogar de su mejor amiga, sopesando en que, como ya era de esperar, esta siempre había tenido la razón, aunque eso era lo que menos tenía ganas de escuchar si era sincera. No obstante, mientras ella se sumergía en su introspección, Andrew se animó a observarla a consciencia: detalló en su cabello de un rojo encendido y en cómo este comenzaba a formarse en agraciados rulos que le daban forma a aquel par de mejillas blancas y un tanto chapoteadas. Sabía que sus ojos eran de algún color parecido al verde y fue cuando se encontró pensando en que «ojalá tenga la oportunidad de volver a verla».

—Bueno, será mejor que me baje ya, porque la tormenta pronto va a regresar —repuso ella con voz apagada. Giró para verlo de nuevo y en al hacerlo se llevó la ligera sospecha de que la había estado observando; aunque de haber sido así, justo ahora, Maggie no tenía cabeza para reparar en esos detalles o en la existencia de señales, menos para flirtear.

—Sí, tiene toda la razón. Bueno, Margarita, ha sido un placer para mí el haberla conocido esta noche. —La aludida respondió de igual manera y cuando estaba por quitarse el saco, el dueño del mismo la detuvo, posando apenas por un par de segundo una de sus enormes palmas sobre una de las de ella—. Puede conservarlo, porque sí se lo quita ahora que ya entró en calor, seguro pescará una neumonía. Mejor no tentamos al destino, ¿le parece?

—Prometo que se lo devolveré... —musitó ella, realmente enternecida y avergonzada. Andrew asintió, muy conforme con esa promesa, pues dejaba entre dicho de que ellos, en algún otro momento, se volverían a encontrar.

—Por supuesto, pero ahora no se preocupe por eso, ¿estamos? Solo preocúpese por usted misma, que mi vida no se acabará por un saco ni la suya por devolvérmelo —contestó él junto a un guiño. Margarita sonrió mostrando los dientes, la calidez le llegó a mares; seguido estrecharon sus manos y ella se juró para sus adentros que le haría caso—. Tenga buena noche, Margarita.

—Y usted igualmente, Andrew.

Se miraron fijamente una vez más; el agradecimiento brillaba en los ojos de aquella mujer y la expectación se arraigaba en los de él. Y es que, si se ponían a pensar; el destino tenía formas muy extrañas para salvar a las personas, a veces eran dolorosas y trágicas, pero estaba esta otra llena de seguridad, de empatía, repleta de segundas oportunidades.

Se bajó y anduvo sin mirar atrás; tomó una inspiración y luego llamó a la puerta, y mientras su amiga salía a abrir, Margarita se abrazó a sí misma y volvió a ver..., el auto seguía ahí y ahora el vidrio del copiloto había descendido, hecho que le dejó en claro que el dueño la estaba vigilando. ¡Santo cielo!, sus comisuras temblaron, los nervios comenzaron a comerla viva, sin embargo, cualquier vestigio de contacto visual fue interrumpido porque Melissa abrió la puerta.

—Margarita, ¿qué te pasó? —le cuestionó tan pronto la miró de pies a cabeza, pero sin darle tiempo a emitir palabra, la envolvió en un abrazo apretado—. Estás empapada, ¡Dios mío!, te tienes que dar un baño ya mismo —le ordenó con la voz entre afligida y furiosas, ya que, se conocían tan bien como para saber por dónde andarían los motivos de su estado—. ¿Ya cenaste?

Cuando ambas mujeres entraron a aquella casa; Andrew puso en marcha el vehículo, permitiéndose, por el resto del trayecto, perderse en sus pensamientos y tratando de averiguar qué le pudo haber sucedido a Margarita. ¿Quién o qué pudo lastimarla de esta forma?, y además, en la agonía que le supondría esperar un nuevo encuentro.

Melissa llenó a su amiga de atenciones; le preparó un baño y una mudada de ropa limpia y seca. Y mientras Maggie salía, se decantó por preparar chocolate caliente y uno que otro aperitivo, pues casi juraría que ella no había comido nada.

Un tiempo después; Maggie salió ya bañada pero con los ojos rojos, anegados y con el peso de todo lo acontecido posicionándose sobre sus hombros, hundiéndola otro poco en el mar de la incertidumbre y en el resquemor. Melissa salió de la cocina y se acercó hasta ella, la abrazó de nuevo y la instó a llorar, a que sacara todo lo que llevaba dentro —todo lo que tenía acumulado desde tantos años atrás—, y así pasó.

Margarita se soltó en el llanto, en sollozos quebrados y en murmuraciones ininteligibles.

Se sentaron sobre un sofá para tres y ahí pasaron varios minutos en los que Maggie finalmente, y luego de mucho esfuerzo, le contó absolutamente todo. Y para entonces, Melissa se sentía llena de ira, de indignación y asco, porque «¿cómo era posible que este bastardo le hubiese estado haciendo eso a su prometida?», aunque debía de confesar que siempre había sospechado de él; porque nadie puede ser tan perfecto e intachable. No obstante, cuanto le pesaba el haber tenido la razón y ver a su amiga desecha por ese miserable que no valía ni una tan sola de sus lágrimas.

Más tarde y luego de muchos ruegos; convenció a Maggie a que comiera un poco, ambas se sentaron el juego de comedor y se limitaron a beber de sus tasas en silencio, cada una perdida en sus pensamientos. Un tiempo después, Meli observó con disimulo a su amiga, maldiciendo para sus adentros al imbécil de Matías, deseando romperle las bolas por haberse atrevido a lastimar así a su casi hermana y ni hablar de Larcy, para esta otra se le ocurrían un centenar de maneras para hacerla pagar tan asquerosa y vil traición.

—Ya dime algo, por favor —le apremió Maggie, mirándola con ojos apagados y una necesidad casi latente de alguna palabra de aliento.

Melissa, quien había decidido mantenerse en silencio y abstenerse de soltar una letanía de imprecaciones y planes de venganza, comprendió que debía terminar con su voto de silencio. Soltó un suspiro apesadumbrado y no pudo evitar recriminarse el no haber insistido más, el no haber hecho algo más para convencer a Margarita de terminar esa relación de la edad media.

Sacudió la cabeza, comprendiendo que los hubieras estaban de más y que ahora su mejor amiga debía ser su prioridad, ella y evitar, ahora sí, a toda costa que ella siguiera con los planes de boda, que no volviese a anteponer sus deseos por encima de los de sus padres.

—Yo solo quiero que sepas que cuentas con todo mi apoyo, ¿de acuerdo? —dijo finalmente, luego de pensárselo bien y de encontrar las palabras adecuadas, esas que su amiga necesitaba escuchar, no la retahíla de improperios que decidió hacer a un lado. La tomó de las manos y añadió—: No estás sola, Maggie. —La aludida asintió y se mordió el labio inferior, frenando un sollozo.

—Y no sabes cuánto te lo agradezco —respondió con la voz quebrada y los ojos anegados, la nariz roja y la expresión de tristeza más honda que se la había visto jamás.

—Ay, ven aquí —Se levantó de donde estaba y fue hasta Maggie para abrazarla otra vez—. Ahora hay que pensar en lo que harás, ¿ya tienes una idea? Porque, es decir..., vos no podes seguir con esa boda, Maggie.

La sintió sacudir la cabeza en una negativa, se echó para atrás y la miró a los ojos.

—Por supuesto que no me voy a casar con él... —repuso con seguridad y un tanto indignidad de que la creyesen capaz de caer tan bajo. Pasó los dorsos de sus manos por la cara, limpiando los rastros de llanto y con seguridad añadió—: Lo primero que haré mañana por la mañana es ir al departamento de Matías a por mis cosas y a terminar, definitivamente, con toda esta farsa. Eh, me podrías...

—Y yo iré contigo, eso no lo tienes ni que preguntar —se adelantó a decir y regresó a abrazarla—. Saldremos de todo esto, ya lo verás.

Y mientras Maggie pensaba en qué haría para retomar su vida; Melissa sonreía complacida de la seguridad y firmeza que veía en su amiga. Y es que siempre había sabido que dentro de ese carácter dócil y dulce que había en Margarita, se aguardaba uno fuerte y valiente, y es que no existía otra explicación para haber logrado soportar, todos estos años, a sus padres y a ese energúmeno que tuvo de prometido.

***

N/A: En el otro capítulo será el esperado encuentro, ¿cómo creen que reaccione Maggie al ver a Matías?, y este último, ¿qué creen que le dirá y hará?

Pero mientras subo, les invito a que se unan a mi grupo de lectores en F******k "Leyendo a Therinne".

Un abrazo. ☔💜

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