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4. Repertorio de recuerdos

Someone you loved - Lewis Capaldi

***

Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae.

—Gabriel García Márquez

***

Partieron el día viernes desde muy temprano; pese a que corrían el riesgo de toparse con Matías, eso a Maggie pareció no importarle mucho, aunque de ser sincera, por una parte tenía la leve esperanza de no verlo, al menos no dentro de un par de días en lo que ordenaba un poco su vida. Y por el otro lado, ese valiente, deseaba ya terminar con todo.

—No me lo tomes a mal, pero si me encuentro a esa zorra o a él, no sé si logre controlarme —murmuró Melissa, mientras giraba en una esquina, para llegar a la calle en donde queda el departamento.

Maggie contuvo el aire cuando logró divisar el edificio de no más de veinte pisos. Sintió como el estómago se le revolvía, el golpeteo furioso de sus latidos y en cómo, otra vez, la repulsión regresaba a mares, toda la furia, la humillación y el dolor. Pero sobre todas las cosas, la determinación.

Se internaron en el mismo elevador y si se lo pensaba mucho, casi podía sentir que la escena de la tarde anterior se repetía frente a sus ojos, como si fuera el peor de los filmes. Cerró los ojos una fracción de segundo y se obligó a recordar todos y cada uno de los años que había desperdiciado al lado de un hombre que no valía la pena. Se obligó a recordar todas esas veces que sus padres le cantaron su futuro, lo que ella debía hacer. Entonces, entendió que, terminar su compromiso y mantenerse firme frente a sus padres, era algo que debía hacer porque se lo debía a ella misma, a nadie más.

Las puertas del ascensor se abrieron en el mismo piso, anduvo por ese pasillo que se sabía de memoria y abrió la puerta como una más de tantas veces. El silencio la recibió con una amena bienvenida y la fría soledad, que por tanto tiempo fue su fiel compañera, le dio un cálido abrazo, uno que sabía a despedida. Y fue cuando Maggie comprendió que esa vida había llegado a su fin.

Y se encontró muy agradecida con Dios por ello.

—No está —espetó entre dientes Meli, demostrando lo decepcionada que estaba.

—Lo más seguro es que está trabajando, ya sabes, no puede defraudar a su papá —murmuró Margarita a son de mofa, pero había mucha verdad en sus palabras. Sintió la mano de su mejor amiga sobre su hombro, infundiéndole apoyo, uno que necesitaba más que nunca.

—Saquemos todas tus cosas y larguémonos a mi casa... —dijo con voz suave.

—De acuerdo. —Inhaló aire sonoramente, echando fuera sus miedos, toda la tristeza y la incertidumbre que la había acompañado por años.

Visualizó su móvil sobre una de las mesas; ni siquiera recordaba en qué momento lo había dejado, pero luego memoraba la forma abrupta en que había salido huyendo de aquel lugar que no le sorprendía el hecho de haberlo dejado tirado sin reparar en ello. Se lo entregó a su amiga, sin molestarse en revisar el contenido que brillaba en la luz LED que alertaba las notificaciones. Tomó otra inspiración, elevó el mentón y se tragó las lágrimas, no de tristeza, sino de furia. Porque Margarita estaba furiosa e indignada con la cobardía de Matías.

«Engañarme con mi prima», pensó y dio una leve sacudida a su cabeza.

Y sin mayor preámbulo, se fue hasta la que era su habitación.

Tiró las almohadas y las sábanas, percibiendo el aroma de su ex en estas y en como la vieja sensación de agrado era reemplazada por aborrecimiento. Se mordió el labio inferior y limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas. Se fue directo al armario, sacó un par de maletas y comenzó a guardas todas sus cosas, toda la ropa, zapatos, todo lo que ella misma se había comprado. Porque no se llevaría nada que él le hubiese obsequiado.

Entretanto, Melissa comenzó a guardar los perfumes y demás cosas del uso personal de su amiga en la otra maleta. Y cuando ambas se vieron con la habitación hecha un desastre, llegó la tarea más difícil.

— ¿Las joyas también? —preguntó Melissa, tomando un alhajero del tocador del baño. Maggie se quedó inmóvil por unos segundos, batallando entre ella misma y el repertorio de recuerdos tortuosos que salían a la superficie dentro de aquellas paredes.

Revisó el alhajero sin mucho interés, muchos eran regalos que Matías le había dado, profesándole amor eterno y una barbaridad de mentiras más. Solo tomó las que ella se había comprado o que eran suyas por herencia familiar, las demás las dejó ahí.

—Creo que es todo —murmuró Margarita con la voz rota por la sobrecarga de emociones. Llevó una de sus manos al bolsillo de su jean y sacó el anillo de compromiso. La gran piedra captó la atención de Meli, así como, el significado de la misma estrujo el corazón de la que hubiese sido la señora Hunt.

Y vaya vueltas del destino; un día Maggie estaba a punto de casarse y ahora ya no tenía nada.

—Iré a revisar la sala y la cocina para cerciorarme de que no dejemos nada tuyo, libros o algo por el estilo —murmuró Meli, pero la pelirroja sabía que su intención era dejarla a solas un momento, hecho que se lo agradeció mucho en silencio.

Cuando se encontró sola en aquella enorme y fría habitación; se rememoró a ella misma en aquellas noches llenas de aflicción, de todas esas veces que se encontró en la madrugada afligida por el futuro que le esperaba junto a un hombre que no le despertaba nada cercano al amor pasional. Entonces, con la fuerza bullendo en su interior, tomó el anillo y lo dejó en un cajón en el que antes ella solía guardar sus cosas de valor. Y cuando lo estaba cerrando, entró Melissa con las mejillas rojas y los ojos encendidos.

—Matías acaba de venir —alertó, con la ira contenida. Maggie pasó ambas manos por sus jeans, deglutió saliva y dio un asentimiento—. ¿Quieres que lo eche? Porque mira que tengo unas ganas de practicar todo lo que he aprendido en mis clases de defensa personal, vos solo decime.

Y cuando estaba a punto de decirle que no, que ella a partir de ese momento —y para siempre—, se haría cargo..., Matías apareció en el umbral del cuarto.

—Margarita, yo..., necesitamos hablar. Amor, por favor —dijo con un tinte de desesperación en la voz. Y vio como su imponente imagen dio un paso dentro y de inmediato Maggie sintió el desprecio haciendo su aparición. Sacudió la cabeza, una sonrisa llena de incredulidad surcó su rostro.

Porque era increíble que, luego de que ambos presenciaron lo de la tarde anterior, Matías tuviera la mínima esperanza de arreglar las cosas y el descaro de llamarla amor.

El mero hecho le provocó nauseas.

—¡Maldito hijo de puta!, ¿cómo m****as se te corrió revolcarte con la perra de Larcy? Pero no, no respondas, porque ya me imagino la sarta de mentiras que piensas decirle a Margarita —decía con la voz elevada Melissa, estaba casi fuera de sí y la aludida, no deseando empeorar las cosas, intentó calmarla, pero esta no se lo permitió. Se plantó con firmeza frente a Matías y cuando este menos lo vio venir, le dio un golpe de puño cerrado en la mejilla—. ¡Eres una escoria de persona!, pero gracias, porque gracias a la m****a que hiciste ahora Maggie está libre de pasar el resto de su vida con un poco, poco hombre como vos.

Margarita contuvo la respiración; pero cuando notó como su ex prometido comenzaba a perder los estribos, reaccionó y se interpuso entre ambos y le pidió a su amiga que la dejara un momento a solas, esta obedeció y se marchó, percibiendo un satisfactorio dolor en su mano derecha.

Cuando la ex pareja se encontró a solas, Matías se acercó e intentó tocarla.

—No, no te atrevas a ponerme encima ni uno de tus asquerosos dedos —le espetó con la voz inestable, con la cara roja por la cólera.

Matías deglutió saliva y cuando sus miradas se hallaron; lo que encontró en la que hubiese sido su esposa, le provocó una sensación de ahogo, como si le hubiesen sacado el aire de un solo golpe. Notó desprecio, resquemor, decepción y una determinación que jamás la había visto en ella. Y además comprendió que todo estaba más que perdido y que ahora sí, lo dejaría sin titubear.

Amo..., Margarita, perdóname... —pidió en una súplica que a Maggie se le antojó amarga, casi venenosa—. Yo..., yo fui un completo imbécil, pero por favor no me dejes, yo sé que podemos arreglarlo antes de la boda, porque yo, yo te juro que no volverá a pasar, que lo que viste ayer no significó nada para mí, que...

—¡Ya cállate! —exigió con voz fuerte, sin vacilaciones—.Yo no estoy aquí para arreglar las cosas, así que deja de decir todas esas estupideces, porque no, ¡vos y yo ya no somos nada!, así que, no me busques y ni siquiera intentes recurrir a mis padres porque mi decisión está tomada y me importa una m****a quedarme sin nada, ¡pero yo no voy a casarme contigo! —Matías intentó acercarse, pero ella se lo impidió—. ¡¿Por qué, m*****a sea, no solo me dejaste?!, ¡me hiciste desperdiciar tantos años de mi vida!, ¡me estuviste engañando en mi propia cama con Larcy!, ¿te das cuenta de lo enfermo y asqueroso que es todo esto?, ¡no, claro que no!, ¡por que jamás te ha importado nada que no venga de ti!

—No, amor..., yo, yo... —balbuceó sin saber qué hacer para evitar que Margarita se le escapara de entre los dedos. Y como último recurso, añadió—: ¡Todo esto es culpa de los dos! —La aludida tomó aire, buscando la forma de calmarse y no brincar directo a la yugular de ese miserable.

—¡Deja de llamarme amor, maldición!, ¡y no, no te estoy echando la culpa, pero eso no significa que vaya a olvidar todo y a regresar contigo! ¡No lo haré!, yo no quiero estar con un cobarde como vos... —Cerró los ojos y tomó una inspiración, el poder apaciguarse estaba costando tanto, incluso más al verlo y notar sus intenciones de querer victimizarse—. Matías ya, por favor, si lo que temes es que lo cuente todo a la prensa, pierde cuidado que yo no voy a hacerlo..., solo déjame en paz.

Un segundo después Melissa entró y avisó que el botones ya estaba ahí. Y sacaron las maletas a pesar de los constantes ruegos; salieron y se marcharon de aquel lugar que, en algún punto de la vida de Maggie, había sido especial pero que ahora solo era un vivo recordatorio de la traición.

—Estarás bien, ya verás... —dijo Melissa, mirando a su amiga de soslayo, iba gimoteando.

—No hay otra manera —respondió, junto a una sonrisa desprovista de felicidad.

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