Capítulo 3
Era Yael Ruiz, hermano de Guillermo. Al verme, se sorprendió mucho y corrió hacia mí de inmediato. Cuando notó mis heridas, me preguntó con preocupación:

—¿Qué ocurrió? ¿Qué hacías sola en el valle?

Le conté todo lo que había sucedido con detalle. Yael se sintió aliviado después de escuchar mi historia y me consoló:

—Dios te bendijo, ahora solo tendrás buena suerte en adelante.

—Gracias.

Estábamos a punto de partir, pero, para mi sorpresa, me cargó en brazos y me llevó hasta su auto, que estaba parado en la base de la montaña. Creía que solo me ayudaría a caminar…

Apoyada en su pecho, podía escuchar los fuertes latidos de su corazón. Sin darme cuenta, me sonrojé y le dije, algo avergonzada:

—Yael, puedo caminar…

Él se negó a bajarme y me abrazó con más ganas aún:

—Las hojas afiladas de las hierbas te pueden lastimar.

Como él insistía mucho, no tuve otra opción que obedecer su decisión.

Cuando llegamos al auto, me puso en el asiento trasero con mucho cuidado. Encontró un botiquín en el maletero y empezó a desinfectar mis heridas con ternura.

—¿Te duelen? —me preguntó con suavidad.

—No…

En su cara podía leer una sincera preocupación. Apreté mis manos con fuerza, tratando de contener las lágrimas llamadas por los recuerdos vívidos de mi vida pasada...

Fue una fiesta organizada en la oficina para celebrar mi matrimonio con Guillermo. Todos nos rodeaban brindando por él. Preocupada, intenté persuadirlo para que no bebiera en exceso. Sin embargo, de repente se enfureció y me empujó contra la torre de champaña y Cayeron las copas destrozándose contra el suelo, y yo caí entre los cristales rotos. Se me clavaron muchas en la piel, así la sangre terminó mezclándose con el vino, manchando todo mi vestido.

Aguantando el dolor, me levanté con la ayuda de una empleada. Mire a Guillermo incrédula, y él, con frialdad me espetó:

—Te duele mucho, ¿no es así? ¡Te lo mereces! Cuando Clara murió, ¡ella debió haber sufrido mil veces más de lo que te puedes quejar tú! Si no le hubieras arrebatado su paracaídas, ¡ella no habría muerto! ¡Felicia Gómez, todo eso fue tu culpa!

Paralizada, soporte sus reproches frente a todos. Allí comprendí que su amor por Clara era más profundo de lo que imagine y que se casó conmigo solo por mi fortuna.

—Ja ja ja… —reí amargamente sosteniéndole la mirada y le pregunté:

—¿Crees que todo fue mi culpa?

¡Fue tu enemigo quien te tendió la trampa rompiendo el avión y también el paracaídas! ¿Y ahora me echas la culpa? ¡Eres un completo cobarde!

Dicho esto, me fui sola al hospital para atender las heridas.

Después de ese día, nuestra relación se fue a menos y Guillermo empezó a humillarme en todos lados. Sin embargo, ahora su hermano, quien había crecido junto a él, me estaba cuidando con tanta ternura...

Tenía sentimientos encontrados y no pude evitar respirar hondo para calmarme. Intenté controlar mi voz entrecortada:

—Mil gracias, Yael.

Al escucharme, Yael levantó la cabeza y me miró con seriedad, sosteniendo suavemente mi tobillo herido:

—Felicia, Guillermo no será un esposo ideal para ti, pero tengo una idea para seguir adelante con el compromiso de interés entre nuestras familias.

Lo miré confundida:

—¿Qué estás tratando de decir?

Él retiró la mano y me puso el zapato, pero dejó de hablar del tema:

—Nada, olvídalo. Te llevo a casa, ¿te parece?

La verdad era que no quería regresar a casa en ese momento. Mi papá y mi mamá se casaron por conveniencia y después de mi nacimiento, cada uno encontró su verdadero amor. Aunque ambos estaban de acuerdo en que yo heredara su fortuna, ninguno de ellos me dio cariño. En cuanto a Guillermo, nunca me llevo a un evento social, no dormía conmigo, y cuando tuvo el control de la empresa familiar, me quito todas las acciones y me dejó sin nada.

Al recordar todo eso, le rogué a Yael, quien estaba atendiendo mis heridas con dedicación, tirando suavemente de una de sus mangas:

—No quiero regresar a casa. ¿Puedo quedarme unos días contigo?

Él no me respondió. Intenté provocar su compasión con una expresión de lástima e inocencia.

En la vida pasada, él se fue al extranjero poco después de mi matrimonio, así que no compartimos tanto, pero cuando se enteró de que quería divorciarme de Guillermo, regresó a la ciudad de inmediato para ayudarme. Para mí, tanto en el pasado como ahora, Yael siempre había sido una persona en quien confiar.

Por mi súplica, de repente él bajó la cabeza y me dirigió una mirada casi ardiente.

—¿Estás segura? Tienes que pagar algo por quedarte conmigo —murmuró en voz bajita cerca de mis oídos.

La corta distancia me hizo echar hacia atrás, mientras su fragancia de aroma a cedro me envolvía por completo. Aturdida, le respondí sin pensarlo dos veces:

—Claro, a cualquier precio…

—¿De veras?

—Sí.

Lo miré decidida, pero de repente él me sonrió. La atmósfera se puso tensa y me sentí nerviosa, incluso creía que me iba a besar. En vez de eso, dio un paso al fondo y me revolvió el cabello con cariño:

—Recuerda lo que dijiste.

—De acuerdo —le sonreí.

Sin embargo, al final, tuve que regresar a casa. Cuando pasamos por una gasolinera, le pedí a Yael que me comprara un helado y, justo cuando estaba haciendo un puchero y tirando de su mano, me encontré con Guillermo y el equipo de rescate.

Al verme, Guillermo mostró primero incredulidad y luego me miró sorprendido:

—¡Felicia, eres tú! ¿Cómo estás?

Le respondí con indiferencia, sin soltar la mano de Yael:

—Estoy perfecta.

Guillermo solo me miró asombrado, como si no pudiera creer que hubiera podido sobrevivir a una caída desde miles de metros de altura.
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