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Declarar a los cuatro vientos que su esposo era suyo, solamente suyo, era algo de lo que podía sentirse orgullosa. Claro que sí. No por gusto llevaba su mordida en el cuello declarándola su compañera de vida y los lobos eran monógamos así que… Lara se sentía plena con hacerlo y le sobraba el valor para no cuestionarse.

Pero hacerlo delante de su suegro y que este se levantara dejando salir las garras en su mano como que no, no había sido tan buena idea después de todo.

-Ave María Purísima que estás en los cielos- Lara se levantó y retrocedió dos pasos aumentando la distancia entre ella y el lobo mayor- Yo no creía en ti pero ahora creo menos, ni siquiera porque te pedí que cuidaras mi preciado culo. Acaso el hermoso de mi esposo no se merece más que eso-

Las cejas de Domec se fruncieron ante aquellas palabras. Lara en cambio se puso alerta y manoteó a su alrededor para ver si tenía alguna arma, pero no, estaba simplemente con su ropa.

-¿Dónde mierda hay una espada cuando se necesita?-
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