Elizabeth. Coloco mis manos en su cien y hago lo único que se me ocurre.—Libertad para su alma por la eternidad —eso parece funcionar, ya que empieza a reaccionar. —Ah, ¿Qué sucedió? ¿Por qué estoy aquí? —se levanta de golpe desorientada, la imito y me acerco lentamente a ella. —Calma, soy Elizabeth. —Eso causa que en su mirada se refleje el miedo. —T-tú. T-tienes que irte. —Tartamudea con preocupación. —Sabes mejor que nadie que no puedo escapar de ellos. —Suelto con molestia. —Lo sé, lo siento. Solo que, quisiera ayudarte. —La miro confundida. —¿De qué hablas?—De lo que ellos te convertirán. Tú serás una más de ellos y si te opones de igual forma se saldrán con la suya. —Ahora es ella la que me da una mirada confundida —. ¿Por qué te ríes? —Ello no pueden controlarme. —Confieso y ella parece aún más confundida. —¿Cómo estás tan segura? —¿Quién te libero de su control?—Sus ojos se abren de par en par junto a su boca. —¿Cómo lo lograste? —Es un secreto. —Me encojo de hom
Elizabeth.—¿Dónde estamos? —preguntó una vez llegamos a tierra.—Estamos cerca de Calidón.—¿Y qué hacemos en tu reino? —Cuestionó un tanto alarmada.—Tengo algo importante que hacer, no te preocupes, volveré rápido. —Pero… —y sin más desaparece dejándome sola en medio de la nada. Observo el lugar en busca de en qué parte exactamente estoy, pero la penumbra no me deja ver nada. Me recuesto en uno de los árboles a mi espalda, el cual logró ver tanteando hasta llegar a él. No sé qué es peor, si estar en medio de la oscuridad del bosque o en ese maldito palacio lleno de locos. Imbécil. Hecho mi cabeza hacia atrás, esperado a que pasen rápido las horas o minutos, no sé cuando se tarde el idiota, así que me preparo mentalmente para varias horas. Pienso de nuevo en lo que tengo en mente con respecto a los hijos del consejo, Amelia fue muy rápida en su elección, ella está harta de su madre por lo que convencerla fue muy fácil, pero Abalam, creo que va a ser más complicado de lo que pen
Elizabeth.Un olor fuerte se impregna en mi nariz. Dolor…Angustia…Desespero…Su cabellera negra cae por todo su rostro ocultándolo, aun así puedo ver sus ojos rojos inyectados en sangre transmitir irá. -¿Quién eres? -Musito dando un paso a él, sus cadenas están pegadas a la pared que yace detrás de él, son gruesas y se nota que lo están lastimando. Su agonía la puedo sentir, el desespero de salir de estas cuatro paredes llenas de suciedad y del sufrimiento de alguien que ha estado por años encerrado. Caigo de rodillas y lloró como nunca antes lo había hecho delante de él, quien no me ve ni me escucha. —¡Elizabeth! —despierto con la cara empapada de lágrimas y sudor. —¿Dónde está? —murmuró viendo a la nada. Una mano toma mi rostro y el rojo en sus ojos me recuerda a él haciéndome sentir de nuevo el dolor. Lloro de nuevo sin saber bien el porqué. —Duele Abalam. Le digo en medio del llanto que siento que me ahoga. —Calma, no llores. —me pide, pero yo no puedo parar, mis sentimie
Elizabeth. Abro mis ojos y lo primero que veo son árboles gigantescos y tierra debajo de mí. Me levanto de golpe y veo perdida a todos lados intentando saber donde estoy. -Pero ¿Qué sucede conmigo? -la frustración de no tener control sobre mi cuerpo me abruma, delante de mí veo a los dos hombres que se miran fijamente. -¿Abalam? Los dos se voltean al mismo tiempo y sus ojos penetrantes me encogen en mi lugar. -¿Quién eres tú? -Le pregunto al hombre con cadenas, los recuerdos vienen a mí rápidamente, sin embargo, aun así, no sé por qué hice lo que hice o quien es. -Abigor. -Se acerca a mí y me ofrece su mano, la cual dudosa tomo, abro los ojos de par en par. -Eres el hermano menor de, Abalam. -afirmó un poco aturdida. En su expresión puede ver que no le agrado mucho mis palabras. -Se podría decir que sí. -Su voz no es para nada como la de Abalam porque la de él es sumamente ronca. Mi mente comienza a trabajar rápidamente. -Espera... -doy un paso atrás y luego comienzo a dar vuel
Omnisciente. Abalam estaba completamente en shock, puesto que no podía creer que su hermano menor había estado encarcelado, quien sabe por cuántos años, sin embargo, acató las órdenes de la princesa y fue al palacio de Froilán a tomar el dichoso cuaderno que sin saber contenía algo importante, al dejarlo en su sitio corrió en dirección al bosque… La princesa corría rumbo a la barrera invisible que separaba a Nirvana de Hélido mientras una serie de cosas pasaba en distintos lugares del reino. En el palacio de Agnes se encontraba reunido el consejo, quienes veían como la princesa corría por el bosque con una menta en mente que amenazaba a todos los presentes en la sala. —Agnes, hay que actuar rápido antes de que cruce. —advierte Gregory. —Libera a las bestias. —Ordenó Agnes. Los guardias acataron las órdenes soltando a las criaturas gigantescas, de pelaje gris y grotescas como ninguna otra criatura, su olor putrefacto hizo vomitar a uno de los guardias… A Través de una pantalla el c
Azariel. Siempre he pensado que lo inesperado ciertas veces trae consigo algo fascinante, y esta vez no es la excepción. Camino junto a mis guardias rumbo a la entrada del palacio, puesto que hay es donde ordené que dejaran a los intrusos que venían de Nirvana. El asunto con el consejo es cada vez más complicado, ellos quieren más poder y yo solo quiero estar tranquilo, sin embargo, ellos se empeñan en darme dolores de cabeza que estoy empezando a odiar por completo. Aunque debo admitir que el problema con ellos no es que se empeñen en tener más poder, sino el que subestimen todo a su pasó, creen que únicamente ellos tienen el privilegio de pensar y que todos los demás son unos ignorantes, pésimo pensamiento si quieres iniciar una guerra. —Los intrusos su majestad. —los guardias arrastran a dos hombres inconscientes y una joven de cabellera curiosa, las heridas en su cuerpo se notan que son recientes. —¿Quiénes son? —doy unos pasos hasta quedar a escasos centímetros de ellos quien
Azariel Daulas. —¡Traigan a los otros intrusos! —Ordenó una vez estoy de vuelta a la sala. Noto enseguida que los Nirvanences ya no están. —Están en distintas habitaciones donde están atendiendo sus heridas Majestad. —Aclara uno de los guardias. —Estaré en la sala de tronos. —informó antes de ir a dicho lugar. Al tomar asiento en el trono gigantesco hecho de Nirgen, no pasa mucho para cuando los guardias traen encadenados e inconsistentes a los otros intrusos. Estos son colocados a unos metros de mí, levanto la mano en señal de que se larguen los guardias, los cuales salen enseguida. Muevo mi dedo por el posa brazos del trono haciendo un círculo y en cuanto lo terminó los individuos a mis pies despiertan desorientados. —¿Dónde estamos? —la joven de cabellera rosa es la primera en hablar. —Hélido — aclaró. El que alguien cruce o quiera cruzar la barrera no es algo nuevo para mí, ya que desde pequeño siempre estuve informado de cómo funcionaban los reinos, en especial el mío. Nir
Elizabeth. Otra vez estoy en la inmensa oscuridad de mi mente, sin saber el por qué. Es muy frustrante, a pesar de haber logrado mi cometido. No sé cuánto tiempo pasa, pero una silueta se empieza a distinguir en medio de la negrura, rápidamente logró saber de quién se trata. —Nos volvemos a ver princesa, aunque creo recordar que te advertí no hacer otra estupidez —dice la pelinegra acercándose a mí. —No soy de seguir las advertencias —me encojo de hombros.—Eso ya lo había notado. —¿Ya me vas a explicar qué es lo que sucede? —preguntó hastiada de no saber qué es lo que pasa. Suspira y empieza a caminar en la negrura de mi mente. —El consejo intenta entrar a tu mente. — Confiesa, aunque no me sorprende. —Siempre he estado protegiéndote Elizabeth, desde que eras una niña he protegido tu mente de su control —entre abro mi boca sorprendida por su confección. —¿Por qué? —Eso aún no tienes que saberlo, pero pronto lo sabrás…. Si es que ganas la batalla —Declara antes de desaparecer, d