Había dejado a los chicos con el problema de los franceses secuestrados en la furgoneta robada, y yo me había ido al mercadillo de recaudación de fondos necesarios para la reparación de la iglesia de San Xoán da Cova.
Iba a asegurarme de que nadie había visto lo ocurrido, pero ya que estaba allí me tomé unos instantes para valorar los daños con ayuda de la luz del día. No había mucho que lamentar teniendo en cuenta la batalla que había ocurrido allí mismo la noche anterior; dos ventanas de alabastro habían quedado inservibles, la puerta de madera estaba irremediablemente rota y habría que sustituirla, y por último, una de las campanas había sufrido daños pero fácilmente restaurables.—No puedo entender el porqué destruir un edificio con tanta historia y belleza.— murmuró Iris, mientras observaba la fachada de
—¿Quién podría hacer una cosa así?— repitió Iris, que parecía dispuesta a seguir haciéndolo hasta que alguien llevase a sus oídos una teoría decente.—Dicen que ha sido una secta.— como de la nada apareció una mujer con la edad de nuestras madres vestida completamente de negro cargando con unas cajas de cartón.— Ayudadme y os cuento.Iris y yo intercambiamos miradas y tomamos una caja cada una, era sorprendentemente pesada teniendo en cuenta que aquella mujer llevaba cuatro.—Pues eso, que dicen que fue una secta satánica de esas.— la seguimos hasta una mesa vacía.—Como esas de las películas de terror.Dejé la caja en la misma mesa que ella, temía no poder aguantarla en alto hasta llegar ahí.—Parece que hicieron un ritual de los suyos.— fruncí el ceño
Después de llamar a Asena y de que ella me jurase que no tenía una sola herida en todo el cuerpo, solo me quedaba una sospechosa.Todos los restos de hombre lobo habían quedado disueltos y nadie más en nuestro bando había podido entrar por el acónito, a parte de nosotras tres.—María, dime que anoche no sangrante, por favor.— me salté la formalidad del saludo, la situación requería malgastar el menor tiempo posible.—Bueno, me escondí un cuchillo de plata en la manga y al sacarlo me corté un poco.— cerré los ojos y me quedé en silencio, era lo que me temía.— Pero no es nada, además Hades me ayudó a curarlo.—Me alegro, pero tu sangre está en la escena del crimen.— oí cómo ella tragaba saliva y enmudecía.—Lo voy a solucionar.Lo solté muy a
A Iris y a mí nos habían encargado la ardua tarea de llevar uno de los puestecillos benéficos de comida. El nuestro estaba lleno de dulces que habían donado para venderlos a cambio de la voluntad y así pagar los arreglos de la iglesia. Teníamos tarta de Santiago, mantecadas As Pontes, larpeira, bola de nata, tarta de Mondoñedo, almendrados y empanadas dulces; además de café.—Ponme dos cafés solos y un par de almendrados.— pidió un hombre mayor, que venía con su mujer enlazados por el brazo.—Aquí tiene.— dijo Iris con una sonrisa; mientras ella colocaba los dulces en una servilleta, yo servía el café en vasitos de plástico.—¿Cuánto es?— el hombre tuvo que soltar a su mujer para rebuscar la cartera en el interior de su bolsillo.—La voluntad.— contesté acercando hasta su
—Esos policías llevan toda la mañana esperando aquí.— lo sabía de buena tinta, ya que no había dejado de vigilarles desde que llegué. —Voy a llevarles algo.Puse tres vasos llenos de café y unos cuantos dulces sobre una bandeja, además enseñé un billete de diez euros a Iris para que lo viese antes de meterlo en el bote de donaciones.—Espera, ¿de verdad vas a llevar eso a los policías?— asentí con la bandeja en las manos lista para empezar a andar hacia allí antes de que pudiese detenerme.— ¿Y que pasa con eso de A.C.A.B.? ¿O lo de "Un madero, cuarenta lapiceros"?— tenía toda la razón en recalcar mi hipocresía, no sería la primera ni la última vez que aquellas frases saliesen de mí.—La iglesia de San Xoán da Cova es patrimonio de Galicia, y qui
Temía que me condenasen por destrucción de pruebas y tener que pasar de seis a doce meses de prisión, pero había un matiz en el que todos los presentes me apoyaron, no lo había hecho intencionadamente.A esta hipótesis contribuyó el hecho de que yo empezase a llorar hasta el punto de que los policías tuviesen que consolarme (eran lágrimas de verdad, llevaba tiempo acumulando muchísima tensión y me vino hasta bien poder dejarla salir en forma de llanto), además de que se suponía que estaba intentando ayudar a la iglesia y lo último que querría sería evitar que atrapasen a los vándalos.—Lo siento muchísimo, yo no quería.— repetí mirando a los ojos a Xoel, que se limitó a suspirar y darme una palmadita en la espalda.—Venga, venga, no te preocupes.— Iris me tomó la mano y yo me abrac&e
—Buenos días agentes, os traigo algo para que toméis mientras hacéis guardia.— me esforcé en lucir la mejor de mis sonrisas al ofrecer la bandeja a los dos que custodiaban la puerta.—Moitas grazas, fermosa.— contestó el más alto con un acento gallego muy puro, y a continuación su compañero y él se sirvieron.—Pensei que erades tres.— no es que lo creyese, es que sabía que había otro policía dentro de la iglesia.—Sí, Xoel está dentro.— respondió el pequeño, ya que el otro tenía la boca llena de empanada dulce.—Ah bueno, se lo llevo.— ya tenía un pie dentro, dado que no había puerta la frontera era más bien imaginaria.—Pero no toques nada, nena.—puse los ojos en blanco, si supiese porqué estaba llevando café para los agentes
—¿Te sientes mejor ya?— preguntó Duke mientras echaba el freno de mano y me daba otro pañuelo.—Sí, solo tengo que tranquilizarme un poco.—cuando llegamos a mi casa, Ayax y Max salieron a la puerta.—¿Qué ha pasado?— preguntó Ayax alarmado. Max vino corriendo y me abrazó de inmediato, como si lo necesitase más que el aire.—No es nada, solo he estado estresada últimamente.— hice una pausa para secar los mocos que caían de mi nariz muy elegantemente.— Pero ya se ha acabado todo y podemos descansar y estar juntos en paz.— conseguí sonreír ante aquella idea.—Bueno...— noté que todos estaban nerviosos al oírme decir aquello, pero solo Ayax se atrevió a verbalizarlo.— Aún tenemos a los prisioneros franceses.—¿Qué?— tuve que dejar pa
Me llevé las manos a la cabeza al ver a todos aquellos hombres lobo franceses atados y amordazados con cinta aislante, apostaría que habían gastado más de diez rollos.—¿Cuántos son?— pregunté, aunque ya estaba dando vueltas a qué hacer con ellos.—Treinta y cinco.— respondió Ayax.—Pero hay otros dos en la cocina.—añadió Duke, cuando me giré hacia él comprendió que faltaba información.— Todos parecían estar en su contra y querían hacerles daño, por eso les dejamos a parte.—Ve a comprobar que siguen ahí.— ordené y él obedeció rápidamente.—Sí, todo bien.— anunció desde la cocina.—De acuerdo, ¿qué se hace con los prisioneros de guerra?— pregunté en voz alta, aunque