A la mañana siguiente, el ambiente en el departamento de Lucian se sentía más pesado de lo normal. Aunque me había despertado temprano, permanecí en la cama, sin ganas de moverme. Mi mente aún estaba revuelta por lo que había pasado la noche anterior.El beso que le di a Lucian.La forma en que me rechazó con suavidad, pero con firmeza. El modo en que me dejó sola con mis pensamientos, sin forzar nada, sin pedir explicaciones.¿Qué se supone que debía hacer con esto?Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.—Adelante —dije con voz apagada.Cuando la puerta se abrió, mi corazón dio un brinco al ver a Aldrec entrar con paso seguro. Había algo en su expresión que me puso tensa. Mi primo cerró la puerta detrás de él y me miró con atención.—¿Todo bien?No.Apreté los labios y desvié la mirada.—En realidad, no.Aldrec suspiró y cruzó los brazos.—¿Qué te preocupa?Tomé aire y lo solté lentamente, intentando ordenar mis pensamientos.—La manada… tú… y Lucian.Tan pronto mencioné
Entré en mi habitación sintiéndome extraña. Había algo en la despedida con Lucian que no podía definir con claridad, pero me dejó una sensación incómoda en el pecho. Algo había cambiado. No sabía si era en él, en mí… o en los dos. Suspiré y sacudí la cabeza, tratando de despejarme. Me dediqué a organizar mi ropa dentro del armario. Aunque la cabaña era hermosa y reconfortante, el hecho de que tuviera que esconderme aquí por seguridad seguía molestándome. Después de un rato, decidí que lo mejor sería dormir. Me metí en la cama y cerré los ojos. Pasaron cinco segundos. O al menos eso sentí antes de abrirlos de nuevo. Pero ya no estaba en mi habitación. Estaba en la parte trasera de la cabaña, descalza, con un simple camisón blanco que flotaba con la brisa nocturna. A mi alrededor, el cielo estaba cubierto de cientos de hilos dorados que se entrecruzaban en una maraña infinita. Brillaban con una luz tenue, moviéndose lentamente como si fueran guiados por un viento invisible. Pe
Encerrada en mi habitación, me dejé caer sobre la cama con la mirada fija en el techo. Mi corazón aún latía con fuerza después de lo sucedido en el desayuno. Podía leer los pensamientos de Lucian. Y lo peor de todo era que él podía leer los míos también. No entendía cómo ni por qué estaba ocurriendo. Hasta ahora, lo único sobrenatural en mi vida eran los hombres lobo y el Formus que intentaba matarme, pero esto… esto era diferente. Intenté buscar una explicación lógica, aunque la lógica ya no aplicaba en mi vida desde que llegué aquí. Tal vez tenía que ver con la convivencia. Quizás por pasar tanto tiempo con Lucian, había desarrollado una especie de conexión con él, algo que solo pasaba entre los de su especie. Pero entonces… ¿eso significaba que me estaba convirtiendo en una de ellos?Sacudí la cabeza con frustración y me tapé el rostro con las manos. No, eso era ridículo. No podía convertirme en loba solo por estar cerca de ellos. Pero entonces… ¿qué demonios estaba pasando co
El aire frío del edificio me envolvía, pero no sentía frío. La chaqueta de Lucian estaba sobre mis hombros, cubriéndome con su calor. Su aroma impregnaba la tela: bosque, ciprés, naturaleza… Pero ni siquiera eso podía calmar la sensación de confusión en mi pecho. Estaba sentada en las escaleras de emergencia, con la mirada fija en el suelo, todavía intentando procesar lo que había sucedido. A mi lado, Lucian no dejaba de observarme con preocupación.—¿Por qué intentaste lanzarte? Su voz sonó tensa, como si le costara siquiera decirlo. Alcé la vista con sorpresa y fruncí el ceño. —No intenté lanzarme. Lucian no parecía convencido. —Entonces explícame qué fue lo que pasó. Desvié la mirada, sin saber cómo responder de inmediato. Ni siquiera yo entendía bien qué había ocurrido.—¿Tiene algo que ver con lo que dijiste cuando te despediste de Aldrec? —continuó, con el ceño fruncido—. Sobre ser "la chica problema". Dejé escapar una carcajada nerviosa. —No tiene nada que ver con e
Los días habían pasado con rapidez desde lo ocurrido en la biblioteca, pero la inquietud seguía en el aire. Demián, Joy y Esdras habían mostrado un profundo arrepentimiento por lo sucedido. Ninguno de ellos recordaba cómo habían quedado dormidos en medio de su guardia. Y aunque intentaron justificarlo con cansancio o descuido, yo sabía que no era casualidad.Era obra de aquella mujer. Había jugado con nuestras mentes, manipulando la realidad a su antojo. Y si había logrado neutralizar a tres hombres lobo sin que se dieran cuenta, entonces no estábamos preparados para enfrentarla. La preocupación crecía en mi pecho. Necesitábamos una forma de protegernos. Recordé algunos detalles de los libros que había leído sobre la historia de la manada de Aldrec. Se decía que su abuela había tenido contacto con los indígenas americanos, personas que conocían los secretos de la magia y la naturaleza mejor que nadie. Si alguien sabía cómo enfrentar una presencia como la que me acechaba, era ella.
Salimos de la oficina de Mónica con el peso de la conversación aún sobre nosotros. El aire afuera se sentía más frío que antes, o tal vez era la sensación de haber sellado un destino que, hasta ahora, no parecía real. Apenas habíamos avanzado unos pasos cuando Aldrec me detuvo.—¿Cómo pudiste hacer ese trato? Su voz estaba cargada de frustración, pero más que eso, dolor. Me giré para mirarlo y vi su mandíbula tensa, sus ojos ardiendo con una mezcla de enojo y algo que no quería reconocer como tristeza. —Aldrec… —¿Tienes idea de lo que significa? —continuó, sin dejarme hablar—. Si aceptas el trato de Mónica, te sacará del registro familiar. No solo dejarás esta casa… dejarás de ser parte de la familia.El golpe de sus palabras me dejó sin aliento.Sabía que sería una despedida difícil, pero no había pensado en la magnitud de lo que estaba perdiendo. A mi alrededor, la manada se había detenido a escuchar. Sus expresiones reflejaban la tristeza que probablemente aún no podía sentir
El aire de la noche era fresco y silencioso. Sentada en el balcón, me envolví un poco más en la manta que cubría mis hombros mientras mi mirada vagaba por el paisaje nocturno. A pesar de que las casas eran grandes y numerosas, no parecían sofocantes ni invasivas. Siempre había espacio verde entre ellas, pequeños bosques y claros que daban la sensación de estar en plena naturaleza. Tenía sentido. Después de todo, este era el hogar de una familia de lobos. Pero en este momento, lo que menos me preocupaba era el paisaje. Mi mente estaba en otro lugar, en un rincón oscuro donde la tranquilidad era un lujo que no podía permitirme. Sí, los chicos ahora estaban protegidos gracias al ritual, pero yo no. Corría peligro incluso estando despierta. Suspiré, apoyando la cabeza en la baranda. Quería pensar en una solución, en cómo enfrentar lo que venía, pero la verdad era que no lo sabía. El miedo se arrastraba como una sombra persistente, pegándose a mi piel. Y entonces, sin necesidad de mir
La noche seguía envolviendo el cielo con su manto oscuro, pero el frío ya no me molestaba tanto. Quizá era la manta sobre mis hombros… o quizá era la persona que tenía a mi lado. Lucian suspiró y se levantó de su asiento. —Es tarde. Deberías descansar. —Lo mismo para ti —respondí, mirándolo de reojo. Él sonrió con esa expresión serena que a veces me desconcertaba. —Haré una ronda antes de acostarme. Quiero asegurarme de que todo esté en orden. No me sorprendía. Siempre estaba en alerta. Asentí con una leve sonrisa. —Gracias, Lucian. Él sostuvo mi mirada por un instante, pero cuando hizo ademán de darse la vuelta, mi cuerpo se movió antes de que pudiera pensarlo. Sin decir nada, estiré la mano y lo tomé de la muñeca. Lucian se detuvo, y en ese momento, lo abracé desde atrás. Sentí cómo su cuerpo se tensaba con sorpresa al principio, pero solo por un segundo. Luego, lentamente, bajó las manos y las colocó sobre las mías. Mis dedos se aferraron a su ropa, mis mejillas presion