La ruta al bar fue en silencio, se movieron a pie entre el gentío que pululaba en Time Square a esa hora, que iba en busca de aventuras y las luces nocturnas. Gem parecía saber hacia dónde se dirigían, él solo se limitó a seguirla.
Llegaron al Fairfield al oeste de la Calle 40 y subieron hasta el Sky Room, un bar de azotea bastante conocido, que disfrutaba de vistas de trescientos sesenta grados de toda Manhattan. El lugar estaba algo concurrido, un tanto anormal para un sábado tan temprano en la noche; aunque eso jugó a favor de ellos para conseguir una mesa en la parte de afuera y en un buen sitio.
La camarera llegó de inmediato, apenas si soltaron sus abrigos sobre el espaldar bajo de los sillones modulares; Gem pidió una cerveza para empezar, Hank la imitó, y mientras la chica latina iba hasta la barra por sus pedidos, ambos se acomodaron en una esquina donde podían deleitarse con la vista, estar cómodos y disfrutar algo de intimidad.
Henry se se
Hank pasó la siguiente semana en una montaña rusa.Esa era la única expresión que se ajustaba a lo que padecía. El domingo estuvo meditando en las palabras que su jefa le dijo, sobre la rendición, el cariño, la liberación y todo eso… sonaba muy tentador, pero en el fondo no se sentía capaz de entregarse a nada de ello, ni tampoco actuar un papel de dominante. Algo en el tono de la morena le hacía sentir que aquello iba más allá de un juego de alcoba, no era solo encontrarse para follar tras una buena azotaina.De a ratos se sentía un tanto sobrepasado por todo, en especial cuando le parecía que Gem buscaba seducirlo. Ella se acercaba demasiado, exponiendo su cuello, dejando que sus muslos se notaran exageradamente seductores cuando usaba minifaldas y decidía subir las piernas sobre el escritorio. Claro que estas presunciones se iban por el caño cuando
El comportamiento de Gem empezó a ser un tanto confuso, Hank lo notó casi una semana después cuando el chico de mensajería se detuvo en la oficina para hablar con ella.―Señorita Rivers ―llamó con nerviosismo―. Llegó otro.El chico extrajo un sobre de color violeta, este se encontraba dentro de una de las bolsitas plásticas que su jefa guardaba en su escritorio.―Gracias ―respondió ella, tomando lo que le tendían―. ¿Viste quién la entregó? ―preguntó con tranquilidad. No abrió el sobre, se limitó a ponerlo en la misma gaveta que el anterior.―No, señora ―contestó el mensajero―. Pero le expliqué a mis compañeros sobre esto para que estuvieran atentos. Dicen que llegó en el servicio de correspondencia regular.―De acuerdo. ―Asintió ella con una sonrisa conciliadora―. Gracias de nuevo. Cualquier cosa
Hank se bajó del taxi y se encaminó a la entrada del 740 Park Avenue en Lenox Hill en la Calle 71. El imponente edificio de diecinueve pisos tenía muchas de sus ventanas iluminadas y su grandiosa estructura resaltaba contra la calle. Un caballero vestido de portero se apresuró a abrirle la puerta del vestíbulo, se maravilló ante la cuidada decoración Art Deco que poseía el lugar. Ese edificio era uno de los más icónicos en la isla, limitado para personas irrisoriamente millonarias.«¿Con qué clase de personas te codeas, Gem Rivers?» se preguntó mentalmente.―¿Señor Webber? ―le preguntó un hombre que claramente era un mayordomo―. ¿Henry Webber?―Sí, soy yo ―respondió de inmediato. Se sentía vestido de forma inapropiada para la ocasión, en ese momento extrañó sus trajes de eje
«Mantén la cabeza abajo, mantén la cabeza abajo.»Procuró fijarse en el intrincado patrón de la alfombra, en maximizar las sensaciones suaves del tejido en sus rodillas. Su vista periférica se iba fijando en las rótulas y pantorrillas de hombres ataviados en finos pantalones de vestir, con zapatos lustrosos de marcas de lujo.―Aquí ―indicó su jefa y él se detuvo. Levantó la vista para notar dónde debía hacerse. Justo al lado de un hombre de piel morena, que iba en ropa interior oscura y portaba un collar de cuero muy ajustado.Mientras se acomodaba al lado del sumiso, buscando arrodillarse en la posición más cómoda, aprovechó de hacer un barrido fugaz con sus ojos. Se moría de curiosidad por ver quiénes estaban en aquella fiesta peculiar.Reconoció a dos de los hombres que estaban allí, ambos hab&
«…nada de lo que eres cambió en realidad…»Las palabras de Gem Rivers continuaron resonando en su cabeza, incluso más allá del fin de semana.Hank no sabía a dónde se había dirigido su jefa a pasar el fin de semana; cuando llegó a la oficina al día siguiente, caminando entre las calles atestadas de personas que amanecieron en las tiendas para aprovechar los descuentos del Viernes Negro, la ausencia de Gem se sintió como una bendición… al principio.A pesar de que sabía que no iba a estar, igual compró las galletas que ella acostumbraba comer para desayunar, se había vuelto rutina y en ese momento necesitaba de la cotidianidad como un drogadicto necesita una dosis. Se sentó en su puesto tras dejar la bolsita de papel sobre la esquina del escritorio de Gem; después de revisar los correos de su bandeja, responder a los m
El lunes en la mañana Pedro lo increpó durante el desayuno, alegando que estaba comportándose de forma extraña; Hank no quería entrar en detalles sobre todo lo que pasaba por su cabeza, pero le hizo un resumen relacionado con la actitud de Melinda y el comentario de su jefa al respecto de sus reacciones.―Al menos comienzas a llevarte mejor con Rivers ―elogió su amigo. Henry enarcó una ceja ante sus palabras, esperaba algo más, tal vez concerniente a la situación con su exesposa―, eso es bueno.―No diría que somos amigos ―confesó frunciendo el ceño, especuló un poco en su mente sobre eso, en cierta forma era verdad, pero si no eran amigos, entonces ¿cómo se clasificarían?―No dije que fuese tu amiga, pero hay menos rechazo por tu parte y eso es un avance ―le aclaró―. Aunque en perspectiva tiene un poco de razón en lo que dice, aunque de t
Gem se levantó de su silla con suavidad, dejó los cubiertos y la servilleta sobre la mesa de forma elegante y comedida, para después alejarse en dirección a una de las oficinas deshabitadas de aquel piso.Henry no entendió lo que sucedía, pero Helen captó de inmediato, indicándole a los dos recién llegados que por favor siguieran a Rivers hasta el despacho. Harold también se puso en pie, junto a la rubia, los escoltó en el camino y cerraron la puerta detrás de ellos.―¿Gemini? ―preguntó Martini, con curiosidad, apenas entró.―Sí, ese es su nombre de pila ―respondió el caballero―. Gemini Rivers.―Un nombre peculiar ―asintió el cliente con una sonrisita sorprendida.―Un nombre misterioso, para una misteriosa mujer ―corrigió el moreno con galantería.―No lo aceptaré, Martini ―cortó Gem sin inm
Helen y Harold se negaron a decirle algo a Henry cuando este los abordó para indagar sobre lo sucedido en la oficina. Los nuevos estilos de decoración para empresas no abogaban mucho por la privacidad, así que las paredes de la misma les permitieron a todos ver parte de lo que sucedía en su interior, porque las persianas que servían de barrera visual, no estaban desplegadas por completo.Martini y el tal Adam Fox ―por lo menos le dijeron el nombre―, se quedaron unos minutos más en la oficina después de que los dos creativos salieran de allí y los arengaran para continuar con la sesión fotográfica. Hank estuvo tratando de disimular todo lo que pudo, atento a lo que sucedía dentro.Al principio le pareció que Martini le reclamaba algo al supuesto modelo, este se veía cabizbajo, como si estuviese siendo derrotado por el peso de los argumentos del cliente. Solo que, cinco minutos des