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Capítulo 3. Amarla puede ser nuestra decisió

Neo levantó la nariz y olfateó el aire, sintiendo que ese pelo en la cruz de su lomo se erizaba. Era fácil reconocer el aroma de la sangre, pero cuando esta venía de un lobo, era una mala noticia. Echó a correr a todo lo que le daban las patas, saltó a la rivera opuesta del río y bordeó la desembocadura hasta llegar a la playa.

El olor a sangre se hizo más penetrante y Neo llamó a su lycan para una regresión, pocos minutos después el gigantesco lobo se perdía en el cuerpo de un hombre proporcional, de músculos definidos y piel suavemente tostada por el sol.

«¡Es una hembra, una hembra herida, está en problemas, tenemos que ayudarla, ayúdala, John, ayúdala...!» El espíritu de su lobo se revolvía desesperado en su interior y el lycan sabía que la única forma de calmarlo era ir a ver qué pasaba.

A sus treinta años, John Roberts era el alfa de la manada Agua Clara, la más extensa y poderosa de la costa oeste. Era un hombre respetado, un lobo extremadamente fuerte y un Alfa temido, y eso bastaba para que no existiera loba en su manada que no lo codiciara.

Se levantó sobre un de los riscos y vio allá abajo en la playa la figura gris de la loba. Gemía desesperadamente y eso hizo que John se apurara. Llegó junto a ella y se dio cuenta de que apenas estaba consciente, pero sin dudas estaba sufriendo mucho.

—Es una loba joven, demasiado joven... -murmuró John examinándola.

Tenía una larga herida en una de las patas traseras, pero por suerte era superficial.

«No está sanando. ¿Por qué no está sanando?» gemía Neo con desesperación.

—Porque está más concentrada en sobrevivir —respondió John sosteniendo su cabeza—. Hey, bonita, mírame, mírame... —Las pupilas de la loba estaban dilatadas y vidriosas. Parecía como si se estuviera asfixiando—. ¿Quién eres, bonita, cómo te llamas?

Pero la loba era incapaz de responderle.

«Neo, ayúdame», le pidió.

«¡Nash!», le gritó su lobo. «Se llama Nash... Creo que esta es su primera transformación».

John apretó los dientes. Una loba recién nacida era un asunto de cuidado, pero el Alfa estaba seguro de que ese no era el único problema.

—Nash, bonita, mírame —le ordenó John acariciándola y sus ojos se tornaron de un dorado brillante. La loba se estremeció y por un segundo se concentró en él—. Tienes que hacer una regresión, Nash. ¿Sabes cómo hacer una regresión? ¿Puedes devolverme a tu lycan?

Pero de parte de la loba le llegó solo un pensamiento:

«Mi lycan... ella... me duele».

John entendió al instante, Nash había nacido en un momento de demasiado dolor para su lycan, y en lugar de reforzar el vínculo era como si solo se lastimaran la una a la otra.

—Entiendo, bonita, por eso mismo tienes que entregarme a tu lycan -le dijo acariciando su lomo-—. Neo y yo vamos a ayudarte a hacer la regresión, ¿sí? Vamos a intentarlo.

Las palabras tranquilizadoras de John y las instrucciones de Neo alcanzaron para someter la voluntad de Nash, al menos lo suficiente como para que la piel de la loba comenzara a desaparecer lentamente en el cuerpo desnudo y frágil de aquella chica.

Aun inconsciente gemía y sollozaba igual que su loba. John apretó los dientes cuando la levantó contra su pecho, porque sabía exactamente la causa de ese dolor. Lo había vivido hacía décadas, en su propia carne, en su propia alma. Neo y él habían estado igual de desesperados.

Corrió durante varias millas hasta alcanzar la base de la montaña donde residía su manada y pocos minutos después estaba entrando en el hospital de la pequeña comunidad.

—Llamen al doctor —ordenó mientras la acostaba en una de las pequeñas camas y la cubría con una manta-. ¡Ahora!

Un instante después un hombre mayor entró a revisarla. El médico de la manada, más viejo que astuto, puso una mano sobre la frente de Lucía y emitió un gruñido de disgusto.

—Dime qué pasó. No omitas nada —le pidió al Alfa y John se sentó junto a ella.

—No hay mucho que decir. Neo encontró a su loba herida y tirada en la playa. La ayudamos con su primera regresión, su loba se llama Nash, pero de ella no tenemos ni idea, lo único que es evidente es que las dos estaban... están —se corrigió—. Sufriendo mucho.

—Entiendo —dijo el doctor—. Ahora necesito espacio para trabajar. Por favor, John, espera afuera.

Ningún otro lycan de aquella manada se habría atrevido jamás a tutearlo, ni a decirle que se fuera de ninguna habitación, pero aquel hombre no solo era el doctor de la manada, sino que prácticamente había criado al Alfa como a su hijo y el respeto era algo demasiado importante para John.

Salió de allí directo a lavarse y a vestirse, y cuando regresó media hora después, se dio cuenta de que el médico había terminado y la chica seguía acostada en la cama, pero limpia también.

«Sé lo que estás pensando». John escuchó la voz de su lobo. «Yo creo lo mismo, nosotros también la necesitamos».

“Sé que no es nuestra pareja, pero ella también está sola” ahora respondió John. "Amarla puede ser nuestra decisión, lo mismo que convertirla en nuestra Luna. ¿Eso es lo que quieres?”.

Neo se revolvió con inquietud dentro de él, pero John ya conocía su respuesta:

«Sí...»

Neo había pasado ya demasiado tiempo solo y él también. Sintió que los colmillos de su lobo se extendían dentro de su propia boca y levantó a la muchacha, pegándola a su pecho. Sin embargo, antes de que pudiera rozar siquiera su piel con uno de ellos, algo duro y pesado lo golpeó en la nuca.

—¡¡Ni se te ocurra marcarla!! —le gritó el médico asustado.

—No estoy pidiendo tu permiso para hacerlo, Grimm —gruñó el Alfa con molestia, encarándolo. Tú sabes tan bien como yo lo que le pasó. Fue rechazada, se puede oler su dolor a millas. Yo puedo ayudarla.

—Tal vez, pero esta no es la manera...

—¡¡Eso lo decidiré yo!! —bramó John—. Esta manada necesita una luna, Neo y yo queremos aceptarla y ella ya no pertenece a nadie...

—No, ella ya no pertenece a nadie... pero su cachorro no te pertenece a ti —replicó el médico y John retrocedió vivamente.

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