En cuanto Sam se abrochó el cinturón de seguridad del avión, Vlad le dejó una pila de carpetas para que revisara durante el viaje. Encima estaba el estado de cuenta de su deuda, que pormenorizaba cada cobro con lujo de detalles, desde el pago por adelantado con el que comenzó y toda la lista de faltas y “crímenes” con las que se había vuelto prisionera. ¿Qué pensaría al respecto la persona que había redactado el excéntrico documento?. Quizás lo había hecho él mismo. Lo importante era que, con toda la sangre, sudor y lágrimas invertidas desde que su condena comenzó, había pagado apenas una vigésima parte de la deuda. Iba a ponerse a calcular cuánto tiempo le quedaba, pero eso no le sería realmente útil.
—El trabajo de asistente de un CEO como usted deber ser mucho mejor remunerado que el de su sirvienta ¿No?
—Estás en lo cierto.
Eso sí le serviría y le vendría de maravillas para su deuda. De su bolso sacó una libreta y come
Vlad Sarkov se dejó caer en el sillón de la suite de su hotel. Había regresado con Markus, dejando a Samantha haciendo negocios con el inversionista. Con su pie golpeaba el suelo repetidamente. Fue hasta el balcón y se palpó los bolsillos del pantalón. Se miró las manos ¿Por qué había hecho eso? Era algo que los fumadores hacían, lo había visto en sus mayordomos cuando iban al jardín a fumar, pero él no fumaba. Se pasó las manos por la cara y él cabello, exhalando pesadamente. Habían pasado cuarenta minutos desde que dejaran el hotel donde se llevó a cabo la reunión. Volvió a entrar.—¿Ella sigue allí? —le preguntó a Markus.El hombre usaba su teléfono. Se mensajeaba con alguien.—Sí, amo. No ha salido.Vlad golpeó un jarrón. Se hizo trizas contra el suelo. Los arranques de ira no eran comunes en él, no con su poder para ocultar sus emociones. Había ira en sus ojos, pudo ver Markus, que lo miraba como quie
Sam se despertó en una cama tamaño King, como las que estaban en las habitaciones principales. Eso y el conocido aroma a loción de afeitar en el aire le indicó que estaba en la habitación que ocupaba su jefe en el hotel. Tenía puesto el pijama y su piel olía a gel de baño. Ella no se había dado un baño y tampoco era la amnésica de la historia. El culpable apareció en su estrecho campo de visión desde un costado. Sus pisadas se oían como las de un elefante. Y había demasiada luz, tanta que le lastimaba los ojos.Por eso y otras cosas ella no solía beber, salvo en contadas ocasiones. Cuando estaba furiosa era una de ellas.—Lo odio —le dijo en cuanto sus ojos hicieron contacto—. Es una persona repugnante.Él se sentó en la cama, con expresión seria y un moretón en el costado de la boca.—¿Por qué mi madre fue a tu habitación? ¿Qué es lo que hablan a escondidas tú y ella? ¿Qué tipo de trato tienen? Dime la ve
La cabeza de Sam estaba más tranquila cuando se despertó. Había tenido un sueño que ella consideraba una intrigante revelación. La pequeña Sam corriendo con todas sus fuerzas por el bosque donde se había perdido, corriendo por entre los árboles oscuros, viendo a lo lejos un claro. Corría hacia la luz, allí estaba la libertad. Al llegar se encontró con un lago de aguas cristalinas y en ellas vio su reflejo. Tenía su peinado de bailarina. Nunca le gustó ese peinado. Cuando quiso desarmarlo, descubrió que en vez de manos tenía patas con pezuñas. Se había convertido en un cervatillo.Entonces, oyó la voz de Vlad Sarkov. Al volverse se encontró con un enorme dragón de tres cabezas, que se movían en el aire como serpientes. La de en medio era Vlad, a los costados estaban Anya y Tomken Sarkov. De sus bocas, enormes dientes se asomaban relucientes y les salía vapor de la nariz.La cabeza Vlad habló. Dijo algo que ella no pudo entender porque no ha
El mundo estaba lleno de maravillas intangibles, momentos únicos que resultaban infinitamente valiosos: ver una estrella fugaz, el inicio o el final de un arcoíris, oír el primer canto matinal de las aves, saborear la primera comida que cocinas, enamorarse por primera vez… y ver a Vlad Sarkov durmiendo.Apenas lo vio, se apresuró a mirar la hora. Todavía faltaba bastante para que sonara la alarma. Salió con cuidado de la cama y fue en hurtadillas hasta su cuarto. Buscó su cámara, un momento así debía ser inmortalizado apropiadamente y no osaría usar su vulgar teléfono para tal labor. Antes él había evitado ser fotografiado, pero ahora, dormido y vulnerable, nada podría hacer para detenerla. Se sintió perversa. Enfocó su rostro angelical. El hombre era un cínico hasta cuando dormía. Hizo varias tomas de su rostro, con el corazón latiendo a mil por hora. Si llegaba a despertarse y la descubría sería su fin, como quienes morían por tomar una selfie extrema. A
Todavía no eran las seis de la mañana cuando una mancha negra con franjas calipso se desplazaba por el monótono verdor del jardín de los Sarkovs. Era Samantha, corriendo. Los hábitos madrugadores de su jefe se le habían pegado en estos días que pasaron juntos y el ejercicio matinal la ayudaba a mantenerse de buen ánimo. Imaginó que él estaría duchándose o cepillándose sus perfectos dientes, o escribiendo quién sabía qué en su teléfono.Se detuvo fuera de su ventana. La luz estaba apagada, tal vez se había vuelto a meter a la cama. Siguió corriendo, dándole algo de color a ese jardín carente de flores. Y en una casa, en una familia donde las flores estaban prohibidas, su jefe se había tatuado el nombre de una. Violeta debía decir el tatuaje. La otra palabra era demasiado excéntrica hasta para alguien como él.Su corrida la llevó a la pérgola, oscura y silenciosa. Descansó apoyando las manos en el borde del pozo. El aire frío entraba violent
Sam permaneció inmóvil, sintiéndose como un pez fuera del agua. Su jefe le dio una mirada fugaz y severa que la hizo reaccionar. Caminó hasta el escritorio, viendo a la mujer sentada frente a Vlad. Vestía ella un traje de dos piezas, muy formal. Su cabello negro y con ligeras ondas brillaba luciendo sedoso y grácil. Su rostro pálido y perfectamente maquillado decía mucho sobre lo disciplinada y rigurosa que era con cada detalle. Una mujer perfeccionista, eso pensó. Alguien que no dejaba nada al azar.La mujer también la miró detenidamente, de pies a cabeza, centrándose en la cintura, donde debía ir un delantal que ella no llevaba.—¿Qué tanto haces, Sam? Entrégale su café a Elisa —dijo él, sin apartar la vista de la pantalla de su computador.Sam lo hizo, todavía medio pasmada. La mujer se quedó viendo la taza y la horrorosa cara que la miraba con los ojos desorbitados y la lengua afuera, el ahorcado en la leche de su café
La recepción de la señora era en otra ciudad. Esa misma noche partieron, aunque Sam sentía que se le había quedado la mitad de la cabeza en la mansión Sarkov. Pensar en por qué su jefe había aceptado “prestársela” a su madre era inútil, tal vez fuera una prueba más. Lo que le dolía eran las palabras que él había usado: “Haz con ella lo que quieras”.Anya Sarkov era una mujer aparentemente fría, superficial, misteriosa. Lo que ella pudiera querer era demasiado extenso y podía ser demasiado perverso, ella podía querer hacerla desaparecer. Pero a su jefe no le importaba. Sam había empezado a creer que sí. Una y otra vez acababa dándose de golpes como contra un muro, más le valía entenderlo de una vez por todas: ella era sólo una sirvienta para él, el resto eran sus perversidades. Ya no se le olvidaría, ya no permitiría que su maligno jefe lastimara su corazón.Con la cabeza apoyada en el oscuro asiento trasero del auto, Sam miraba el desfile
Pese al dolor en su cadera y coxis, Sam se irguió. Su espalda recta le dio la altura de la que gozaba. Caminó hacia el tipo, cojeando. Parada frente a él tenían la misma estatura. Amó que, por generaciones, en su familia fueran altos, gente bien alimentada, con dinero para obtener buena salud y huesos firmes, así no tenía que mirar esos arrogantes ojos verdes hacia arriba.—¿Disculpe? Creo que del golpe que me dio me dejó sorda porque no oí bien. —Estaba tan cerca de él que casi se rozaban las narices.El hombre retrocedió ante su inesperada cercanía. Ella avanzó otro paso y él retrocedió dos más.—Tienes… tienes sangre en la frente —dijo, poniéndose verde.Cayó cuan largo era a los pies de Sam y allí se quedó, dormidito como un bebé.Un hombre llegó corriendo. Vestía traje y corbata oscuros, como los mayordomos de los Sarkovs.—¡¿Qué le hiciste al amo Ken?!
Último capítulo