No entiendo mucho por qué me tienen aquí, y tampoco me gustan esas miradas que me dirigen. Si les soy sincero, me intimidan. Me han visto muchas veces así en el pasado, con cierto desprecio, quizás hasta miedo. Una repugnancia innata y establecida como si fuese una ley escrita en piedra y sellada con sangre. Creo que los entiendo, todo esto tiene que ver con el Señor Shappy, ¿no? Él me dijo que sucedería, así que está bien, cooperaré con ustedes. Les contaré todo, pero por favor, dejen de verme así, ¿sí? Gracias
Me llamo Adrián, pueden decirme Adry si quieren, y tengo nueve años. Vivo con mi mamá Ariana y mi hermanita Eri. Mi hermana tiene cuatro años, es decir, cinco menos que yo (sí, sé contar).
Vivimos en Yeleska. Supongo que lo conocen, es ese pequeño pueblo en las afueras de la ciudad, creo que algunos le d
Por favor, antes de contarles mi historia o, mejor dicho, la historia de una chica cuya mera existencia es una prueba de la existencia de un poder superior, permítanme desvariar un poco sobre la magnánima fuerza que irradian las féminas. Porque sí, esto es un relato, pero necesita contexto como las leyendas necesitan mitologías. Que abundante es la belleza femenina para aquellos que sabemos apreciarla, ¿no? Quienes se maravillan con siluetas en cada acera, viendo diosas danzar entre ellas cual pasarelas. Comprendiendo así la importancia de un ser superior al cual adjudicarle la creación de tan perfectos seres. Pues la naturaleza, ni en sus sueños más ambiciosos, podría ser la responsable de la majestuosidad latente en cada mujer. Esa majestuosidad que arranca suspiros y pasiones; sueños y fantasías. Se deslizan por la vida con ese brillo que irradian al sonreír, sin importar su forma, tamaño o color. Ay, las mujeres. Sinónimos de pasión, de bell
"La invito a bailar señora soledad sobre el planeta, y perdón si la piso, pero es que este corazón me aprieta"El bar está lleno, o eso parece. Las tenues luces no alcanzan a iluminar todo el lugar. Detesto ese olor a cigarro y licor que impregna el aire, pero en un momento como este tal vez sea lo que necesito: Alcohol, humo de cigarrillos, hombres reunidos, borrachos desmayados, mujeres de compañía vestidas como empresarias y en busca de clientes. El cielo en la tierra
Los días pueden parecer infinitos cuando se viven en un palacio. Más aún cuando es un palacio cuya belleza se aprecia a kilómetros de distancia. Un palacio donde sus altas torres despuntan al cielo como si le retaran, rozándole, queriendo herirlo. Sus jardines recorren hectáreas imposibles de recorrer a pie, y se pierden en un bosque extenso como el mismísimo cielo. El marfil de sus paredes solo compite con el dorado que cubre el marco de sus ventanas. Ventanas que dejarían pasar a un gigante. Los cuartos son incontables; y se sabe que más de un hombre se ha perdido tratando de recorrer todos sus pasillos sin el debido guía. Las bestias que residen en las jaulas maravillan a la vez que asustan e impresiona. La cocina nunca ha estado vacía y se dice que nunca lo estará; de ella salen manjares que le darían hambre a un hombre que recién acabe de almorzar. Por dentro es difícil caminar derecho; los ojos se desvían en todas direcciones, siguiendo la hermosa arquitectura
En uno de esos bosques que la sociedad no debería conocer, un hombre solitario acampó. Deseaba poseer sus propias tierras y cubrirlas con su imagen en cada árbol. De noche, celebrando que cumpliría sus ambiciones, bebió y bebió hasta que su hígado no pudo más y cayó desmayado sin antes apagar la fogata que había montado. Durante su letargo, la madera de su fogata se deslizó hasta caer en el suelo y contagió con su calor a unas ramas cercanas, quienes sucumbieron ante ellas y se incendiaron en el acto. El hombre despertó con resaca al amanecer, rodeado por llamas y en el aparente comienzo de un incendio forestal. Por su mente jamás cruzó la idea de intentar apaciguar el desastre. Tomó sus cosas, se las cargó el hombro y se marchó para nunca volver. El b
Que cansado estoy. Otro día más partiéndome el lomo para personas que no conozco en una empresa que no dirijo. Cifus, se llama, pero no hablaré de ella porque me tiene harto. Llevo todo el día entre números, hileras de cifras, ceros y más ceros. Estoy muy cansado. ¿Por qué diablos decidí convertirme en contador? Creo que alguien me habló de un buen sueldo, un buen trabajo, estabilidad económica y todo eso y heme aquí, partiéndome la espalda. O como dije antes, el lomo. Perdonen que lo vuelva a decir, pero estoy muy cansado. La camisa me da calor, la corbata me asfixia. Mientras camino por el estacionamiento subterráneo del edificio, los pasos resuenan en un eco seco. Estoy saliendo temprano. El estacionamiento aún está lleno. Soy de los pocos hombres que pueden jactarse de salir en el ocaso, cuando la noche nace, el día muere, y nadie tiene muy claro lo que está suced
—Llegó la hora —. El prisionero se levantó del catre y, antes de salir, suspiró, dirigiéndole una sonrisa irónica al verdugo y a sus acompañantes: dos oficiales que se marcharon al comprobar que todo estuviera en orden. —Por un momento casi creí que se les olvidaría que hoy es el día. Es una lástima, con lo cómodo que estoy aquí. El verdugo no respondió. Se hizo a un lado para que el prisionero saliera, evitando mirarlo directamente. —No tengas miedo de mirarme –dijo el prisionero al llegar al pasillo y encaminarse por él a la que sería su última sala—. Sólo temen los que tienen algo que ocultar. Pero tú y yo somos inocentes, ¿no? Somos inocentes. Su fortaleza flaqueó, y sus últimas palabras se convirtieron en un susurro. Ambos caminaban hombro con hombro por el pasillo. Uno en libertad; el otro con esposas. Uno con futuro; el otro con minutos. —Siempre quise escribir un libro, ¿sabías? Lo veo como una magnifica forma de esparcir conoc
Estoy en silencio, siento las gotas de la ducha caer en mi espalda y deslizarse lentamente por ella. Deslizándose con suavidad, sin problemas, sin nada que las detenga, dejándose caer al vacío... No puedo creer que llegué a esto hoy, el día comenzó tan normal... Pero ahora estoy aquí, llorando con las manos llenas de sangre y preguntándome qué futuro me espera.Todo comenzó esta mañana al salir del consultorio. Caminaba por las calles de la ciudad, eran tan sólo las siete; las calles estaban vacías. El tono azul del cielo aún era lo suficiente oscuro para cubrir de sombras mi camino. Los altos edificios se encontraban en silencio, en la calle podía observar a los pocos autos con madres llevando a sus hijos al colegio, o los trabajadores y vendedores colocando sus puestos para laborar un día más. Caminaba con las manos en los bolsillos arrugando el réci
Un árbol en el centro era casi todo lo que había. ¿En el centro de qué? Se preguntarán. En el centro de todo lo inimaginable. El eje de la existencia. Un tronco irguiéndose casi solitario a todo lo alto del infinito, con ramas que se alargaban a través de universos y de ellas brotaban estrellas. Tronco precioso, imponente, con una rectitud que asustaba de perfección, ni un solo tallo fuera de su lugar; plantado en una planicie de un césped con corte unilateral. ¿Se han fijado en que ya dije dos veces la palabra “casi”? Eso es porque ese árbol del génesis no era lo único que existía. A su alrededor vivían cinco zorros idénticos. Ni más grandes ni más pequeños. Quintillizos, dicho con toda la intención exacta de la palabra. Cinco zorros juguetones, pero con la prohibición de no jugar entre ellos, pues jamás debían tocarse Para evitar el aburrimiento, los cinco zorros se distraían creando. Creaban seres pequeños para cazarlos; seres rápidos como la luz para per