Aquí mi historia:
Alemania, Noviembre de 1923
En Alemania se cumplen cinco años de la finalización de La gran guerra. Con ciudades totalmente destruidas por las fuerzas aliadas, Alemania sufre en este momento un verdadero caos político, social y sobre todo económico. Tras la guerra y la firma del tratado de Versalles por toda Alemania surgen movimientos políticos de muy diversas formas, contextos e ideologías.
De entre esos movimientos existe uno que día a día toma más fuerza, el que antes llamaban Partido Obrero Alemán, se ha convertido en el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, cuyo líder, Adolf Hitler, ha estado sumando a cientos de miles de ¹alemanes a su causa.
Adolf Hitler es un orador excepcional y muchos alemanes depositan en él la esperanza que necesitan para poder salir delante de la crisis de la post-guerra mundial, salir con la frente en alto y con el orgullo inquebrantable.
La desesperación en la gran mayoría de los alemanes es indescriptible.
Millones de ellos perdieron todo su patrimonio durante la gran guerra. Solo algunos resultaron afortunados al lograr rescatar de manera inteligente, miles de marcos para comprar exclusivamente lo necesario para poder subsistir.
Los más agraciados económicamente fueron en ese momento, los menos.
Múnich, Alemania
Madrugada del 9 de Noviembre de 1923:
El doctor Alfred Kunze, es un hombre relativamente joven, de tan solo 37 años y de complexión robusta pero sin llegar a la obesidad, de largos bigotes entrecanos al igual que todo su pulcro y perfectamente cortado y peinado cabello.
Sus expresivos ojos azules y su rostro delineado hacen suspirar tanto a jóvenes como a señoras ya entradas en años.
Alfred es un hombre respetado por toda la sociedad que habita la ciudad de Múnich.
El Doctor Kunze Participó en la gran guerra como médico de los soldados caídos, sin importar si eran combatientes alemanes o soldados aliados.
De manera elegante en el vestir y con un calzado impecable, llegó a su casa, a las afueras de su ciudad natal.
Ahí lo esperaba su esposa Patrizia, una mujer seis años menor que él y quien ha sido siempre una excelente compañera durante los poco más de doce años que llevan unidos en matrimonio.
Patrizia, mujer muy guapa, de perfil casi perfecto, cocinera excepcional y excelente madre.
Patrizia siempre es la última en ir a dormir.
Siempre lo hace después de servir la cena a toda la familia, recoger la mesa y lavar los trastos sucios. Además de cerciorarse que estuviera bien cerrada la puerta de la casa y la del consultorio de su marido, que se encontraba al ingreso de la vivienda.
Los Kunze eran una familia tradicional católica, de herencia cien por ciento alemana.
El matrimonio tenía dos hijos, Bruno el hijo mayor y Edmund el menor.
Bruno es un niño totalmente extrovertido que soñaba en convertirse en médico, al igual que su padre.
Edmund, a diferencia de su hermano mayor, era un niño un poco pasado de peso, totalmente rubio y con profundos ojos azules, que denunciaban casi siempre, una expresión de tristeza.
El pequeño Edmund sufría trastorno de aprendizaje.
La casa de los Kunze era un hogar que miles de ciudadanos alemanes alguna vez soñaron tener, al menos antes de la gran guerra.
La familia había logrado salir adelante de la situación agónica de la post-guerra gracias a los ahorros logrados por el líder familiar durante los años de sequía laboral.
De amplios jardines y provista de una maravillosa estancia en sala y comedor, el hogar de los Kunze era uno de los hogares más elegantes de las afueras de la ciudad. Su vivienda estaba situada en una zona privilegiada.
Las paredes y pasillos del hogar se encontraban adornados con pinturas y esculturas excitantes de artistas europeos, todos ellos de los nacientes años veintes.
¡La revolución nacionalista ha comenzado!
Cerca de las dos con quince minutos de la madrugada del 10 de Noviembre de 1923 se escucha el ruido ensordecedor del motor del vehículo Ford T, modelo 22, propiedad del Doctor Kunze.
Patrizia y Bruno lo esperaban despiertos.
Al escuchar el gran escándalo del automotor salieron a recibirlo.
Padre ¿Qué ha pasado? lo hemos estado esperando estas últimas horas, nos tenía bastante preocupados –Dijo Bruno mientras le recibía la gabardina.
¡Esto se está convirtiendo en una locura hijo!
–Respondió el doctor.
– ¿Por qué dice eso?
Dentro de casa te platico lo que aconteció hace unas horas – Respondió Alfred.
El doctor Kunze habría salido horas antes a la cervecería Bürgerbräukeller Beer Hall a escuchar el discurso de Gustav Von Khar, un líder político quién daría esa noche el anuncio de unificar a los diferentes partidos políticos de Alemania.
Al ingresar a la casa, Alfred depositó un beso en la frente de su mujer, después le solicitó de manera afable, le sirviera en una copa, un buen trago de whisky.
Se sentó Alfred preocupado en el sillón de la estancia principal y tras desabrocharse un poco los zapatos lanzó un leve suspiro.
Bruno, quien había dejado en el perchero a la entrada de la casa la gabardina de Alfred, tomó una silla y se sentó a su lado.
Le noto nervioso –dijo Bruno al oído del doctor Kunze.
No es para menos muchacho, estamos saliendo de una guerra y no somos capaces todavía de entender que lo hemos perdido todo como nación y aún así queremos entrar a una nueva guerra –Respondió Alfred mientras recibía de Patrizia el trago de whisky que le había solicitado momentos antes.
En la mente de Alfred se agolpaban las palabras que horas antes había pronunciado quien ni siquiera estaba contemplado estar en la reunión del líder Gustav Von Khar.
Ante la sorpresa de los ahí reunidos, el líder del partido nacional socialista obrero alemán, Adolf Hitler, había tomado por asalto la sede de la reunión y había mantenidos secuestrados a todos los presentes, incluido Alfred.
“¡La revolución nacionalista ha comenzado!” fueron las palabras de Hitler al unificar de manera traicionera a los demás líderes políticos.
Alfred salió de su pensamiento para terminar de beber el whisky y tras levantarse del sillón le pidió a Patrizia acompañarle a la habitación.
Bruno se despidió de Alfred depositando en él un beso en su mano derecha, después se dirigió a su madre y la besó en la frente.
–Mañana platicamos un poco más de esto Bruno –soltó al viento Alfred mientras se dirigía a su habitación.
Claro que si padre –respondió el mayor de los hermanos Kunze.
Edmund, quien había escuchado todo desde su cama, ya no pudo conciliar el sueño. Se levantó, sacó de un baúl que estaba dentro de su habitación un rompecabezas de madera e intentó armarlo.
Unas horas después Bruno fue despertado por Patrizia quien le indicó que el desayuno estaba servido y le pidió arreglarse para asistir a la escuela. El hijo, aún adormecido, acató la instrucción de su madre y lentamente caminó al sanitario para arreglarse antes de bajar a desayunar.
Edmund por su parte seguía dormido.
El menor de la familia no asistía a ninguna escuela, un maestro especial, contratado por el doctor, era quién se encargaba de enseñarle a leer y a escribir.
No se habló más del tema.Los hijos partieron a la escuela mientras Agnes levantaba de la mesa la vajilla.Gustav se dirigió al ingreso de la finca para abrir el negocio farmacéutico que se encontraba en una de las principales avenidas de Múnich.La apertura se realizaba dentro del local, ya que pertenecía a la vivienda.Para trasladarse a la puerta principal del negocio, Gustav tenía que cruzar la vivienda, tenía que cruzar también un pequeño espacio en donde realizaba la composición de fórmulas que entregaba como remedio a los enfermos que le visitaban.La puerta de ingreso del comercio estaba en forma de arco a dos alas, de madera, ambas con cristales que permitían ver el interior del negocio.El piso del comercio era de un impecable laminado de madera de roble perfectamente barnizado.
¿Usted ha leído el libro qué el canciller escribió durante su reclusión, al que llamó “Mi lucha”? –preguntó de manera seria el doctor anfitrión mientras se dirigía al reloj de pared para darle cuerda.–No, no lo he leído ni me importaría leerlo, creo yo, mi estimado camarada, que solo es una fase más en el crecimiento de la Alemania.–Venga doctor, sentémoi0?nos de nuevo a la mesa, quiero contarle algo que nunca he platicado.Lo que le voy a comentar sucedió en el año 1918, al final de la guerra.Venga por favor, tome asiento, que esto que le voy a contar puede que cambie un poco la débil apreciación que tiene sobre el momento histórico que está pasando la nación –dijo Alfred mientras que conducía con gentileza a Gustav al comedor nuevamente.Cuando ambos se sentaron a la
Varsovia, Polonia. Invierno de 1934A pocos kilómetros del centro de Varsovia, a las afueras de la ciudad, cerca de un pequeño poblado de menos de mil habitantes, se encontraba una preciosa cabaña de madera rodeada de un extenso campo de pastizales. La rústica vivienda era de una belleza excepcional. En ese momento, el humo que despedían los leños de pino seco y cortado en trozos triangulares, salía por la chimenea como notas labradas de un exquisito soneto de Mozart, que perfumaban los alrededores con un aroma exótico.La propiedad contaba con un mediano establo cubierto el cual servía de refugio para las cerca de 100 cabras y 30 reses que pernoctaban después de una jornada de pastoreo diurno.A pocos pasos del ingreso a esta belleza se encontraba el camino de terracería que conducía a la ciudad de Varsovia.Ese día, dentro de la vivienda, el doctor Kunze escuchaba con tristeza las noticias acontecidas un día antes en su ci
Años después: 31 agosto de 1939. Varsovia PoloniaLa familia Goldemberg había logrado establecerse en una pequeña casa en el centro de Varsovia, a unos cuantos metros de un famoso cine en una de las más importantes avenidas de la ciudad. Gustav había recibido la ayuda de la familia Kunze para lograr tal objetivo.Dentro de la misma casa, Gustav había instalado una botica, más pequeña que la que dejó en Múnich. Ahí el doctor Goldemberg atendía todos los días de manera exitosa a los visitantes polacos.Schmuel, el mayor de los hijos, había logrado terminar su carrera de médico en la Universidad de Polonia y ejercía su profesión en uno de los pocos hospitales de la ciudad.Gabriela, había logrado también terminar la carrera de psicología. Todos los días atendía con gran entusiasmo y profesionalismo a niños y jóvenes en su gran mayoría. Lo hacia dentro de un pequeño espacio de la m
Me ha pedido estar aquí a primera hora del día Adam –dijo Gustav.Dígame, en que puedo servirle.Adam se dirigió a un taburete de madera en donde guardaba una botella de coñac, sirvió un poco del licor en una copa de cristal y la tomó de un solo trago.–Soy muy amigo del doctor Alfred Kunze y me ha pedido apoyo para usted y su familia –dijo Adam.FxComo usted bien sabe doctor, estamos en guerra, una guerra muy cruel que ha encontrado en nosotros los judíos el blanco perfecto del odio irracional del presidente alemán.Francia e Inglaterra han declarado la guerra a la Alemania, pero para ser honesto no creo que esto dure poco tiempo. He sido nombrado por los alemanes como presidente del consejo y estoy siendo intermediario entre mi pueblo y ellos.–Eso ya lo sé Adam, –respondió Gustav. Dígame entonces, ¿se ha dado cuenta de lo que está sucediendo en las calles? ¿Se da cuenta que existen miles de muertos sembrados en todas las
Edmund se asomó desde la ventana de su habitación y descubrió a su hermano, dejó en ese momento el rompecabezas que estaba armando y bajo rápidamente al encuentro con Bruno.Al ver al pequeño, el hijo mayor de los Kunze dejó los brazos de su padre y refugió al pequeño en su regazo. Bruno seguía llorando, Edmund no lo hacía, una gran sonrisa pintaba su rostro, se encontraba inmensamente feliz. Minutos después de aquel encuentro familiar, Alfred y Patrizia invitaron al soldado alemán a pasar a la cabaña. Bruno se despojó de su arma, desabrochó su gabardina militar y la depositó sobre el perchero a la entrada de la casa.Patrizia le ayudó a desabotonar su camisa color caqui que distinguía a los miembros de los militares nazis responsables de custodiar a los judíos dentro de los diferentes guetos y campos de concentración esparcidos principalmente en Alemania y Polonia.La mujer se dirigió a la cocina mientras que Alfred se en
Me ha pedido estar aquí a primera hora del día Adam –dijo Gustav.Dígame, en que puedo servirle.Adam se dirigió a un taburete de madera en donde guardaba una botella de coñac, sirvió un poco del licor en una copa de cristal y la tomó de un solo trago.–Soy muy amigo del doctor Alfred Kunze y me ha pedido apoyo para usted y su familia –dijo Adam.FxComo usted bien sabe doctor, estamos en guerra, una guerra muy cruel que ha encontrado en nosotros los judíos el blanco perfecto del odio irracional del presidente alemán.Francia e Inglaterra han declarado la guerra a la Alemania, pero para ser honesto no creo que esto dure poco tiempo. He sido nombrado por los alemanes como presidente del consejo y estoy siendo intermediario entre mi pueblo y ellos.–Eso ya lo sé Adam, –respondió Gustav. Dígame entonces, ¿se ha dado cuenta de lo que está sucediendo en las calles? ¿Se d
No se le puede llamar vida a esto, es terrible lo que sucede dentro de estas calles cerradas con ladrillos de odio.La vida dentro de este infierno es, dentro del infierno mismo, un infierno absoluto.Eso es lo que estamos viviendo los judíos padre. siguió diciendo SchmuelMe he dado cuenta que esta guerra no se trata de religión, sino de razas.Tú hoy apenas te has dado cuenta de ello, pero yo, desde el instante mismo en que recorro las calles puedo comprender el odio de los alemanes hacia nosotros los judíos. Piensan acabar con todos nosotros, piensan matarnos poco a poco ¿Qué no te das cuenta?Padre, yo no estoy dispuesto a que por mi cobardía, miles de niños y jóvenes judíos mueran. Seguía con su discurso el hijo ante la mirada atónita del padre y de algunos judíos más que habitaban la vivienda y que salieron intrigantes ante los gritos que surgían de la garganta de Schmuel.-Hoy, padre, he decidido se