Hospital Central de Palermo – Tarde de lluvia, horas despuésVittorio estaba sentado al borde de la cama, secando con lentitud el torso de Cristian. Su cuerpo aún temblaba débilmente con cada roce, no por el frío del agua, sino por la intensidad con la que lo miraba Vittorio: con devoción, con furia reprimida, con ese amor desesperado que arde en secreto. Cristian se mordió el labio, tratando de no sucumbir del todo a lo que sentía. Pero era imposible. Ese hombre, con las mangas de la camisa arremangadas, con las gotas de agua resbalando por sus dedos mientras tocaban su piel como si lo estuviera reconstruyendo pieza por pieza, le hacía olvidar el mundo.—Podría quedarme así —murmuró Cristian—. En esta cama, contigo, lejos de todo.—Y yo podría arrancarle los ojos a cualquiera que intente sacarte de aquí —susurró Vittorio, rozando con sus labios la piel entre el cuello y el hombro, cuidando no presionar cerca de la herida.El beso fue lento, cargado de todo lo que no podían decir.Los
Villa Carbone – Medianoche. La tormenta aún retumba sobre PalermoVittorio entró como una sombra en la casa. La camisa salpicada con gotas de lluvia, el corazón aún latiéndole en el pecho con fuerza por haber dejado a Cristian dormido en el hospital, cubierto por sábanas que apenas le rozaban el cuerpo herido. Tenía la mente en caos, rota entre el deseo de cuidarlo y la ansiedad de saber qué haría su padre tras lo que había visto.La mansión estaba en silencio, pero no vacía.Apenas cruzó el vestíbulo, Juan Carlos lo esperaba en el salón principal, sentado con la espalda recta, las manos unidas sobre sus rodillas, un puro a medio consumir en el cenicero. No miraba la televisión. No leía el periódico. Estaba ahí. Esperándolo.—Cierra la puerta —ordenó, sin levantar la voz.Vittorio lo hizo. Sin decir nada. Sin pestañear. Se aproximó con la tensión retorcida en cada músculo.—Así que es verdad —comenzó Juan Carlos, girando la cabeza apenas—. No fue un momento, no fue un error, no fue un
Hospital Privado de Palermo – Días después.La habitación estaba casi en penumbra, con las cortinas apenas abiertas dejando entrar una luz grisácea de una mañana nublada. Cristian yacía en la cama, con el torso vendado, pero mucho más repuesto. Ya podía sentarse sin ayuda, caminar con algo de dificultad y tomar sus propias decisiones… aunque eso no evitaba que se sintiera completamente perdido desde hacía días.Desde aquel baño compartido, desde aquel beso interrumpido por una mirada, Vittorio había cambiado.Ya no lo tocaba con ternura. Ya no se sentaba a su lado durante horas. Iba, lo veía, y luego desaparecía como un fantasma que no podía permitirse volver a amar.Esa mañana, Cristian esperaba. Sabía que Vittorio aparecería. Sabía que algo iba a pasar. Lo sentía en los huesos, en el pecho, como cuando se avecina una tormenta. Y entonces, la puerta se abrió.Vittorio entró con su porte impecable, gafas oscuras, traje negro, y ese rostro tallado por la tensión. Llevaba un pequeño ram
Villa Carbone – Una semana después.Las paredes del salón estaban decoradas con flores blancas, cortinas doradas, mesas vestidas con manteles de lino y copas de cristal tallado. Todo brillaba con una perfección casi obscena. Las empleadas corrían con listas en mano, decoradores iban y venían bajo la supervisión de mujeres de alta sociedad que reían entre sorbos de champán. Era el espectáculo de una boda soñada… para todos, menos para el novio.Vittorio entró al salón como una sombra, con las manos en los bolsillos, el rostro tallado en mármol, los ojos apagados. Lo rodeaban los aromas florales, las risas hipócritas, las voces falsas. Todo era una maldita farsa.En la esquina, Sofía hablaba con una modista, rodeada de muestras de encaje y telas de seda. Era hermosa. Pura fachada. Vestía de blanco con perlas en el cuello y una sonrisa entrenada. Y cuando vio a Vittorio, corrió hacia él como si fuera el héroe de un cuento.—¡Amore! —dijo abrazándolo con efusividad—. Llegaste tarde. La mo
La boda – Villa Carbone – Tarde.El sol comenzaba a descender, tiñendo de tonos dorados y rosados los jardines de Villa Carbone, que se encontraban perfectamente decorados para la ocasión. Flores blancas y lilas adornaban las columnas, el aire olía a vainilla y rosas, un aroma que se sentía artificialmente dulce. Las luces colgaban delicadamente de los árboles y las mesas estaban cubiertas con manteles de lino blanco, decoradas con centros de flores y candelabros de cristal. Era una escena sacada de un sueño perfecto… o de una pesadilla perfecta.Vittorio estaba en el altar, de pie, con la vista fija al frente, casi como si su cuerpo estuviera allí pero su mente estuviera a kilómetros de distancia. Su traje negro ajustado resaltaba su figura esculpida, pero nada de eso importaba. Hoy, en esta boda, no había gloria. No había honra. Solo había condena.Sofía, por su parte, caminaba hacia el altar con una sonrisa falsa, envuelta en su vestido blanco de encaje, con el rostro maquillado a
Villa Carbone – Habitación principal – Noche de bodas.El portón de hierro se cerró tras ellos con un chirrido metálico y definitivo. La mansión Carbone estaba envuelta en un silencio sepulcral, como si incluso las paredes supieran que aquello no era una celebración. Vittorio caminaba delante, el rostro endurecido, los pasos firmes como martillazos contra el mármol del pasillo. Sofía lo seguía sin decir una palabra, con el vestido blanco ahora desarreglado, y una expresión fría que contrastaba con la sonrisa falsa que había sostenido durante toda la ceremonia.Al llegar a la habitación, Vittorio abrió la puerta con brusquedad. Entró sin esperar y se quitó el saco del traje, lanzándolo sobre una silla. Sofía lo observó desde el marco de la puerta durante unos segundos antes de cerrar con suavidad. Entonces, rompió el silencio.—No me mires así —dijo con voz tranquila, como si el desdén estuviera ya programado en sus labios—. No tienes que fingir conmigo.Vittorio la miró por encima del
Palermo, nueva mansión de los Carbone – Tarde cálida de primavera.Cristian ajustó el cuello de su chaqueta frente al espejo del baño de un restaurante cercano al centro de Palermo. Había recibido la llamada de Vittorio esa mañana, inesperada, urgente, cargada de una extraña ternura disfrazada de firmeza."Te quiero a mi lado", había dicho su voz al otro lado de la línea. "Como mi aliado. Como alguien en quien confío más que en nadie."Y Cristian, aunque dolido, aún herido por las semanas de distancia y la cruel noticia del matrimonio, no había podido negarse. Lo amaba, aunque lo destrozara.La puerta de la mansión se abrió con un leve rechinido. Cristian entró, observando el mármol reluciente, los pasillos silenciosos y la nueva vida lujosa a la que Vittorio había sido arrastrado. En la sala principal, una chimenea encendida ardía sin necesidad, y Vittorio estaba de pie frente a ella, con las manos en los bolsillos, esperándolo.Al voltear, sus ojos se encendieron con una mezcla de a
Sótano de la Mansión CarboneMedianoche. Luces frías. Silencio pesado. El eco de las botas retumba como una sentencia.Las puertas del gran salón subterráneo se abrieron con un crujido seco. Dos hombres arrastraban a Vittorio, que aún sangraba de la ceja, forcejeando como una fiera acorralada. Lo tiraron de rodillas ante una gran silla de respaldo alto. En ella, Juan Carlos Carbone los esperaba con el rostro oscuro, los ojos hundidos por la decepción y la furia.A un lado, otros hombres traían a Cristian, golpeado, con la camisa rota y las muñecas atadas. Fue empujado con brutalidad y cayó cerca de Vittorio, jadeando.—¡No lo toquen! ¡Basta! —gritó Vittorio, tratando de ponerse de pie, pero los guardias lo aplastaron de nuevo al suelo.—¡Silencio! —bramó Juan Carlos—. ¡Silencio, Vittorio! ¡Has cruzado una línea que jamás debiste tocar!—Padre… —Vittorio alzó la cabeza, con la voz quebrada—. Si tienes que castigar a alguien, hazlo conmigo. Pero no con él. Cristian no es culpable de nad