Reishel se encontraba rodeada del murmullo de los caballos y el aroma a heno fresco y su mente estaba lejos, atrapada en recuerdos que la atormentaban. Mientras acariciaba la crin de uno de los caballos, divagaba hacia aquel encuentro con Mauricio, un momento que había encendido algo en su interior, pero también había dejado una marca de confusión y rabia.No podía evitar recordar aquel episodio inesperado que habían tenido, el brillo en sus ojos y la pasión que había surgido entre ellos. Pero, al mismo tiempo, la sombra de su pasado la acechaba. La rabia se acumulaba en su pecho al pensar en el engaño que había vivido en torno a su padre. La verdad que había estado oculta durante tanto tiempo parecía un peso que no podía soportar. Reishel se preguntaba si alguna vez podría liberarse de esas cadenas.El dilema se complicaba aún más con Juan José. Su propuesta de matrimonio había hecho que su corazón se acelerara, pero había una distancia inquebrantable entre ellos. A pesar de que él
Reishel mientras se sentaba en la cocina con una taza de café humeante, su mente divagaba entre los recuerdos…suspira… los labios de Mauricio y sus palabras de amor de querer regresar la inundan…la invaden…Amapola está con ella sin dejar de estar ansiosa…—Mamá, ¿crees que alguna vez me vuelva a enamorar y pueda tener una relación normal ? —preguntó, con la voz entrecortada.Amapola, se detuvo y se volvió hacia su hija. Su mirada era un espejo de preocupación y amor. —El amor llega y de muchas maneras, se que has querido sacar a Mauricio de tu corazón y no lo has logrado, el camino de la felicidad es un camino con lecciones, Reishel, no un destino. A veces, debemos enfrentar nuestro pasado para poder entender el futuro —respondió, tratando de consolarla—¡Mauricio sigue allí…el tiempo no ha podido romper sus lazos, ni la distancia, es el signo de un gran amor, así lo veo yo!Reishel sintió el peso de esas palabras. Había estado lidiando con su confuso corazón y con los ecos de su pas
Kathlyn Santillano se encontraba en su oficina, rodeada de los lujos que siempre había disfrutado, pero que nunca parecían suficientes. Los muebles de caoba pulida y la decoración minimalista no llenaban el vacío que sentía. Saco una polvera y se miró en su espejo, tenía trazado un plan, y aunque el reflejo era el de una mujer joven y hermosa, en su interior había una tormenta. Su mente estaba ocupada con pensamientos sobre su padre, Rubén Santillano, y la pelirroja que llegó para quitarle todo: Reishel. Esa pelirroja se había convertido en una espina en su costado, un recordatorio constante de que ella le cambió la vida y le arrebató todos los sueños.Pero en ese momento, tenía un destello de inspiración que le iluminó el rostro. Ya sabía que su padre había hecho el testamento, y que favorecía a Reishel, y eso, jamás, nunca, no podía permitirlo. Necesitaba saber más, dónde está su padre y dónde está ese testamento y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo.
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un anaranjado intenso que se reflejaba en la plaza frente a la iglesia del pueblo Amapola observaba el atardecer desde una distancia prudente, su corazón palpitaba con una mezcla de tristeza y esperanza. La vida le había enseñado a lidiar con las pérdidas, pero en ese momento ella estaba viviendo algo que jamás imaginó ni representó nunca en su mente: la segunda e inminente despedida de Rubén Santillano, aquel hombre que había amado y que había regresado a su vida después de tantos años, la llenaba de una melancolía abrumadora.Rubén, había vuelto a ser Fred en su mente, se acercó a ella con un paso lento, casi vacilante. La artrosis en su rodilla lo obligaba a apoyarse en un bastón que le daba un aire de fragilidad que contrastaba con la imagen del hombre fuerte que una vez había sido. Amapola sintió un nudo en la garganta al verlo, pero se mantuvo firme. No podía permitir que las emociones la dominaran en ese momento
Mauricio Villacastin se encontraba en el vestíbulo de la Torre B, revisando unos documentos para la oficina de planeación y urbanismo. Mientras esperaba el ascensor, su mente divagaba entre los cambios que se estaban implementando para la nueva planta televisora y también en el recuerdo de la última vez que había visto a Reishel. La pelirroja había dejado una huella imborrable en su corazón, un amor que a pesar de los obstáculos, parecía resistir el paso del tiempo. Sin embargo, su concentración se vio interrumpida por el sonido de las puertas del ascensor abriéndose…—¡Mauriciooo pero que sorpresaaa! —exclamó Úrsula, con una sonrisa que pretendía ser seductora pero que a él le resultaba repulsiva. —Úrsula —respondió él, tratando de mantener la neutralidad en su tono—. ¿Qué haces aquí?—Subiendo a mi oficina, como siempre. Pero, ¿qué te parece si subimos juntos? Tal vez podamos conversar y tomarnos un café... —sugirió ella, acercándose un poco más de lo que él hubiera deseado.—No, n
La tormenta emocional que había vivido en el último tiempo comenzaba a calmarse, y, por primera vez en semanas, sentía que quizás era hora de dar un paso hacia adelante. —Quizás debería visitarlos —murmuró para sí misma, recordando a la familia Montero. A pesar de las complicaciones que hubo, la cercanía que había compartido con ellos la hacía sentir que aún había un lugar al que podía regresar.Tomó su teléfono y pensó en llamar a Juan José, pero se detuvo. La última vez que había estado en la caballeriza, las cosas no habían terminado bien. Sin embargo, el deseo de sanar y no dejar heridas abiertas fue más fuerte que su miedo.Decidió que sí, que iba a ir. Apuntó en su libreta las cosas que necesitaba llevar y se dirigió a la caballeriza. Cuando llegó, los aromas del campo la envolvieron y le recordaron los días felices que había pasado allí.—¡Reishel! —exclamó Eloísa, la madre de Juan José, al verla entrar. Su rostro se iluminó con una sonrisa. —¡Qué alegría verte otra vez!—¿Có
El sobre blanco resbaló de las manos de Reishel y aterrizó en el suelo con un crujido seco. Las palabras de Rubén Santillano —su padre— parecían arder en el aire, cada letra un recordatorio de la traición más íntima. Amapola, de pie frente a ella, retorció el delantal entre sus dedos temblorosos, mientras Marisol, la madrina, se refugiaba tras la puerta de la cocina, muda ante el huracán de emociones. —¿Cuánto tiempo llevas viéndote con él? —preguntó Reishel, su voz un filo que cortó el silencio. El sol de la mañana se colaba por la ventana, iluminando el polvo que danzaba entre ellas como testigo mudo. Amapola bajó la mirada. Una lágrima cayó sobre la mesa de madera gastada. —Desde que que empezaste a quedarte donde los Monteros… Él insistió tanto, hija. Iba a la iglesia, hablaba con el padre Miguel… Juró que solo quería compensar el daño. —¡Y tú le creíste! —Reishel golpeó el tope de la cómoda con la palma de la mano, haciendo saltar los adornos—¿Olvidaste que nos dejó morir
La moto de Reishel rugió como un animal herido al despegar por el camino polvoriento, dejando atrás la casa de Marisol y el eco de las lágrimas de Amapola. El viento le azotaba el rostro, mezclando el salitre de sus lágrimas con el polvo del camino. ¿Cómo pudo mi madre?,— se repetía, cada curva del trayecto afilando el filo de su rabia. En el retrovisor, una silueta en otra moto mantenía distancia, pero Reishel, sumergida en su tormenta, no notó los faros persistentes de Barry Sugma.Barry ajustó los guantes, y sentía un sudor frío recorriéndole la nuca. La pelirroja manejaba como si el diablo la persiguiera. Por orden de Rubén, debía informar cada movimiento: "...Giró hacia la Ruta 34... Parece dirigirse al centro comercial... No, espere, desvió hacia el barrio antiguo…". Cuando Reishel frenó bruscamente frente a una casa de techos verdes, Barry estacionó a media cuadra, observando tras un quiosco. Una mujer joven salió a recibirla: Neyla, con un schnauzer blanco que ladraba de feli