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—Va, ya ni siquiera esta pensando en ello—.

—Bueno, pues yo sí estoy pensando en ello. Y apuesto hasta mi último dólar a que volverá a ello de nuevo antes de que termine el día—.

Edmond sacudió la cabeza. —No sabía lo que querías que dijera. No ha surgido—.

—Traté de hablar contigo sobre eso anoche, pero dijiste que estabas demasiado cansado—. Edmond asintió.

—Lo estaba.—

—Necesito saber qué quieres que haga—, le dijo Belinda.

—¿Acerca de?—

—Sobre lo de se madrastra—.

—¿Qué quieres decir con ‘lo que quiero que hagas’? Eso depende de ti—. Edmond ocultó su rostro detrás del vaso de zumo de naranja que estaba bebiendo y miró despreocupadamente hacia el patio trasero: era su manera silenciosa de decirle a Belinda que se relajara y dejara de reaccionar exageradamente.

—No, depende de ti y de Anthony. ¿Qué pasa si él no quiere llamarme ‘mamá’?— Ella luchó por su atención.

—Ya te llama mamá todo el tiempo—.

—Por accidente.—

Edmond se encogió de hombros. —Si está bien contigo, estará bien con
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