Havana
Era mi momento. Por fin.
Después del accidente, las llamadas, los comunicados fríos, los titulares escandalosos… era mi momento.
Me puse el vestido rojo. Ese con escote que gritaba que no era una víctima, ni la simple autora de moda, ni “la novia de un empresario poderoso”. Era yo. Havana Belmont. La que escribió su historia a sangre viva.
—¿Lista? —preguntó el encargado del evento, con un auricular en la oreja y los nervios a flor de piel.
Yo asentí. Por dentro, la emoción se me alborotaba como fuego en
Vincent me miró. Silencio. Confirmación.—Alguien lo publicó en una cuenta anónima. Ya hay clips sacados de contexto. Algunos lo relacionan con nosotros, con el club, con Marco… con cosas que no tienen nada que ver con la historia final.—¿¡Marco!? ¿¡Qué tiene que ver Marco!?—Ni siquiera sé cómo llegaron a eso. Pero están relacionando personajes con personas reales. No hay pruebas, pero hay insinuaciones. Y tú sabes que Internet no necesita pruebas para destruirte.Me senté en la cama. Mi corazón latía como si alguien me hubiese metido un tambor en el pecho. No era miedo, era ira. Rabia. Porque ese manuscrito era crudo, inacabado, escrito en momentos oscuros y emocionales. Jamás debió salir de mi carpeta de "Cosas que nadie debe leer jamás".—¿Y qué hacemos ahora?Vincent colgó la llamada, se acercó y me tomó las manos. Su mirada era intensa, pero serena.—Ahora… vamos a enfrentar esto. No vamos a dejar que arruinen lo que has logrado.—¿Y si ya lo hicieron?—Entonces arrasamos con t
—¿Cómo…?—Tengo recursos. Y cuando se trata de protegerte, los uso todos. Solo lo sabemos tú y yo.Sentí un nudo en la garganta. No por la acción —aunque era monumental—, sino por lo que implicaba. Que alguien se tomara tantas molestias por mí. Por algo que ni siquiera le correspondía a él limpiar.Vincent, el hombre al que muchos temían y otros tantos querían imitar, había movido cielo, tierra y dinero por proteger una parte de mí que ni siquiera estaba segura de querer conservar.—Gracias —susurré.Él se acercó y me besó la frente, como tantas veces, pero esta vez con una ternura que me desarmó.—Ya no tienes que huir de tu historia —dijo—. Porque ahora es solo eso: una historia. Y tú estás lista para escribir otra.Esa noche, mientras el mundo se tragaba nuestra declaración pública con hambre de novela romántica, mientras los medios nos analizaban y los fans nos adoraban o cuestionaban, yo solo podía pensar en eso.En lo mucho que había cambiado.De la escritora bloqueada que busca
—No confíes en nadie que sepa tu nombre completo —dije, con el teléfono en la mano, leyendo una carta anónima que habían deslizado bajo la puerta del club, dirigida a mí."Oscuridad Consentida no fue solo un título. Fue una confesión. Y no todos están listos para perdonar."No tenía firma. No tenía remitente. Solo eso. Un papel grueso, con letras recortadas de periódico, como en las películas. Pero eso no era lo que me inquietaba. Era el perfume. Uno que reconocía demasiado bien.Vincent lo olió también. Lo sostuvo unos segundos entre los dedos y murmuró con la mandíbula tensa:
La ciudad desde la ventana parecía otra. Más quieta. Más amable. Con las luces como estrellas artificiales y el rumor del tráfico como un murmullo lejano. Cerré la puerta del apartamento con cuidado, como si no quisiera romper la calma que habitaba allí.—¿Vincent? —llamé, dejando mis llaves en la bandeja de la entrada.No respondió enseguida. Pero lo escuché. El sonido de su camisa deslizándose sobre la piel, el leve golpe del vaso al dejarlo sobre la barra de la cocina. Me acerqué.Estaba descalzo, en pantalón de vestir y una camiseta gris, el cabello ligeramente despeinado como si se hubiera pasado los dedos más de una vez.—Hola, mi autora favorita —murmuró, mirándome con esa mezcla peligrosa de deseo y ternura.—Hola, mi problema favorito —respondí con una sonrisa cansada.Vincent se acercó, lento, como si quisiera saborear cada paso que lo separaba de mí. Cuando me envolvió en sus brazos, fue como si el mundo se detuviera. Su pecho contra el mío. Su aliento en mi cabello. Su pre
La noche había caído como una manta tibia sobre la ciudad. Desde la terraza del ático, las luces titilantes de los edificios parecían respiraciones lejanas. Vincent y yo compartíamos el silencio de quienes tienen mucho que decir, pero no saben por dónde empezar. Yo tenía una copa de vino entre las manos; él también, aunque su atención no estaba en el cristal, sino en el horizonte.Estaba rara. Lo sabía. Desde la mañana no dejaba de pensar en Juliette. En esa mujer que alguna vez tuvo su corazón. O al menos eso creía yo.—¡Ey! —dije, con una sonrisa fingida, jugando con los dedos sobre su rodilla—. Estás muy callado. Eso es ilegal en una noche como esta.Él giró apenas el rostro hacia mí. Tenía esa mirada distante que usaba cuando algo le pesaba en el alma.—Pensaba en lo que viene. En cómo protegerte.—Mientes. —Tomé un sorbo de vino antes de mirarlo directo a los ojos.—. Estás pensando en ella, ¿verdad?Silencio.—Juliette.Su ceja se alzó, no por sorpresa, sino porque estaba decidie
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche, con la misma frustración con la que alguien cierra una puerta tras discutir con su ex. La pantalla en blanco parecía burlarse de mí. "Vamos, Havana, eres una escritora. Escribe", me dije. Pero mi cerebro, ese ingrato, había decidido tomarse unas vacaciones sin avisarme.Mi apartamento en el piso 27 era mi templo minimalista: muebles elegantes, ventanales gigantes y una vista espectacular de la ciudad, lo que significaba que podía contemplar el éxito ajeno mientras me revolcaba en mi propio bloqueo creativo. Decidí que tal vez un poco de vino solucionaría mi problema (porque, claro, el alcohol siempre ha sido un excelente consejero… o eso me decía cada vez que enviaba mensajes vergonzosos a mi ex a las tres de la mañana).Justo cuando estaba a punto de resignarme a otra noche improductiva, noté algo fuera de lugar: un sobre negro descansando frente a mi puerta. Primero pensé que era propaganda de a
El sonido de mis propios latidos retumbaba en mis oídos mientras el hombre en el escenario se regodeaba en el silencio, disfrutándolo como quien saborea el último sorbo de un vino exquisito. Sus movimientos eran deliberados, calculados, como si cada paso estuviera milimétricamente diseñado para enloquecer a la audiencia. Y funcionaba.Porque, demonios, a ese hombre se le daba demasiado bien eso de jugar con los nervios ajenos.—Bienvenidos al Club de Medianoche —su voz era una caricia oscura, una promesa envuelta en terciopelo—. Aquí, no existen límites. Solo posibilidades.Me recorrió con la mirada, sin disimulo. Directo. Intenso. Lo suficientemente descarado como para que me removiera en el sofá, tratando de no darle el gusto de ver cómo su inspección me afectaba. Pero, para ser honesta, la forma en que sus ojos se quedaban en mí, como si ya me hubiera reclamado como suya sin preguntar, me despertó una emoción que no supe si era placer o advertencia.—Esta noche —continuó—, será espe
Le pedí que me dijera su nombre... definitivamente lo hizo. Con su voz profunda y misteriosa me dijo que se llama Vincent.La tensión en la habitación era tan densa que casi podía tocarla. Vincent —porque ahora sabía su nombre— me observaba con una calma que rozaba lo insolente, como si disfrutara de mi desconcierto. Su figura recostada en el sofá proyectaba una seguridad que resultaba irritante y fascinante a partes iguales.“Vincent,” repetí, probando su nombre en mis labios como si fuera un acertijo. “Bonito nombre. Aunque no explica por qué estoy aquí.”Una sonrisa ligera se dibujó en su rostro. “No todo debe explicarse de inmediato. La curiosidad es mucho más emocionante, ¿no crees?”“No cuando soy yo quien está en la oscuridad,” le respondí, cruzando los brazos en un gesto defensivo. Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía. “Me invitaste aquí por una razón. Y no creo que sea solo para compartir una copa de licor.”“Eres perspicaz,” admitió, inclinándose ligeramente hacia ade