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Una lagrima invadió la inmaculada mejilla de Santiago y me sentí miserable. En el fondo de mi corazón tenía la esperanza de que siguiera insistiendo, al menos por eso amor que dice profesar por mí. No fue así. Santiago, tal cual caballero se puso de pie, y dejándome de mirar se dirigió a la puerta y con nada de delicadeza la cerró al salir.

No sé qué hará. Ni tampoco me importa.

De lo único que estoy segura es que tengo que pensar en el modo de sobrevivir todos estos años. Dios me dio la vida, tengo que luchar por ella. Mi Dios no tiene la culpa de la maldad de los corazones de los hombres ni tampoco de los errores que podamos cometer. Es un error y una grosería contra Él, despreciar el regalo más grande que te ha dado.

Puedo sobrevivir. Estoy segura.

Sólo que lo haré sola. No pienso arrastrar a personas buenas a esta condena injusta.

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