El esfuerzo había sido arduo, tanto mental, emocional y físicamente. Durante todo ese tiempo, sobre todo el día anterior, habían sido sometidos a duros entrenamientos, carreras con obstáculos a distancias de más de diez kilómetros y con pesadas mochilas, con un peso mayor a diez kilos en la espalda, escalada de muros con mochila, rampar en terreno fangoso... Realmente el capitán Clark Morgan se las traía, había extremado sus exigencias, buscaba que algunos guardias marinos de la cuarta clase renunciaran a esas alturas de su formación.
Sus vacaciones iniciaban ese día, pero eso no significaba que podía irse a visitar a su madre y pasar en familia las cuatro semanas siguientes; no, las próximas dos semanas las pasaría junto con sus compañeros de la academia navegando y aprendiendo otros aspectos de la vida marina. Sólo iba a tener libres dos semanas antes de ingresar al siguiente año lectivo.
Se terminó de vestir, preparó su morral, se lo puso en la espalda y salió, en el camino se encontró a Andrew, Aarón, Alfred y a Newton, luego de saludarlos siguieron su recorrido hasta llegar al embarcadero.
Miró el cielo y la temperatura era bastante agradable a pesar del resplandeciente sol que brillaba en lo alto, como estaba casi iniciando el verano las temperaturas iban de un máximo de 28 º C hasta un mínimo de 20º C, era perfecto para navegar.
Antes de subir a bordo Newton la tomó del brazo y le dijo:
—¿No piensas volver a dirigirme la palabra? Tenemos que hablar de lo que pasó hace dos días.
Ella con una sonrisa de incredulidad, se quedó observándolo mientras le expresaba:
—Newton, no tengo nada de qué hablar contigo, una imagen vale más que mil palabras.
—Tú no entiendes Natalie, te amo a ti, quiero estar contigo y toda esta semana la pasé detrás de ti exigiendo que estuviéramos juntos y te negaste. Fue ella quien se insinuó, me provocó y soy hombre, por favor. —expresó Newton.
—Excelente argumento Newton, me convenciste totalmente. —manifestó con sarcasmo —¡Te provocó un rábano! Pobre los hombres, las arpías de las mujeres se les insinúan y ellos, inocentes bebecitos, no pueden negarse. No intentes justificar lo injustificable, porque no me vas a convencer. Ahora, aléjate de mí si tu único tema de conversación va a ser tratar de salvar una relación que nació muerta desde el principio.
—¿Por qué aceptaste ser mi novia, para dejarme a los siete días? —preguntó Newton molesto.
—Voy a ser sincera, fue en un momento de impulso y por Dios que estaba esperando que algo sucediera para terminarla. Y ve tú, no pude encontrar mejor circunstancia para hacerlo. —concluyó sonriendo.
El rostro de Newton se transformó en una máscara, rechinando los dientes.
—Tranquila, Natalie, yo también sabré esperar ansioso mi oportunidad. —habló el joven con intenciones ocultas y así se retiró de su lado.
Subieron al buque escuela, con propulsión asistida a motor. Diariamente iban recibiendo las instrucciones, que tenían como finalidad que cada uno de los guardias marinos se familiarizara con el arte de la navegación, terminologías y conceptos como: A son de mar, aleta, armazón, aduja, aferrar, baldeo, cabotaje, carenero, empalletado, traca, serviola, entre otros. Así pasaron dos semanas navegando en el USCGC Eagle, dentro de Puertos de Estados Unidos. Al transcurrir las dos semanas de navegación, arribaron nuevamente a la academia, pero el destino era tan burlesco, que al primer oficial que vio al llegar fue al Capitán Clark, quien se encontraba elegantemente vestido con su uniforme de gala.
Estaba para comérselo, pensó, pero como siempre su adusto rostro destacaba en su figura.
Dieron el correspondiente saludo y fueron caminando organizadamente al pasillo Mahan, el teatro más grande la academia, donde tomaron asiento en el mismo orden que estaban llegando.
La sala con forma de herradura, estaba decorada en colores azul y dorado, las butacas destacaban en azul marino con bordes dorados, repartidas en filas separadas por un pasillo central y enmarcadas por dos pasillos laterales; mientras que en el espacio disponible en lo alto, se encontraban amplias plantas voladas, en cuyos espacios centrales y laterales se ubicaban los palcos.
Al hacer acto de presencia todos los guardias marinos de la cuarta clase, tomó la palabra un capitán de navío, quien procedió a darles una charla de despedida. Les recalcaron cómo debía ser su comportamiento durante su ausencia, pues en él reflejarían la formación que estaban recibiendo en la institución.
Igualmente les informaron que debían presentarse dentro de diez días para el inicio del próximo año escolar; conclusión: no pasaría el cumpleaños con su madre, porque debía estar en la academia, sin embargo, estaba dispuesta a disfrutar con ella esos pocos días... total, lo importante era la calidad del tiempo que pasaban juntas y no la cantidad.
Al salir del teatro se dirigió a su habitación. Se bañó, se cambió y preparó su equipaje, y sin pérdida de tiempo salió emocionada, no esperaba el momento de poder estar con su hermosa madre y conocer a su futuro padrastro, quería ver cómo trataba a su madre y si realmente la haría feliz, no quería que su madre sufriera. Ella ya había tenido una vida feliz con su padre y no podía conformarse con menos.
Caminaba deprisa, la estaba esperando un amigo de tercer año que la llevaría hasta Washington, donde tomaría un vuelo con destino a Jacksonville. Cuando iba casi trotando al estacionamiento, alguien la tomó del brazo; sintió un cosquilleo en su piel, al voltear vio que se trataba de Morgan que la miraba en forma extraña.
—¿Por qué con tanta prisa? —le preguntó.
—Walter Pattinson, de tercer año, me llevará hasta el Aeropuerto de Washington. —respondió sin querer dar mayores explicaciones.
—No te vas con él. ¡Yo te llevo!—habló Morgan en tono imponente.
—¿Y por qué me iría contigo? Te cansas de decirme que me aleje de ti, haces todo lo posible para que me decepcione ¿y ahora vienes a decirme que quieres llevarme? Eso puede significar una de dos, o estás totalmente loco o eres un hombre inseguro que no sabe lo que quiere. Pero como yo tengo muy presentes tus palabras y actos, debo expresarte mi negativa a irme contigo.
Morgan la tomó del brazo, la llevó a uno de los salones, cerrando la puerta tras sí, y le dijo en tono suplicante:
—No dejo de pensarte.
—¿Y eso a mí qué me importa? Te recuerdo que estás casado y amas a tu esposa, como me lo has venido restregando en la cara, tan así que te la pasas por todos los jardines y espacios de ésta academia, poseyéndola. Y como bien me dijiste, no tienes nada que ofrecerme, porque jamás aceptaré ser tu amante, además del riesgo que ambos correríamos si fuésemos descubiertos.
—Yo tampoco quiero serlo, sólo quiero tu amistad, ¿Qué tiene de malo que te acerque al aeropuerto?— preguntó Morgan deseando que ella cediera.
— Nada. Pero ya tengo quien me lleve. Así que gracias por tu ofrecimiento, pero no es necesario. Hasta pronto, capitán. —dijo Natalie mientras tomaba su maleta, abría la puerta y salía sin mirar atrás.
Se fue con su compañero de clase y en poco menos de una hora se encontraba en el aeropuerto. Se despidieron con un beso y un abrazo y ella se dirigió a la zona de embarque, aún faltaba más de una hora para la salida de su vuelo.
Luego de chequearse caminó rumbo a la sala de espera, donde estuvo leyendo una revista, haciendo tiempo, cuando se acercaba la hora de abordar la aeronave, tomó su teléfono celular y marcó el número de su madre, quien respondió al segundo repique.
—Aló, Natalie. —se escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea.
—Hola madre. ¿Cómo estás? —la saludó Natalie dejando notar su voz cantarina.
—Muy bien hija. Tenía dos semanas que no sabía de ti. ¿Por qué me pones a sufrir, Natalie, no sabes lo preocupada que estaba, pensando lo peor? —respondió su madre dejando entrever lo mortificada que estaba.
—Madre, deja el dramatismo, nada va a pasarme, además te avisé que teníamos una práctica de navegación por dos semanas, y no podía comunicarme contigo. —le aclaró Natalie buscando calmarla.
—Pero pensé que buscarías la forma de bordear esa norma. —pronunció avergonzada la mujer.
—¡Mamá! —dijo riéndose —¿Me estás incitando a saltarme las reglas? ¿Sabes que eso puede ser contraproducente? Digo porque se me ocurren otras reglas muy interesantes que infringir. —pronunció la chica con una carcajada.
—Mira jovencita, ni pienses aprovecharte, me refiero a esa regla insignificante que tienen en la academia de no dejarles comunicarse telefónicamente. —aclaró su madre haciéndole saber con esas palabras que ni se le ocurriera querer saltarse otras normas.
—Por algo se empieza, uno va violando esa y va escalando en la escala de riesgo. —dijo riéndose —Bueno, realmente no llamé para hablarte de infringimiento de normas, sólo quería avisarte que estoy en el aeropuerto, dentro de unos minutos salgo para allá, en aproximadamente un poco más de dos horas estaré contigo, salgo en la línea América North en el vuelo 4685, cuando llegue tomo un taxi para la casa.
—Está bien princesa, estaré pendiente. Cuídate. Te amo. _contestó cariñosamente su madre.
—Yo también te amo mi reeeeina. —pronunció lanzándole un beso para después cortar la llamada.
Diez minutos después abordaron el avión y despegaron en el horario indicado. Luego de veinte minutos de vuelo, quería echar una siesta pero tenía a su lado un señor con complejo de trompeta, sus ronquidos eran irritantes, empezaban fuerte e iban agudizándose y así sucesivamente. No conforme con eso, situaba su cabeza en su hombro, por lo que literalmente le roncaba en la oreja, ella le colocaba un dedo en la cabeza y lo empujaba para su lado, pero el señor en menos de dos minutos volvía a posarse en su hombro. Ella tosía, lo empujaba, ya no encontraba qué hacer, estaba muy enfadada, de paso el cansancio producto de los días de navegación la pusieron más irritable y su buen humor que era característico de su personalidad se había esfumado.
Lamentaba profundamente no haberse venido en primera clase, pero es que la diferencia entre una y otra clase eran casi quinientos dólares. Mientras que en clase turista el precio del vuelo eran noventa y ocho dólares, en primera clase tenía un costo de quinientos ochenta y seis. Su madre y ella eran muy ahorrativas, pues no tenían abundancia para despilfarrar el dinero. Cada dólar era necesario, estaban aún pagando la hipoteca de la casa y todo ahorro era bienvenido, recibía de la academia un pago de 1000 dólares mensuales, pero novecientos se destinaban a gastos de libros, uniformes, alimentos y servicios por lo cual sólo recibía un estipendio en efectivo de cien dólares y el dinero que le enviaba su madre de quinientos dólares mensuales. Sólo gastaba en utensilios de aseo personal, porque no tenía vicios y cuando rara vez se escapaba a comer fuera, siempre los chicos insistían en pagar, a lo que sinceramente ella no se oponía.
Transcurrieron las horas de vuelo, descendió del avión y se dirigió a la correa correspondiente para hacer el retiro de su equipaje. Le dolía demasiado la cabeza, había sido el peor vuelo de su vida. Al tomar su maleta y dirigirse a la salida, estaba su madre esperándola, su corazón palpitó más rápido de la emoción, su malestar se esfumó. Su madre tenía la capacidad de llegarle al alma, el sólo verla curaba todas sus dolencias; corrió a su encuentro y la abrazó con todas sus fuerzas mientras lágrimas de emoción surgían de sus ojos.
—Madre te extrañé, me contenta tanto verte, estás bellísima, radiante, feliz, tienes que presentarme al responsable de ese renacimiento. —le dijo sonriente mientras salían al estacionamiento para embarcarse en el vehículo.
—Por Dios, Natalie, qué cosas dices, estoy igual que siempre. —expresó su madre apenada, pagó el estacionamiento y tomó la autopista.
—Ah, no me mientas. ¡Lo sé todo! Entre lo que me has contado y lo dicho por mi abuela, sé que se trata de un guapo latino de cuarenta y cinco años llamado Julián Sandrés Ramírez, cubano americano, que es policía Estatal de Florida. Estás pasada madre, como te gusta un uniforme. —le dijo juguetona.
Su madre se sonrojó hasta la raíz del cabello.
—Natalie, no me parece que sea juego. ¿Por qué me dices esas cosas? Él sólo es un amigo, aún no tenemos nada.
—¿Por qué será que no te creo? —le dijo con picardía —Nno debes tener vergüenza conmigo, puedes contarme todo, en dos semanas, voy a ser una mujer mayor de edad y puedo brindarte muy buenos consejos, yo sé de chicos y…
Su madre la interrumpió.
—¿Tú sabes de chicos? No me digas... ¿Te conseguiste un guardia marino de novio?
—Si te soy sincera, tengo un montón de chicos babeando por mí, desde caucásicos, morenos, trigueños, afroamericanos. —la chica soltó una carcajada al ver a su madre frunciendo las cejas. —Bueno, tampoco así, pero sí tuve un novio, duramos sólo una semana.
—Vaya, es todo un récord, porque nunca te había conocido novio, ¿o me ocultabas algo? —habló su madre con seriedad.
—Jamás, madre, sabes que nunca oculto nada, soy un libro abierto. —respondió la chica con sinceridad.
— O sea ¿te dieron tu primer beso? — preguntó su madre por curiosidad.
—Sí, pero no fue el novio que tenía, fue otro chico. —respondió apenada Natalie.
—Por Dios, Natalie, esas confesiones no me agradan. ¿Qué es eso de que tenías un novio y quien te dio el primer beso fue otro? —dijo irritada.
—¡Madre ya! Si te pones así no te contaré más nada. —expresó cruzándose de brazos, haciendo un puchero.
—¡Si serás malcriada muchachita! —enfatizó molesta su madre.
—Punto negativo para ti, no para mí. ¿Quién me crió? —interrogó alzando sus cejas.
—Estás muy mordaz. Sígueme contando, te prometo no enojarme. —debió hacer una concesión su madre para que Natalie le volviera a contar.
—Quién me dio mi primer beso fue Andrew. ¿Te acuerdas del castaño que su padre era militar, que coincidimos en la base militar en Texas? El muy atrevido me robó un beso, y me quedé inerte, esperando que terminara, porque no sabía reaccionar. ¿Ves que no debes juzgarme? —le aclaró la chica.
—Está bien, tienes razón y ¿el novio? —interrogó su madre.
—Lo encontré con otra y por eso terminé con él. —dijo Natalie haciendo una mueca de desagrado.
—¿Me imagino que te sentiste destrozada por eso? —preguntó su madre con pesar.
—¿Yo? ¡Para nada! Imaginas mal, me contenté tanto de tener un motivo para terminar, lo había aceptado en un acto impulsivo. —expresó con sinceridad.
Así continuaron conversando hasta mucho después de llegar a la casa, cuando Natalie vencida por el sueño se quedó dormida en la cama de su madre, quien no cabía de felicidad al tener a su hija con ella.
Al día siguiente, cuando se levantó Natalie, su madre le tenía el desayuno preparado; luego de comer se fueron dónde su abuela, se encontró con su tía y primos, pasaron un día familiar haciendo una barbacoa en el jardín trasero. Estuvieron hablando de los planes que tenía la familia de trasladarse a Boston, el esposo de su tía había conseguido un buen empleo allí, y se llevaría a su abuela a vivir con ellos. Jugaron, conversaron y al terminal el día retornaron a su casa.
La madre de Natalie se había puesto triste con la noticia del traslado de su familia, ella la reconfortó:
—Madre, no tengo ningún problema si quieres vender esta casa. Aunque ha sido nuestro refugio en los últimos ocho años, y guardamos momentos de los últimos años de vida de mi padre aquí, debo decirte que sus recuerdos permanecerán en nosotras y una casa no tiene que medir el nivel de amor que le tuvimos y que aún sentimos por él.
Su madre la abrazó y la besó.
—Gracias hija, lo tomaré en cuenta, pero es que tampoco quiero dejar al guapo cubano americano —le dijo apenada.
—Lo sabía picarona, hasta que confesaste —manifestó Natalie juguetona.
Así pasaron los nueve días restantes, se dedicó a pasar tiempo de calidad con su madre e incluso con el novio de ella. Fueron al cine, cenaron en la calle un par de veces, fue de día de campo con su madre, se animaron a ir de compras de algunas prendas, visitaron un par de parques y un día decidieron quedarse pereceando en casa, sin hacer absolutamente nada. Pero llegó el día de la partida, su madre y el novio la acompañaron al aeropuerto, se despidieron llorosas, se abrazaron y pronunciaron un hasta luego.
Llegó a la academia, se reencontró con sus compañeros y planificaron una salida para el día siguiente con ocasión de la celebración de su cumpleaños número dieciocho. Ese día les permitieron quedarse hasta tarde, y aprovecharon para ponerse al día contando anécdotas, chistes, sobre los días pasados con sus familiares. Algunos instructores se les unieron saludándolos, entre ellos el Capitán Morgan Clark, hasta que llegó la hora de irse a dormir.
Al día siguiente, recibió muchas atenciones y regalos por su cumpleaños, jamás pensó que tantas personas la tomarían en cuenta, le regalaron, peluches, flores, chocolates, un reloj, una pulsera, blusas, labiales, colonias, hasta unos zapatos deportivos. Así pasó el día entre gratas sorpresas y emociones, había conversado con su madre muy temprano, ese día estaba saliendo mejor de lo que hubiese imaginado.
Llegó la hora de ir a la celebración en un club nocturno de la ciudad, se dirigieron en un grupo grande como de treinta personas. Llegaron en diferentes taxis al lugar e inmediatamente empezaron a bailar y a tomar; el licor corría sin control, no tenían limitaciones aún cuando algunos de ellos, no tenían la edad legal para consumir alcohol, Natalie se sentía demasiado emocionada.
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Mientras tanto, Morgan viajaba rumbo a Washington; desde que habían tenido aquella conversación con Natalie, hacía poco más de un mes, no había podido sacarse sus palabras de la mente. Aún cuando al principio había reaccionado con molestia, tenía la leve sospecha de que no le había mentido y las mismas repiqueteaban en su cerebro:
"¡Eres un cachudo! Abre los ojos para que veas la calidad de mujer con quien estás casado, eres el hazme reír de toda la academia, desde los docentes hasta tus alumnos se burlan de ti, porque ella te engaña con cualquiera que tenga un falo."
Esa era la razón por la cual en ese momento iba camino a un departamento que tenían en la capital, había estado al pendiente de los movimientos de Adele, pero hasta ahora no conseguía nada raro. Sin embargo no sentía lo mismo al estar con ella, lo tenía asqueado, no quería estar con ella, no soportaba continuar en esa situación y por si fuera poco una chiquilla de cabellos castaños y de ojos verdes, no dejaba de aparecerse en sus sueños, complicando lo que de por sí ya era bastante complejo.
Luego de cincuenta minutos llegó al edificio, eran las diez de la noche, subió en el ascensor y sacó la llave, él siempre le avisaba cuando decidía ir donde ella estaba, pero esta vez haría las cosas diferentes.
Abrió con cuidado y lo primero que vio fue un desastre de ropa en la sala, un brasier tirado en el mueble, una blusa, un pantalón de hombre en el suelo con una camisa arrojada en el pasillo, zapatos también regados, un bóxer, y allí supo lo que estaba pasando. Se dirigió al dormitorio principal, y al empezar a abrir escuchó jadeos incontrolables de un hombre, el golpeteo de piel contra piel y la voz de una mujer que decía:
—¡Dame, más duro! Tómame más fuerte de las caderas, así, oh papi así ¡Qué rico!
La ira le encendió el cuerpo cuando vio a su esposa en cuatro con los ojos cerrados, con un tipo o mejor dicho con el Coronel Brown, quien detrás de ella la penetraba con fuerza como un poseso, mientras con una mano la tomaba de la cadera y con la otra la halaba del cabello, jadeantes.
El velo cayó de sus ojos y la tristeza lo embargó mientras las palabras de Natalie volvían otra vez a su mente:
"...eres el hazme reír de toda la academia, desde los docentes hasta tus alumnos se burlan de ti, porque ella te engaña con cualquiera que tenga un falo".
¡Qué ciego había estado, era el más imbécil de los imbéciles! Y lo peor era que había apartado a Natalie de su lado por una mujer que no era quien había imaginado.
Se quedó observando unos segundos más, ninguno de los descarados se había dado cuenta de su presencia, entretenidos en el acto sexual. Respiró profundo, contó hasta diez y habló aplaudiendo:—¡Bravo! ¡Qué buena actriz has sido a lo largo de estos más de seis años! Y me pregunto ¿desde cuándo me estás viendo la cara? — interrogó fuera
Al día siguiente Natalie, se levantó como a las once de la mañana, estaba adolorida producto de la noche de pasión que había pasado con Morgan, se sonrió, se sintió un poco avergonzada. ¿Qué había hecho? Se preguntó, estaba totalmente loca. Y enseguida empezó a recordarse de todo lo vivido.Al princip
Natalie no dejaba de verlos, estaba paralizada, sintió un nudo en la garganta, su corazón se encogió de tristeza y contuvo sus lágrimas. Ellos la miraron, Adele con una sonrisa desafiante disfrutando del momento y él con una voz neutra expresó:—Lo siento, he decidido volver con mi esposa y darnos una nueva oportunidad, pues es la única
Llegó a Jacksonville aproximadamente cerca de las nueve de la noche, tomó un carrito porta equipaje y se dirigió a la correa número cinco para retirar sus maletas. Esperó unos cuantos minutos hasta visualizar sus valijas, las tomó, las subió al carrito. Al salir había empezado a caer un torrencial aguacero, esperó un taxi, subió las maletas, dio la dirección de la casa familiar. Pasaron un poco más cinco meses desde que había dejado la Academia Naval, y desde que Natalie lo encontró con Adele. No había sido fácil para él, porque innumerables veces las ganas de ir por ella lo habían invadido, sin embargo, no podía hacerlo, debía dejar que ella cumpliera sus sueños. Algún día la encontraría, tal vez en alguna operación militar, estaba seguro de que esa chica no se dejaría amilanar por las circunstancias, tal vez lo odiaba y después de lo que pasó no podía esperar menos. Dos meses después Morgan había llegado a Estados Unidos después de seis años de intensas operaciones, a algunas se había ofrecido voluntario, porque no quería regresar, terminaba una y de inmediato se alistaba en otra. Estuvo en Afganistán, Irak, Yemen, Somalia, Libia y Níger. Su divorcio le había salido dentro de los primeros meses en que estuvo en Afganistán. Once años después Último capítuloCAPÍTULO 10. EL TIEMPO PASA
CAPÍTULO 11. VIVIENDO UN INFIERNO
CAPÍTULO 12. EL MIEDO ATENAZA
CAPÍTULO 13. ¡TE TENGO PAPÁ!