—Adelante —indicó Gino cuando escuchó que llamaban a su puerta. Esta se abrió y Bono entró a su despacho.Gino hizo a un lado los papeles que estaba revisando a un lado para prestarle atención. Las personas a menudo creían que dirigir un taller de mecánica era solo saber de autos, pero la realidad era distinta. A medida que su negocio ganaba reconocimiento, también aumentaban las responsabilidades administrativas, incluso cuando tenía un equipo que lo ayudaba con esos asuntos.—¿Qué sucede?—Llegaron los pedidos que estábamos esperando.Gino se puso de pie y se acercó a su amigo, quien le entregó una carpeta.—¿Y cómo estás? —preguntó Bono, sin rodeos, mientras salían de la oficina.—¿A qué viene esa pregunta?—Simple interés.—Estoy bien —dijo, mirándolo confundido.—¿Estás seguro? Porque los muchachos han empezado a creer que hay problemas con el negocio. Por supuesto, les dije que eso es absurdo. La lista de clientes no hace más que crecer y la sucursal está funcionando bastante bi
—Te dije que podía hacerlo en menos tiempo —dijo Caterine, satisfecha. Pero entonces, pareció procesar lo que acababa de oír—. ¡¿Qué tú hiciste qué?! ¡Gino Spinelli! ¿Es que acaso no podías mantener a tu pequeño amigo dentro de los pantalones?Su prima se puso de pie rápido y Gino, por puro instinto de supervivencia, se levantó también, listo para huir. La mirada de su prima en ese momento daba mucho miedo. No era un cobarde, pero Caterine estaba un poco loca y su padre la había entrenado bien. Podía no alcanzar a su barbilla, pero era peligrosa.—Las mujeres con las que he pasado la noche podrían dar testimonio de que no es para nada pequeño —bromeó, aunque se dio cuenta que fue un gravísimo error al ver como la expresión de su prima se endurecía más.Debería haberse quedado callado.—¡Ugh! ¡Eres un cerdo!Caterine se acercó a él y él salió de detrás de su escritorio antes de que ella lo atrapara. Su prima lo persiguió por la oficina, mientras él corría de un lado a otro.—Respira, p
—Lo siento, mamá —dijo Greta con tono suave—. Esta noche no podré. Te prometo que estaré allí el fin de semana.—Oh, cariño, de verdad deberías dejar de trabajar tanto —musitó su madre, sonando claramente preocupada—. Eres como la versión más joven y femenina de tu padre. Necesitas relajarte un poco.—En realidad, no es por trabajo que no podré asistir. Yo tengo… una cita esta noche.—¿Una cita? ¡No lo puedo creer! ¿Con quién? ¿Lo conozco? ¿Es alguien de la empresa?Greta soltó una carcajada al escuchar el entusiasmo desbordado de su madre.—No sé si lo conoces. Y no, no es de la empresa.—¿Estás segura de que no es un asesino en serio o un estafador?—Creo que sí. Caterine organizó todo, confió en que hizo las averiguaciones necesarias. Su amiga había insistido en que se reuniera con el conocido de Corleone hasta que Greta al fin aceptó. Era demasiado persistente cuando algo se le metía en la cabeza.—Entonces, esperaré que me cuentes todo después.—Está bien, mamá. Hablamos luego.
Gino observó con admiración el interior del edificio de la empresa de Greta. Era como entrar en otra realidad.Los grandes ventanales dejaban paso a la luz del día que iluminaba el lugar. Los pisos de mármol y las paredes impecables relucían bajo el resplandor. Grandes pantallas ubicadas en algunos muros mostraban imágenes de paisajes urbanos que cambiaban constantemente. Una música suave, apenas perceptible, flotaba en el ambiente. Todo, en conjunto, transmitía modernidad y elegancia.Se detuvo frente al mostrador, donde una mujer lo recibió con una sonrisa educada.—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer amablemente.—Estoy buscando a la señorita Greta Vanucci.—¿Tiene una cita?—No, pero podría decirle que Gino Spinelli está aquí, por favor. Soy un amigo. Ella me recibirá —aseveró, aunque no estaba muy seguro de que fuera a ser cierto.—Por supuesto, deme un segundo.Gino asintió y se giró para observar a las personas que transitaban el vestíbulo. Todos parecían ll
Greta soltó una carcajada. No había dejado de reír desde que llegaron al restaurante gracias a las historias de Gino, una más divertida que la otra.—No puedo creer que los muchachos hicieran eso —dijo entre risas.—No le veo la gracia —replicó Gino, aunque la sonrisa en su rostro contradecía sus palabras.—Oh, vaya que sí fue divertido. Me habría encantado estar allí.—Lindura, ya me has visto desnudo antes —dijo Gino sin pensarlo demasiado.Greta sintió cómo sus mejillas se encendían y, de inmediato, se quedó en silencio. Tras unos segundos, bajó la mirada hacia su celular y revisó la hora.—Creo que ya es hora de irnos —murmuró, intentando recuperar el control. El comentario de Gino había desenterrado una serie de pensamientos e imágenes que había logrado mantener a raya hasta ese momento.¿Por qué era tan difícil olvidar que se habían acostado juntos?Probablemente, Gino pensaba que algo estaba mal con ella. Él había estado con muchas mujeres, y Greta no creía que, cuando se reenc
Greta miraba la televisión, aunque en realidad no estaba prestando atención. No podía dejar de pensar en la mentira que le había dicho a Gino. Ni siquiera sabía de dónde había salido. Había esperado que, al decirlo, él no intentara besarla otra vez, y por cómo había reaccionado tenía el presentimiento de que así sería.Había bastado una sola mirada a Gino para que todas las emociones confusas que creía olvidadas volvieran a surgir con fuerza y para que sus pensamientos se volvieran un caos. En cambio, había salido con Isaia un par de veces más desde su primera cita; de hecho, deberían haber salido esa noche también, pero había encontrado una excusa para cancelar. Y, aunque él le agradaba mucho y se llevaban muy bien, no le producía ninguna emoción.Después de estar horas dándole vuelta al asunto, tenía que aceptar que sus sentimientos por Gino iban más allá del deseo y no tenía sentido continuar negándolo.Y eso era un desastre, porque solo terminaría con el corazón roto. Esa era una
Greta necesitaba recuperar su ira, y no le costó mucho lograrlo, bastó con recordar el rastro de labial en el cuello de Gino para que el impulso de querer estrangularlo regresara con fuerza. Aquello fue suficiente para sacarla de su estupor y obligarla a apartar la mirada de él. Se apresuró hacia la puerta y salió del baño.Su objetivo era poner tanta distancia entre ellos como podía, así que se dirigió hacia la salida, pero no había recorrido ni la mitad del camino cuando se detuvo bruscamente. Quería refugiarse en su habitación y olvidarse de Gino, pero incluso enojada no pudo evitar preocuparse por él. ¿Y si resbalaba en la ducha y terminaba inconsciente?Soltó un suspiro de exasperación y dirigió una mirada frustrada hacia la puerta del baño.—Solo no quiero ser yo quien tenga que decirles a sus padres que su hijo está muerto —murmuró para sí, fastidiada.Se acercó a la cama y se dejó caer sobre el colchón, exhausta tanto física como emocionalmente. Debería estar en su propia cama
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado