Aunque su rostro estaba pálido, una sonrisa brillante se reflejaba en sus ojo. Mirando a Simona, dijo con voz un tanto ronca:

—¡Gracias!

Ella sonrió y respondió:

—No hay necesidad de agradecerme nada. Era algo que podía hacer.

Siempre había tenido una buena impresión de este hombre. No solo era uno de los pocos hombres que nunca intentaron complacer a Judea, sino que también tenía una personalidad genuina y abierta. Incluso cuando la compuerta del embalse estaba cerrada y los dos niños no estaban en peligro, él había elegido saltar al agua y nadar hacia ellos, mostrando que confiaba en lo que ella estaba haciendo. Al igual que ella, él tampoco quería que los dos niños estuvieran en peligro y también tenia un corazón compasivo.

Al ver las sonrías en sus ojos y escuchar su conversación, León sintió una incómoda opresión en el pecho. Había querido reprochar a Simona por ser tan imprudente como para arriesgar su seguridad para salvar la