—¿Nos alejarás de mamá? —La pregunta tomó a Ava por sorpresa. Surgió de manera repentina. La mañana había estado llena de diversión y tranquilidad. Habían jugado un rato en la piscina y luego prepararon palomitas para ver un par de películas animadas. Justo ahora estaban sentados en el suelo en medio de la sala jugando con carros y aviones. Los niños se habían mostrado más expresivos que la noche anterior y no habían perdido su sonrisa durante todo el día. Al menos no hasta ahora. Ambos lucían demasiado serios para su corta edad y ella tomó muy en serio sus preocupaciones. No quería disgustarlos. —¿De dónde sacaron esa idea? —preguntó con calma. Le hubiera gustado que Alessandro estuviera allí, pero él había ido a resolver unos problemas de último minuto a su despacho. Aunque le había dicho que no tardaría mucho, sabía que los niños no esperarían. Además, tenía la vaga sospecha de que Piero y Fabrizio estaban aprovechando que su papá no estaba para hablar con ella. —Un niño en
Ava no estaba segura de cómo resultarían las cosas después del encuentro de Marena con Alessandro. Existían tantas posibilidades y un par de ellas le preocupaban más de lo que quería admitir. Ava no podría dormir hasta que Alessandro apareciera en la habitación y le contara como había ido todo. Le habría gustado bajar a ver cómo iban las cosas, pero, con lo difícil que era Marena, tenía miedo de complicar las cosas. Era cerca de la media noche cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse y se dio la vuelta para ver a Alessandro entrar. Durante todo el tiempo que lo estuvo esperando, el nerviosismo la había dominado. Recordaba haberse echado y levantado de la cama alrededor de unas cinco veces y, cuando no pudo más, se había sentado en los sofás. También había caminado por la habitación, e incluso había salido al pasillo una vez. Seguro si tuviera un contador de pasos, habría completado su meta para un par de días. —¿Cómo fue todo? —preguntó, sin demora y Alessandro dio un s
Ava seguía pensando que era una mala idea celebrar una fiesta en la casa después de todas las cosas que habían sucedido. Solo a Alessandro se le podía ocurrir algo así. Un par de semanas habían transcurrido desde que ocuparon las primeras planas de las revistas y algunas de ellas aún los mencionaban de vez en cuando. Al menos Piero y Fabrizio cada vez parecían más felices con la nueva relación de su padre. Miró nuevamente su reflejo y las dudas volvieron a acosarla. Era un hecho que ella no había estado pensando con claridad cuando aceptó ser parte de esta ridícula fiesta. Pero en su favor, Alessandro había usado argumentos convincentes. El mejor de ellos: los niños se verían beneficiados si ellos por fin aparecían ante el público bajo sus términos. Nadie podría seguir dando especulaciones falsas sobre su relación. —Estás bella —dijo Alessandro entrando a la habitación y tomándose su tiempo para observarla. —No puedo hacerlo. —Por supuesto que puedes. —Él en verdad parecía t
—¿Cómo van las cosas con Alessandro? —preguntó Lia. Lia era la única con quien podía hablar libremente de su relación. Ella sabía casi toda la historia. Ava ni siquiera les había contado a sus padres que estaba saliendo con alguien. No estaba segura del motivo, tal vez era porque nada era seguro. Desde que empezó lo suyo con Alessandro no había regresado a casa de su amiga. Apenas habían hablado por celular y se habían reunido un par de veces en alguna cafetería. Se regañó por no darse tiempo para verla con más frecuencia. Ella había sido un gran apoyo desde que la conocía y se merecía una amiga que estuviera para ella también. Cerca de un mes había transcurrido desde que su relación con Alessandro se había hecho oficial. Los periódicos y revistas habían pasado al siguiente chisme. Él había tenido razón al decir que la fiesta ayudaría a callar algunos rumores. Pero, aunque las cosas se habían calmado un poco, de vez en cuando sacaban algún rumor sobre ellos. Sobre todo si se exp
Alessandro la estaba mirando como si hubiera hecho algo malo. Si tan solo ella supiera cuales eran los cargos de los que se le acusaban, tal vez habría podido defenderse. En la mañana, él había estado como todos los días. Durante el desayuno la había tratado con afecto y bromeó con ella. Incluso le había comentado de sus planes para viajar y así los dos pudieran relajarse un poco. En la tarde, un poco antes de encontrarse con Lia, había recibido una llamada de su parte y él seguía de buen humor. Entonces lo que le tenía molesto debía haber sucedido después de eso. Por el desprecio con el que la miraba debía de ser algo grave. La alegría que había sentido al llegar a casa se había evaporado. Era difícil creer que hasta hace unos segundos se había sentido feliz y plena. Ahora lo único que podía sentir era confusión y preocupación. —¿Cuánto tiempo más, Ava? —repitió él. —¿De qué estás hablando? —se las arregló para decir. Él soltó una risa irónica que le heló hasta los huesos. Nun
Alessandro vio a su secretaria entrar a su oficina con cierto temor. En estos días no había nadie que no evitara cruzarse con él. Cuando pasaba por algún lugar, repentinamente todos desparecían en automático. No los culpaba, su carácter había sufrido cambios drásticos desde lo ocurrido con Ava. Habían transcurrido más de dos meses desde que le dijo que se vaya. Todas las mañanas despertaba añorándola, pero luego se decía que no la necesitaba. Se recordaba que le había mentido y eso hacía soportable sus días. Aunque con cada día que pasaba creía menos en lo que había supuesto una verdad. —¿Qué sucede, Gianna? —preguntó a su secretaria para animarla a hablar, —Señor, su hermano vino a verlo. —Dile que estoy ocupado. —Se apresuró a decir—. Su hermano era a quién menos le apetecía ver. A diferencia de los demás, él no le tenía temor y adoraba irritarlo. —Muy tarde para eso —dijo Matteo entrando en su oficina como si del mismo dueño se tratase. —¿Qué quieres ahora? —Muchas gracia
Ava sentía que estaba vomitando hasta sus entrañas. Cada vez que creía que ya estaba pasando, las arcadas volvían a comenzar. Había intentado respirar profundamente, pero no había hecho ninguna diferencia. Nunca se había sentido tan mal en toda su vida. Esta vez no estaba segura de que lo había provocado. Se había deshecho de varias cosas durante la semana. Cosas que con tan solo verlas, u olerlas, le causaban náuseas. Aunque nunca nada de eso la había puesto en el estado en el que se encontraba en ese momento. —¿Todo bien allí, cariño? —preguntó su madre tocando la puerta del baño. —Sí, ma. —Segura que no necesitas algo. —No, creo que ya estoy mejor. —Mason está aquí —le avisó. —Saldré pronto. Ava esperó un poco más para ver si las ganas de vomitar volvían, pero por fin parecían haberse detenido. Se puso de pie y se cepilló los dientes con rapidez. Levantó su camiseta y miró el reflejo de su barriga. Aunque el abultamiento aún no era muy notorio sabía que su hijo estaba
Ava apenas mantuvo los ojos abiertos mientras ella y Mason viajaban en el taxi rumbo al hotel donde se hospedarían. Estaba demasiado cansada y todo el cuerpo le dolía. La próxima vez lo pensaría dos veces antes de rechazar una oferta de viajar en primera clase. El cansancio estaba a punto de vencerla cuando el taxi se detuvo. —Llegamos —informó el taxista regresándola a la realidad. El viaje en taxi había tomado media hora. Era pasada la media noche, así que no había mucho tráfico. Un hombre salió del hotel para ayudarlos con su equipaje. Él los condujo hasta la recepción para que se registraran y se marchó con sus maletas mientras lo hacían. Ava se enamoró a primera vista del hotel. Era hermoso por dentro y por fuera. El interior tenía un estilo minimalista y conservaba parte de su estructura original que de seguro databa de cientos de años atrás. Unas escaleras en forma de caracol y con barandas de madera estaban a un rincón. Unas pequeñas luces colgaban del techo y unos sill