Sin poder contactarme y presionados por la abuela, la familia finalmente se presentó de mala gana frente a un departamento deteriorado en un barrio antiguo de la ciudad.

—¿Cómo puede vivir esta desgraciada en un lugar así? Papá, mamá, ¡no quiero entrar! —se quejó Diego Herrera, tapándose la nariz.

—Está bien, está bien, mejor regresen tú y tu hermana, nosotros entraremos solos.

Valentina Herrera se aferró cariñosamente al brazo de mamá, con expresión comprensiva:

—Mariana es tan inconsiderada, no contesta el teléfono ni responde por WhatsApp, y encima tienen que venir hasta aquí a buscarla.

—¡Cuando la vea se va a enterar! —los ojos de mamá brillaron con rencor mientras arrastraba a papá adentro.

Después de subir cuatro pisos por las escaleras, se detuvieron sin aliento frente al departamento 401.

Al tocar la puerta, les abrió un hombre de mediana edad sin camisa.

—¿A quién buscan?

Papá, al verlo, se enfureció al instante:

—¿Qué relación tiene usted con mi hija? ¿Por qué vive aquí?

—¡Mariana, sal inmediatamente! ¿Ahora te crees muy lista viviendo con alguien sin decirnos nada? —gritó mamá, entrando furiosa al departamento.

En ese momento, apareció una mujer embarazada.

—¿Seguro que no se equivocaron de lugar? Nosotros nos mudamos aquí hace dos meses.

—Esta es la dirección que nos dio mi hija Mariana, ¿cómo podríamos equivocarnos? —respondió mamá con impaciencia.

El hombre, viendo que mamá no entendía razones, la sacó enfurecido:

—¡Fuera de aquí! ¡Ni siquiera saben dónde vive su hija y se hacen llamar padres!

—¿Mariana era la inquilina anterior? —agregó rápidamente la mujer embarazada—. El dueño dijo que debía un mes de renta y como no pudieron contactarla, nos alquiló el departamento.

—¡Se muda sin avisar y nos hace venir en vano, esta hija ingrata! —exclamó mamá, furiosa.

Cuando estaban por irse, llegó el dueño.

Al enterarse de que eran los padres, inmediatamente les reclamó la renta.

—Paguen lo que debe y llévense sus cosas personales, ¡están ocupando espacio!

Incrédulos, los padres siguieron al dueño hasta el depósito donde guardaba mis pertenencias.

Todo estaba cubierto por dos meses de polvo.

—Sí, esta es su ropa —reconoció papá algunas prendas que solía usar.

—¿Será que Mariana lo hizo a propósito? Dejar toda esta basura para que vengamos a limpiar —comentó mamá con desprecio.

—No es basura —intervino el dueño—. Son sus cosas de uso personal, álbumes de fotos y documentos. Era una buena chica, por eso los guardé.

Mamá lo ignoró.

El depósito olía intensamente a humedad.

Retrocediendo con la nariz tapada, llamó a mi teléfono.

Como nadie contestó, dejó un mensaje:

—Mariana, ¿ya terminaste con tu berrinche? Tu padre y yo estamos en tu departamento, ¡ven inmediatamente!

Su habitual arrogancia y disgusto eran evidentes.

No le extrañaba que no respondiera los mensajes de WhatsApp de mi hermano.

Después de todo, por las intrigas de Valentina, nos habíamos vuelto enemigos.

Pero que ignorara los mensajes de su propia madre era algo sin precedentes.

Perdió completamente la paciencia.

—Déjala, vámonos de aquí, ¡este lugar es inhabitable! —le dijo fríamente a papá.

—¡Oiga! ¿Cómo se atreve a hablar así? —protestó el dueño indignado—. ¿Se van a llevar las cosas de su hija o no? Si no, las tiraré.

Resignado a no cobrar la renta atrasada, el dueño se dio por vencido.

Mamá se fue sin mirar atrás.

—¿No tienen sentimientos? ¡Su hija lleva dos meses sin contactarlos y no les preocupa que algo le haya pasado! —les gritó el dueño furioso.

—¡Esa desgraciada tiene siete vidas, nunca le pasará algo! —se burló mamá con frialdad.

De vuelta en casa, mamá llamó a la abuela:

—Mamá, ¿por qué te preocupas tanto por esa ingrata? ¿No sería mejor dejar toda tu herencia a Valentina y Diego? ¿Para qué molestarte con ella?

Mi alma, flotando cerca, no pudo evitar una sonrisa amarga.

Mamá, yo soy tu única hija biológica, ¿por qué me odias tanto...?