—Siéntate —le ordenó el alguacil con severidad.Hugo se mantuvo firme, en un tenso enfrentamiento con los agentes, mientras lanzaba una mirada furiosa a la audiencia, su rostro se tornaba cada vez más sombrío.Tenía una percepción clara de su familia; sabía que no podía esperar nada de sus tres hermanas y cuñados. Estoy segura de que estaba buscando a Juana con la mirada.Hugo siempre creyó que tenía el control, que tanto Juana como yo estábamos a sus pies. Aún después de que le revelé a Juana sus verdaderas intenciones, él seguía aferrado a la idea de que ella estaría allí para apoyarlo.Pero hoy, Juana no estaba en el juicio, y con eso, su última esperanza se desvaneció.Se retorció, intentando liberarse del agarre de los policías.Su reacción exagerada atrajo la atención de los medios presentes, que no dejaron de fotografiarlo.—¡Dejen de tomar fotos! ¡Nadie puede tomar fotos! ¡Voy a solicitar un juicio a puerta cerrada!Los destellos de las cámaras minaron aún más la cordura de Hug
El incidente provocó un murmullo entre los presentes en la sala.Mientras intentaba calmar a Diana, noté que Sebastián se levantaba lentamente.En mi mente, apareció la imagen de la última vez que las hermanas y cuñados de Hugo me acosaron frente a mi casa, y cómo Sebastián lo había resuelto de una patada.Pero ahora estábamos en un tribunal, y si Sebastián hacía algo similar, las cosas se complicarían mucho.Vi que ya había dado un paso adelante, y temiendo no poder detenerlo, me giré rápidamente y lo abracé por la cintura.—¡Déjalo! Está en sus últimos momentos y solo busca provocarte. No caigas en su trampa.Hugo, ese miserable, estaba fingiendo un colapso para hacernos perder el control y retrasar el juicio.La pequeña satisfacción que había sentido antes se transformó en un odio profundo al darme cuenta de sus intenciones.No podíamos caer en su trampa. Apreté aún más el abrazo alrededor del brazo de Sebastián.Él se detuvo, su cuerpo tenso y rígido. Su rostro, endurecido por la i
—¿Crees que Hugo está realmente enfermo?—Sí, parece que es de verdad.En medio del juicio, Hugo sufrió un colapso y fue trasladado de urgencia al hospital, obligando a suspender la sesión que acababa de comenzar.Oscar, después de hablar con el juez, me informó que Hugo había sufrido un shock anafiláctico y que seguía en coma, sin haber recuperado la consciencia.Con lo astuto que es Hugo, me cuesta creerlo, pero no se puede falsificar un diagnóstico médico.Con su condición actual, quién sabe cuánto tiempo se retrasará el juicio.Mientras llevaban a Hugo al hospital, Diana y yo fuimos a una cafetería cercana para esperar noticias. Revolvía mi latte de avena distraídamente, con el ánimo por los suelos.—¡Ojalá nunca despierte! Que se quede como un vegetal consciente, atrapado en una cama para siempre. Eso sí que sería un castigo peor que la muerte —dijo Diana.—Ahora que está en la ruina, sería un desperdicio de recursos públicos si se convierte en un vegetal —respondí con amargura.—
Me giré y vi un Bentley Continental detenerse. La ventanilla del conductor se bajó lentamente, revelando el perfil elegante de Sebastián.La luz tenue de la calle suavizaba la frialdad habitual en su expresión.La escena del tribunal volvió a mi mente, y haciendo un esfuerzo por mantener la calma, lo saludé «señor Cruz» y me dispuse a irme rápidamente.—Espera.—¿Sí?—Ya no estamos en horario de trabajo, no tienes que llamarme así.—Sebastián.Su tono era tranquilo, pero con una firmeza que no admitía objeciones. Cuando me miró, instintivamente cambié la forma en que me dirigía a él.Sebastián se inclinó y tomó una bolsa del asiento del copiloto, luego me la entregó por la ventanilla.—¿Qué es esto? —miré la bolsa.—Teuscher. Antes de que tu padre… tuviera el accidente, me pidió que le trajera algunas cajas. La última vez que viajé, fue todo tan apresurado que no tuve tiempo de comprarlas.—Mi papá ya no está.Sebastián siempre cumple su palabra. En la caja que me dio esta mañana había
Cuando entré a la sala, vi que el saco negro y la corbata de Sebastián estaban colgados en el brazo del sofá. Él salió de la cocina con una botella de agua en la mano, desabotonando con destreza los dos primeros botones de su camisa. Un gesto tan simple, pero en él, resultaba tan atractivo que no pude evitar mirarlo un poco más.Antes, solo tenía ojos para Hugo. Aunque la gente decía que Sebastián y Hugo estaban a la par, yo siempre pensé que Hugo, con su calidez y amabilidad, era mucho más perfecto que ese príncipe inalcanzable que parecía Sebastián.Pero cuando la verdadera cara de Hugo se reveló «su oscuridad, su crueldad, su egoísmo», me di cuenta de que compararlo con Sebastián era, en realidad, un insulto.—Jefe, vine a recoger unas cosas para Ellen —le dije cuando levantó la vista hacia mí, con el ceño ligeramente fruncido.Sebastián destapó la botella y tomó un sorbo de agua.—Stefan ya te dio la clave, ¿no? Anótala, y la próxima vez entra directamente, no necesitas tocar el ti
Traté de mantenerme despierta, recordando que aún debía informarle a Sebastián sobre el itinerario de mañana, pero mis párpados pesaban como si tuvieran toneladas encima.Después de varios intentos fallidos por mantenerme despierta, la somnolencia me venció y me quedé profundamente dormida.Cuando desperté, ya era la mañana siguiente. Me acurruqué en la cama, disfrutando de esa sensación de haber descansado por completo.¡Qué delicia era dormir bien!Con una sonrisa, enterré la cara en las almohadas y estiré la mano para alcanzar el despertador en la mesita de noche.¿Eh? ¿Dónde está el despertador?Toqué la mesita dos veces, pero no encontré el reloj. Confundida, levanté la cabeza.—¿Por qué mi mesita de noche es negra?Mi habitación en la casa vieja tenía una decoración en tonos cálidos. La mesita de noche era de un suave color rosa, adornada con tres pequeños peluches. Pero esta mesita estaba vacía y era de un color oscuro que no reconocía.Me quedé pasmada por un momento, hasta que
—Dame la mano.Un par de minutos después, Sebastián regresó a la cocina con un tubo de pomada en la mano. Sin decir nada, cerró el grifo.—Ya no me duele —le aseguré.La quemadura en mi dedo apenas había dejado una marca roja de un centímetro. Según mi experiencia, no era necesario aplicar pomada; no dejaría cicatriz.—Sécate la mano.Parecía que no había escuchado lo que dije, porque me extendió un pañuelo a cuadros azul oscuro.Ante su seriedad, no me quedó más remedio que aceptarlo con resignación.—Tu padre me dijo que eras muy sensible al dolor, que con la más mínima cortadura llorabas.—Eso fue antes.En ese entonces, me aprovechaba del cariño de mis padres para mimarlos con mis caprichos. Ahora, aparte de poder quejarme con mi mejor amiga, Diana, ya no había nadie más que me protegiera o consintiera.—Hugo sí que te cambió. Logró que alguien tan sensible como tú se volviera una roca, e incluso aprendiera a cocinar.Las palabras de Sebastián tenían un doble sentido, y entendí lo
Hasta los rumores en Torre Verde no tardaron en surgir por mi repentino nombramiento como su secretaria, así que preferí no atraer más atención bajándome de su coche frente a todos.Ya quería salir del auto, y la decisión de Sebastián me vino como anillo al dedo. Tomé mi bolso y bajé.De pronto, mi celular sonó: era un video que Diana me había enviado.Al reproducirlo, vi que estaba grabado en la Facultad de Comercio de La UNAM. Dos empleados del departamento de mantenimiento estaban quitando una fotografía de la pared, una foto de los alumnos distinguidos.La foto era de Hugo.Apenas terminé de ver el video, Diana me llamó.—¡Cariño, quitaron la foto de Hugo en La UNAM! ¡Por fin lo sacaron de ahí, ya nunca más podrá estar al mismo nivel que Sebastián!—¿Desde cuándo Sebastián ocupa un lugar tan alto en tu estima? —bromeé.Las fotos de Hugo y Sebastián estaban justo al lado una de la otra en la pared de exalumnos ilustres, y siempre que Hugo pasaba por ahí, soltaba un bufido de desprec