Capítulo 8
El coche iba rápido. Alejandro mordía sus labios, estaba muy nervioso y sus ojos estaban fijos en la carretera.

Quería decirle que no necesitaba ir tan rápido, que no tenía prisa alguna por llegar.

Al instante, Alejandro, como si pudiera oír mi pensamiento, redujo poco a poco la velocidad.

Él sonrió y dijo:

—Ya casi llegamos, Camila, ¿tienes miedo?

En sus ojos había una emoción que no lograba entender.

Sacudí un poco la cabeza: No tengo miedo.

—Qué bueno que no tengas miedo, Camila. En la próxima vida, no te metas en situaciones así otra vez.

Me quedé paralizada por sus palabras, abrí la boca y dije sin sonido:

—Está bien entonces.

El auto se detuvo junto al mar.

Alejandro tardó en bajarse del auto.

Él sostenía el volante, con las manos temblando sin cesar.

Ambos sabíamos que, al bajar del auto, sería la despedida real.

Puse mi mano temblorosa sobre su dorso, sabía que él no podía sentirlo, pero aún así quise hacerlo.

Alejandro sonrió con tristeza:

—Bájate.

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