Mis cenizas a los pies de mi esposo
Mis cenizas a los pies de mi esposo
Por: Jon
Capítulo 1
Cuando Sebastián llegó, ya habían pasado dos horas.

Su ropa estaba un poco desordenada, y había varias marcas de lápiz labial en su cuello.

No era difícil notar que acababa de estar con esa tipa.

Después de encontrar al personal, se burló:

—¿Dónde están las cenizas de Camila? Me llamaron para recogerlas, ¿sí es verdad?

El personal, tras verificar su identidad, le entregó la caja que contenía mis cenizas.

Sebastián la tomó con cierta indiferencia, con una expresión cargada de burla.

—¿De verdad estas son sus cenizas? No habrán puesto acaso cualquier polvo por ahí para engañarme, ¿no?

El personal estaba muy sorprendido por sus palabras:

—Señor Souza, estas son en efecto las cenizas de la señorita Sánchez. Ya está registrado, ¿quiere revisar los respectivos documentos?

—No hace falta hacerlo, les creo.

Pensé que finalmente había aceptado esta inesperada realidad, y suspiré de alivio.

No sabía por qué, aunque estaba muerta, mi alma seguía aún aquí. Quizás fuera porque aún no había sido enterrada.

Ahora que Sebastián creía que yo ya estaba muerta, aunque me odiara, al fin y al cabo, habíamos sido amantes, así que tal vez me enterraría.

Pero antes de que pudiera alegrarme, de repente Sebastián soltó un grito.

La caja de cenizas se le escapó de las manos, y mis cenizas cayeron al suelo.

Sebastián sonrió con crueldad:

—Lo siento.

Diciendo esto, estiró el pie y comenzó a pisar mis cenizas sin piedad alguna con la suela de su zapato.

Mi respiración se detuvo al instante. Miré su expresión arrogante, abrí la boca, pero no pude emitir ni un solo sonido.

No fue hasta que mis cenizas quedaron completamente aplastadas en las grietas del suelo, mezcladas con el polvo, que Sebastián finalmente retiró el pie con satisfacción.

Ante la sorpresa y el asombro del personal, él se rio malicioso:

—Recuerden decirle a Camila que este truco es novedoso, pero no me dejaré engañar. En unos cuantos días es el aniversario de la muerte de mi madre, será mejor que ella vaya a la tumba de mi madre a pedir perdón, porque, aunque esté muerta de verdad, no dudaría en desenterrar su cadáver yo mismo.

Sus palabras estaban llenas de crueldad, hacían temblar de miedo a cualquiera que las escuchara.

Pero yo sabía muy bien que realmente lo haría.

De repente me alegré de que mi cuerpo ya hubiera sido incinerado.

De lo contrario, la situación habría sido aún más horrible.

Antes de que el personal pudiera decir algo, Sebastián recibió una inesperada llamada y rápidamente se fue.

Lo curioso de todo fue que mi alma lo siguió.

Sin otra opción, me senté en el asiento del copiloto, escuchando atenta su conversación con la mujer al otro lado del celular.

Conocía con claridad esa voz. Era Isabela, la hija adoptiva de la familia Souza.

Cuando Sebastián y yo aún estábamos enamorados, ella me pidió que rompiera con él.

Como me negué, empezó a atacarme, difundiendo rumores sobre mí en mi empresa y enviando a gente para acosarme.

Cuando Sebastián lo descubrió, la reprendió con severidad, advirtiéndole que, si volvía a meterse conmigo, la echaría de la casa.

Fue entonces cuando Isabela se calmó.

Al mencionar mi nombre, la expresión de Sebastián se volvió más indiferente.

—¿Para qué mencionarla? Qué mal augurio es este. Ni siquiera está realmente muerta.

—¿Y si lo estuviera, Seb? ¿Qué harías?

Después de escucharla, me sentí inquieta y, automáticamente me giré para mirar a Sebastián.

En el pasado, incluso si me raspaba la piel, no lo soportaba. Decía que yo era su tesoro más preciado, y que me cuidaría toda la vida.

Pero ahora, Sebastián se limitó solo a soltar una risa sarcástica:

—Entonces daría una fiesta de tres días y tres noches, y haría que toda la ciudad lanzara polvora para celebrarlo.
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