Aeropuerto de Puerto Lúmina.Con el aterrizaje del avión.Un joven con camiseta de manga corta, pantalón corto y sandalias apareció en la sala de espera.Ese joven era Juan.Al llegar a Puerto Lúmina, no llevaba más que una tarjeta de débito que Luis le había dado de prisa, y sin ninguna otra pertenencia, por lo que necesitaba esperar el equipaje.Se dirigió directo a la terminal para tomar el autobús cercano al aeropuerto y marcharse.—Guapo, oye, guapo. Una voz resonó a su lado.Juan miró a lo lejos y vio a una chica con mascarilla, gafas de sol y una gorra de béisbol, toda cubierta hasta el cuello, que lo miraba fijamente. Juan miró a su alrededor y se señaló a sí mismo con el dedo.No había nadie más cerca de él, ya que el resto de la gente se encontraba reunida en la zona de equipaje.—Sí, tú, guapo, ¿podrías ayudarme, por favor?La voz de la chica sonaba angustiada.—¿En qué te puedo ayudar? —preguntó Juan sin mostrar rechazo alguno.—¿Podrías recoger mi equipaje, por favor? —res
Juan bajó la mirada para inspeccionar detenidamente su vestimenta, sin entender siquiera qué había de inapropiado en su apariencia.—Es mi amigo.Afortunadamente, Amapola intervino a tiempo, mostrando una tarjeta negra y disipando cualquier incomodidad que hubiera.—Perdón, por aquí, por favor. Al ver la tarjeta, el camarero se disculpó y de inmediato les hizo pasar.Esa era una tarjeta negra respaldada por todos los bancos de Luzveria, con un límite de crédito casi ilimitado. No solo un restaurante, ¡podría comprar todo el Hotel Brisa del Sol con ella!Eligieron una discreta mesa junto a la ventana, en un rincón donde podían disfrutar de una vista maravillosa sin ser demasiado visibles.Amapola le lanzó el menú a Juan: —Elige lo que quieras. Lo que te apetezca.—Paella de mariscos. Juan no tomó el menú, limitándose solo a responder.—Bueno, de acuerdo. Entonces, dos paellas de mariscos, —dijo Amapola al camarero a su lado.Tal vez nadie había pedido paella de mariscos en este lujoso r
—¿Qué dijiste? ¿Te atreves a repetirlo? —Ciro no podía creer lo que oía.—Dije que te largues, ¿no lo escuchaste bien? —Juan miró a Ciro fijamente, repitiendo con firmeza.—¡Maldito mocoso, estás buscando la muerte! En Puerto Lúmina nadie se atreve a hablarme así; tú serás el primero… y el último. ¡Te voy a matar! —Ciro terminó de hablar y lanzó un feroz puñetazo directo al rostro de Juan.Juan, con un rápido movimiento, respondió con una bofetada en la cara de Ciro.El sonido del impacto resonó con gran fuerza en todo el restaurante.—¿Te atreviste a golpearme? —Ciro cubrió su mejilla enrojecida. —¡Norberto, mátalo ahora mismo!Norberto, evidentemente el hombre que acompañaba a Ciro, no dudó. Al escuchar la orden, metió de inmediato la mano en su cinturón y sacó una pistola.—¡Juan, cuidado! —gritó Amapola en un intento de advertirle.Norberto disparó. El sonido del disparo retumbó en todo el restaurante giratorio.—¡Han disparado, auxilio!Los clientes del restaurante entraron en pá
—Bueno, ya está, no hablemos más de esto. Juan, ¿por qué no te llevo directo al aeropuerto? Deberías mejor marcharte de Puerto Lúmina cuanto antes. Todo esto es, en parte, por mi culpa. Yo, al menos, soy una figura pública, y en lugares concurridos, la familia Leiva no se atrevería a hacerme nada. Aunque claro, mi vida ya no será tan libre como antes, —reflexionó con nostalgia Amapola, después de pensar por un buen rato y tratando de ayudar a Juan a escapar.—No hace falta. Puedes dejarme aquí, en la esquina, —respondió Juan con una calma indiferente, sin mostrar preocupación.—¿Es que acaso no temes morir? —preguntó Amapola, aún inquieta por él.—Los que deberían estar preocupados son ellos, —contestó Juan mientras abría la puerta y bajaba despreocupado del auto, sin añadir nada más.—Haz lo que quieras, —pensó Amapola para sí. Aunque todo esto había comenzado justo por su culpa, ya no podía hacer nada para detenerlo. Había hecho todo lo que estaba en sus manos.Tras despedirse de Ama
Media hora después, Juan llegó a un exclusivo complejo residencial.Sintió que la energía vital que había dejado previamente estaba dentro de ese lugar.Sin hacer ruido, Juan se infiltró sigiloso en el complejo residencial sin ser detectado.Dentro de una lujosa villa, varias parejas disfrutaban alrededor de una piscina.Ciro estaba allí, mezclándose con un grupo de personas. A diferencia de su arrogancia habitual, ahora se comportaba como un seguidor muy servil.—Wilfredo, ¿qué te parece la fiesta que he organizado esta vez? —Ciro decía con halago, mientras le servía más vino a un hombre.El hombre sostenía una copa de vino en una mano, mientras jugueteaba lascivo con una mujer que estaba a su lado.—Está genial, Ciro. Eres el mejor en esto. Nosotros pasamos el día siendo presionados por los viejos de la familia para entrenar, no como tú, que siempre sabes cómo organizar algo divertido.—Amancio, no seas tan modesto. Cada uno elige su camino. Yo también hubiera querido ser un experto
—¡Incluso el famoso señor González de Crestavalle tendría que huir si se enfrentara a los cuatro juntos!—Soy yo. Juan respondió con altivez.Ante esas palabras, los cuatro se miraron entre sí con incredulidad.—¡Ja, ja, ja, no puedo parar de reír! ¿Estás en Puerto Lúmina y dices que eres el señor González? Ja, ja, ja, ¿sabes qué? Si alguien más te oyera, en menos de cinco minutos tendrías a una docena de guerreros persiguiéndote.—Ja, ja, ja, me da igual, no tienes idea de lo que dices. Te lo pondré más fácil: a pesar de que Puerto Lúmina y Crestavalle están a miles de kilómetros de distancia, ya hubo varios que partieron de aquí solo para obtener una cosa: la cabeza de ese tal señor González.—Si no fuera porque nadie sabe quién respalda realmente a ese González, Puerto Lúmina habría movilizado a todos sus hombres hace muchísimo tiempo.Al mencionar a aquel misterioso aliado, Amancio hizo una pausa repentina, y se notaba que incluso él le tenía gran respeto.—Ahora esa cabeza vale al
Finalmente, Fortunato recordó dónde había visto a Juan antes.El ancestro de su familia guardaba un retrato de Juan cuando era niño.Aunque habían pasado doce años, si uno observaba con detenimiento, aún podía notar ciertos rasgos similares.En ese preciso instante, la única idea en la mente de Fortunato era escapar.Escapar de este lugar, regresar a su familia y notificar de inmediato al ancestro.La aparición de Juan solo en Puerto Lúmina significaba una oportunidad perfecta para asesinarlo. Si lograban acabar con él, todo podría arreglarse.Las reacciones de los cuatro guerreros no pasaron desapercibidas para Juan.Con un sagaz movimiento, apareció al instante frente a Fortunato.—¿Me reconociste? —La sonrisa de Juan, en la mirada de Fortunato, era la de un demonio que venía a reclamar su vida.—No. —Las palabras de Fortunato salían con dificultad.—Entonces, ¿por qué tiemblas de miedo?—No… no tengo miedo. Tú eres más fuerte que yo, es una reacción natural…— Fortunato intentaba man
—¡Hablas demasiado! —dijo Juan, y en un instante, una descarga de energía salió de sus dedos.Amancio, con la boca abierta, no alcanzó a decir ni una sola palabra antes de caer muerto.—Ahora solo quedan ustedes tres.Apenas había terminado de hablar cuando Wilfredo, con un movimiento muy preciso, atravesó el pecho de Rigoberto con un golpe de mano.Antes de morir, Rigoberto lo miró incrédulo. —¿Te atreviste a atacarme?Mientras Rigoberto exhalaba su último suspiro, Wilfredo retiró su mano ensangrentada y se dirigió furioso hacia Ciro.—Wilfredo, no puedes matarme, ¡somos como hermanos! Además, mi padre es el hombre más rico de Puerto Lúmina. ¡No puedes matarme, Wilfredo! —Ciro suplicaba desesperado, en un último intento por salvar su vida.Pero sus palabras no lograron calmara Wilfredo.Al ver que sus ruegos eran inútiles, Ciro sacó una pistola de su cinturón, apuntándola a Wilfredo con la única esperanza de que, a esa distancia, al menos la pistola le sirviera.Pero subestimó la habi