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Capítulo 2 - De la niñez a la Adolescencia

Los siguientes años al cierre del orfanato transcurrieron tranquilamente, la madre María Camila dejó atrás su papel de madre superiora y se convirtió en una excelente madre para mí, era protectora, cariñosa, cálida y sumamente estricta, en todo aquello que a mi educación hacía referencia, siempre pensó que una mente bien cultivada forja carácter y hombres de bien; así que mi formación intelectual tuvo todo lo que ella consideraba necesario, fui a escuelas públicas y ella reforzaba en casa mis lecciones, en cuanto a libros jamás faltaron ya que ella heredó del orfanato la gran biblioteca que allí había y poco a poco la fue incrementando con libros que compraba en remates a muy bajo precio, tuve a mi disposición un sinnúmero de textos, excelente literatura y mucha teología. El alimento intelectual sin duda abundaba en nuestro hogar, Hogar… finalmente después de mis seis años de vida tuve un hogar, que hermosa palabra y que bella realidad, nunca me sentí desdichado, mucho menos desfavorecido o algo que se le pareciera, pero es claro que fui mucho más feliz a partir del momento en el que comencé a vivir con la madre María Camila.

Aún llegan a mi mente esas fragancias de exquisita repostería y de aquellos dulces que solía preparar para alegrar nuestras vidas, si  hay algo que es bien conocido son los dotes culinarios de las mujeres que han pasado parte de sus vidas en un convento y la madre María Camila no era la excepción, por el contrario, podría asegurar que era el ejemplo más claro de esta aseveración, en cuanto a la gastronomía, mi paladar se acostumbró a la delicada y fina sazón de aquella dulce mujer, a pesar de no ser miembros de la clase alta, sabía cómo hacer de una sencilla cena un verdadero manjar, sin olvidar el balance alimenticio, mi alimentación fue la mejor que podría tener un niño para un sano crecimiento, mi salud era también excelente, jamás supe lo que era enfermar por alguna viral, epidemia o enfermedad que pululara en mi entorno, de hecho no logro evocar recuerdos de resfriados, supongo que afectaron mi cuerpo tan suavemente o que mis anticuerpos los combatieron tan efectivamente que nunca los percibí, en general fui un niño sano y bastante fuerte, más de lo normal tal vez, lo cual trae a mi mente un incidente ocurrido en mis primeros meses de colegiatura fuera del orfanato.

Transcurría una mañana  tranquila de clases, como cada día  las diez de la mañana salimos al descanso o recreo como en aquella época lo llamábamos, por esos días aún no hacia amigos en el colegio, yo era muy solitario y callado, algo que era característico en mí, jamás fui extrovertido, por el contrario siempre se me percibió como silencioso y reservado. Terminaba mis alimentos y me dispuse a arrojar las bolsas y envases a la basura, la caneca más cercana en el patio se encontraba al extremo opuesto del lugar en el que estaba así que me dirigí justo hacia allá, durante el trayecto llamo mi atención ver en el centro del patio un chico que desde que comencé a estudiar en ese colegio captó mi atención por ser introvertido y silencioso, “incluso más que yo”, “creo que pasaba el límite de la timidez”, además sus facciones eran realmente únicas, tenía una piel de apariencia suave y lisa, comparable con la porcelana, ojos azules con leves cambios a gris según su estado anímico y la luz del sol, en ellos una mirada hermosa aunque con leves rasgos de tristeza, cabello castaño claro con bucles, perfectos  labios finos de tono rojo intenso y una expresión facial única; jamás había visto un rostro así, salvo en los libros ilustrados que tanto observaba en mis días en el orfanato, tal cual, ese chico me recordaba mucho las imágenes de querubines que tanto contemplaba, me detuve a observarlo en silencio sin que él lo notara, justo en ese instante tres chicos mayores a nosotros entre los diez y doce años, se le acercaron con intención de robar sus alimentos, el dinero que llevara consigo y cualquier otra cosa que pudiera interesarles, el chico guardaba estricto silencio y se resistía a mirarles, por el contrario observaba fijamente el suelo, esa actitud al parecer desató la ira del más grande y bravucón quien le propinó un golpe en la mandíbula que le lanzó por los aires, los otros dos rápidamente lo levantaron y lo sostuvieron de los brazos de manera que el chico pudiera golpearle de nuevo, la escena hizo hervir mi sangre, sentí una ira que quemaba mis entrañas y una furia que jamás había experimentado, corrí irritado por la injusticia que estaba presenciando, apretaba tan fuerte los puños que sentía que las falanges se hacían polvo y las uñas se incrustaban en las palmas de mis manos, el fuego en mi estómago no cesaba de arder, apreté los dientes de manera tan extrema que sentía que quedarían sellados entre sí y en un movimiento rápido e impulsivo me encontré entre el agresor y el agredido, fui tan veloz que no percibió en que momento me posé frente a él, descargué un fuerte golpe con mi puño izquierdo y sin dejarlo reaccionar mi rodilla se encajó justo en su estómago a la altura del diafragma, el chico perdió completamente el aire cayendo de rodillas completamente pálido, blanqueando los ojos y con la leve convulsión característica de quien carece temporalmente de circulación de oxígeno hacia su cerebro, los dos agresores restantes se abalanzaron sobre mí, mientras uno me sujetaba por detrás el otro golpeaba mi estómago, descargo tres golpes fuertes y certeros luego de los cuales sentí desmayar, todo se tornó oscuro, no lograba escuchar claramente solo ecos distorsionados, comencé a desvanecer.

      ─ ¿Qué me pasa?, ¿este es mi fin?─Las rodillas no me respondían.

      ─Los brazos me pesan, ¡no quiero que termine así! ─ El pánico me invadía.

      ─¡Dios, no dejes que termine así! ─Oraba mentalmente.

    ─¡Dios mío lo hice por justicia… porque creí que era correcto!

     ─¡Dios mío! ─El pánico me invadió por completo en ese instante.

     ─ ¡Dios mío no me abandones…  tengo miedo!

Una sensación que jamás había experimentado me invadió, el fuego que instantes previos ardía en mi estómago se extendió por todo mi cuerpo, como si inyectara nuevas fuerzas a mis extremidades sentí una repentina calma, tal como si alguien me abrazara, me brindara paz y me ayudase a no caer, como si unos brazos fuertes y cálidos me sostuvieran, la fuerza regresaba, no me abandonaba, el valor y el aliento volvían a mí ser, era indescriptible, como si fuera otra persona, tal como si en mi cuerpo residieran las energías de un guerrero que luchaba por salir a la luz.

     ─Que bien se siente…

     ─Es una renovación total de energía

     ─Me gusta…

     ─Pero… ¿qué es esta sensación en mis omóplatos?

     ─Me arden… es un escozor... siento como si la piel se rasgara, duele bastante.

En el acto abro los ojos, subo  la cabeza y en un movimiento acrobático paso por encima de quien me sujetaba por detrás invirtiendo los papeles, logro asestar una fuerte patada en la parte anterior de la rodilla haciéndole caer completamente hincado frente a mí, gritando de dolor,  con el empeine de mi pie derecho descargo un golpe en su plexo solar que le termina de derribar  doblándose de dolor, Solo queda un agresor y estoy decidido, me siento imparable, invencible, me dirijo hacia él,  lo miro fijo a los ojos y espero que movimiento va a realizar, su mirada está llena de confusión y miedo, suda, está pálido, reacciona solamente para correr lejos del lugar, yo estoy agitado y gradualmente el dolor en mis omóplatos desaparece, simultáneamente fuego en mi interior disminuye hasta que llega la calma y me encuentro sumamente tranquilo, reacciono, recuerdo que todo comenzó por defender a un chico giro hacia donde él está inmóvil y temeroso.

     ─ ¿Estás bien?

     ─Sí, creo que sí.

     ─Me alegra, Esos tipos son unos bravucones nada más, no dejes que nadie te vuelva a atemorizar de esa manera, chicos así son como los perros rabiosos, “huelen el temor y luego atacan”.

     ─Eh… Si ─contesta él vacilante y tembloroso aún, Ambos mantenemos un breve silencio por unos instantes.

     ─Me llamo Miguel Ángel, mucho gusto –me presento  formalmente extendiendo mi mano.

     ─Mucho gusto, me llamo Uriel.

     ─¿Uriel eh?  Ese nombre… ¿en dónde lo he escuchado?, me resulta familiar, bueno no importa, encantado en conocerte.

En ese momento llegó el coordinador de disciplina y me lleva a detención, en su oficina mientras esperaba repasé una y otra vez lo ocurrido, me desconocía, ¿de dónde tenía yo tanta fuerza? y lo que más intriga me causaba, la pregunta que repetía una y otra vez en mi cabeza era: ¿A qué se debía el dolor en la espalda que experimenté? ¿Tendré algo allí? Y ¿Por qué el dolor así como apareció, desapareció?, todo era nuevo para mí, jamás me había ocurrido y me sentía diferente. En ese momento el coordinador llego con una nota en mi agenda, al entregármela dice:

     ─ Lo que acaba de hacer no es correcto, en esta ocasión y por no ser usted un niño en el cual éstas situaciones sean habituales solamente daremos una reconvención  y deberá traer esta nota firmada por su madre mañana mismo, la institución espera que no vuelva a suceder algo así. Recibí la nota y completamente avergonzado la leí.

El joven Miguel Ángel, hoy en la mañana, protagonizó una riña agrediendo fuertemente a dos compañeros de un curso superior, recomendamos hablar con su hijo sobre esta clase de comportamientos y las consecuencias  que puede acarrear el uso de la violencia en la solución de problemas, si esta conducta reincide, nos veremos en la penosa obligación de tomar medidas disciplinarias según los estatutos y el manual de convivencia de nuestra institución

                        Firma_____________________

Luego de leerla se me permitió regresar a clases, el resto del día para mí fue una tortura, no dejaba de pensar en la reacción que podría tener la madre María Camila, lo que menos quería era decepcionarla, me aterraba la idea, más  aun cuando pensaba en todo cuanto ella había hecho por mi hasta ese momento, decepcionarla no era una opción, pero lo que había pasado no se podía reversar, de igual manera me encontraba en una disyuntiva, porque por otra parte sentía que había hecho lo correcto.

Las largas horas pasaron y llegó la noche, con ella el momento inevitable de enfrentar lo ocurrido, me dirigí con agenda en mano hacia la madre María Camila, las piernas me temblaban, los nervios me invadían con intensidad y no sabía con qué palabra o frase iniciar, hice dos o tres intentos pero tartamudeaba y en el acto me detenía a intentar articular palabra, tuve que hacer uso de mis fuerzas y llenarme de valor.

     ─Madre, enviaron esta nota del colegio ─dije entregándola mientras intentaba que mis manos no temblaran.

Ella mientras tanto me miraba fijamente y con expresión de extrañeza, la leyó detenidamente y guardó unos minutos de sepulcral silencio, yo mientras tanto temblaba de impaciencia, Por fin decidió romper el silencio.

     ─ ¿Me puedes explicar qué ocurrió?

Me dispuse a narrarle todo lo ocurrido de la manera más sincera posible pero procurando hacerle ver que no lo hice con mala intención, por el contrario, lo hice porque creí que ese niño necesitaba ayuda y era una injusticia lo que estaba ocurriendo, ella escuchó atentamente cada palabra y una vez termine mí narración respondió.

     ─Hijo… no puedes solucionar los problemas a los puños, me alegra mucho que te preocuparas por un niño en desventaja y que busques que se haga lo correcto, pero hay otras vías como el dialogo y las razones, el mundo está colmado de violencia y nada solucionaras con más violencia.

     ─Lo sé madre, pero en el momento me invadió la ira por la injusticia, además no tuve tiempo para pensar en una mejor salida y no creo que esos bravucones hubieran detenido su actuar con razones, son niños que sólo reaccionan ante alguien más fuerte, de lo contrario abusan y se burlan de ti, estaban maltratando y robando a un niño aprovechando sus ventajas de fuerza y número, no son del tipo de niños que se detienen fácilmente, mucho menos de los que permiten expresar razones.

Ella guardó un profundo silencio unos instantes mirándome con expresión de confusión en su mirada.

    ─Quizás tienes razón hijo, hay personas que no entienden razones por su formación y naturaleza, solo procura que no se repita, no te conviertas en uno de ellos, en lo posible busca una salida pacífica, es de sabios intentarlo.

     ─Si madre, te prometo evitar que se repita algo así.

     ─Por otra parte y olvidando el método que empleaste, estoy orgullosa de ti, por tener valor de defender lo que crees justo sin temor y anteponiendo el bienestar de ese chico débil, está en tu personalidad pensar en los demás, siempre lo has demostrado, siempre te ha destacado el altruismo y sentido de justicia, mi ángel hermoso.

Me abrazó con fuerza, mis temores se disiparon y sentí como su amor se transmitía mediante el contacto del abrazo y los besos, ¿hay acaso algo más hermoso y tranquilizante que los amorosos brazos de una madre?

Aquel incidente marcó en gran parte mi niñez, en adelante y por varios años los bravucones no se atrevían a enfrentarme porque la historia se convirtió en una leyenda de patio, me predecía mi reputación y esa situación  me ayudaba a defender a los chicos que estaban en la mira de los abusivos, las pocas ocasiones que me hacían frente, los intimidaba fácilmente y algunas veces solo los sometía sin hacer mucha alharaca, Uriel y yo nos hicimos los mejores amigos y creo que en parte era él quien se encargaba de mantener la historia viva en el patio.

                                                                  ****

Los años siguientes, mi tendencia a la soledad disminuyó gradualmente, creo que esto sucedió como consecuencia de las habilidades narrativas de Uriel al pregonar lo ocurrido, supongo que muchos preferían estar de mi lado, los chicos débiles y temerosos buscaban de alguna manera sentirse protegidos, debo confesar que en cierto modo me agradaba sentir esa clase de respeto y sentirme rodeado de gente de mi edad, gracias a esta situación pasé el resto de mi niñez de manera muy normal, viviendo como cualquier otro niño, juegos, estudio, cambios, mucho amor, crecí en total armonía, con una salud física y mental envidiables, en cuanto a mi hogar, me acostumbré totalmente a la hermosura de tener una amorosa madre, mi relación con ella era genial, rara vez se enojaba conmigo y cuando lo hacía eran enojos fugaces que terminaban en un abrazo, un buen consejo y alguna expresión demostrándome y recordándome cuanto me amaba, gradualmente abandoné el hábito de llamarla madre María Camila, con los años me resulto más sencillo llamarla  madre, así la llamaba, así la sentía, mejor madre no pude haber tenido, ella colaboró de muchas maneras en formar y forjar mi carácter, me enseño muchos valores, resaltó mis cualidades y corrigió muchos de mis errores, siempre creyó fielmente que yo era un niño único y especial, que estaba por encima de cualquier parámetro, su firme convicción y su enorme fe en que yo haría diferencia y que inspiraría a quienes me rodearan a ser mejores, fueron siempre la piedra angular de nuestra relación, fue mi mejor amiga y compañera, no ocurría nada en mi vida que ella no conociera y tampoco había duda que no le consultara, ella sabía darme seguridad, resolver mis dudas y aliviar mis penas, junto a ella viví mis primeros años y también los mejores, mi niñez fue fugaz a su lado y su inconmensurable fe en mí se convirtió en el motor que impulsó mi vida y que me motivó a buscar siempre ser mejor persona, fui un excelente estudiante, destacado por las mejores notas y los primeros lugares, las menciones de honor, los reconocimientos por excelencia, por disciplina, compañerismo y humanismo cubrieron en gran parte  las paredes del cuarto de estudio en casa, ni hablar de mis logros deportivos, practiqué cuanto deporte fue posible y en todos me destaqué, las preseas, por competencias a nivel interno e inter colegiados también abundaron, gracias a mi disciplina deportiva fui muy popular, desarrollé un físico envidiable; espalda amplia pecho firme, grande y  marcado, brazos torneados y fuertes, piernas hábiles, resistentes y poderosas, que en conjunto con mi mentón cuadrado, mis labios rojos y carnosos, mis ojos verdes intensos, mi cabello ondulado color negro azabache y mi nariz con perfil tipo italiano, comenzaron a hacer lo suyo entre las chicas, sin darme cuenta, mi interés por ellas había despertado, los cambios físicos estaban en plenitud, mis hormonas creaban un torbellino de sensaciones en mí, tenía quince años estaba en mi adolescencia con una vida por delante y muchos sueños por realizar comenzaba para mí la época de los cambios normales en todo joven y vendrían quizás otros que no lo eran tanto, tendría que enfrentar y asumir, cambios que imagino ningún otro ser humano experimenta, cambios que  cambiarían mi vida, que poco a poco me llevarían a el momento clave de mi existencia, marcarían el camino que debía recorrer y tarde o temprano me enseñarían la razón por la cual vine al mundo; todos tenemos una tarea que cumplir, yo no era la excepción, el transcurrir de los años poco a poco me llevaría a descubrir mi razón de ser, mi misión en este mundo.

 

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